Una historia de sueños y violencia

Nacho Sáez
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Allan Costly, que es hijo de un exfutbolista hondureño que disputó el Mundial de España 82', llegó a debutar con su selección de voleibol. Ahora juega y entrena en el Segovoley, adonde ha llegado huyendo de la inseguridad «extrema» de su país.

Allan Costly posa para El Día de Segovia.

En un viaje a Burgos para jugar un partido de liga, hace unas semanas, vio nevar por primera vez en su vida y está maravillado con el Acueducto y el Alcázar. Allan Costly (San Pedro Sula, Honduras, 19 de noviembre de 1986) trata de adaptarse poco a poco a su nueva vida en Segovia, adonde llegó el pasado mes de julio. Está a la espera de conseguir el permiso de trabajo, pero mientras ha hecho sendos cursos de hostelería y de auxiliar de enfermería, investiga cómo poder continuar sus estudios de ingeniería industrial y juega y entrena en el Club Deportivo Segovoley, donde se ha convertido en uno de sus pilares en apenas unos meses. 

La historia de Allan tiene su miga. Mediano de tres hermanos, creció en San Pedro Sula, considerada la capital industrial de Honduras pero estigmatizada también por la violencia. Durante años fue la más violenta del mundo y, aunque ha rebajado las tasas de homicidios, no logra sacudirse la inseguridad que domina sus calles. Más de medio millar de migrantes hondureños iniciaron, este pasado lunes desde la propia San Pedro Sula, un viaje a pie para cruzar Guatemala y llegar a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida.

Allan y su familia tuvieron más suerte que ellos. La madre de su mujer vive en Segovia desde hace 11 años y ello facilitó la llegada a España de ambos junto a sus dos hijos, David Alejandro y Jayden, de 12 y 8 años, respectivamente. Sin embargo, este joven no olvidan cuáles fueron algunas de las causas por las que emigraron. 

El jugador y entrenador hondureño posa con las cadetes del Segovoley.El jugador y entrenador hondureño posa con las cadetes del Segovoley.Los asesinatos, la extorsión y el tráfico de drogas son moneda de cambio habitual, según cuenta, y él tampoco se libró de esa lacra que tiene sometido a su país. «En dos ocasiones nos siguieron con el coche. La inseguridad extrema que hay ha sido una de las razones para venirnos. No queremos que nuestros hijos crezcan en ese ambiente, sino que vivan con tranquilidad y tengan oportunidades», explica en conversación con El Día de Segovia antes de un entrenamiento del equipo cadete femenino del Segovoley, al que dirige. Nadie está a salvo de la violencia en Honduras. Ni siquiera los ídolos del país, como lo fue el padre del propio Allan.

Allan Costly ‘sénior’ aparece en la Wikipedia por su pasado como futbolista. Sus principales logros: participar en el Mundial de España de 1982 con la selección de Honduras y jugar dos temporadas en el Málaga. La aventura en Europa de este defensa central finalizó pronto, pero su carrera se prolongó hasta comienzos de los 90 entre el Petrotela y el Real Club Deportivo España, dos clubes de su país. Uno de sus hijos, Carlo, sí que siguió sus pasos –también llegó a ser internacional con la selección y disputó el Mundial de Brasil 2014–, pero Allan dejó a un lado el fútbol y se dedicó al voleibol.

Con 15 años comenzó a acudir a convocatorias de la selección juvenil, y con 24 debutó con la absoluta, donde padeció el escaso apoyo que tiene el voleibol en Honduras. De jueves a domingo se concentraba regularmente en Tegucigalpa con la selección, pero nunca llegó a cobrar un sueldo de ningún club, no pudo dedicarse al deporte de forma profesional y en 2014 tuvo que renunciar a seguir defendiendo la camiseta de su país.

Las responsabilidades profesionales le obligaron a tomar una de las decisiones más difíciles que puede existir para un deportista, pero trabajaba como supervisor de producción de una empresa americana y como maestro de Inglés y Matemáticas y no podía seguir ‘desapareciendo’ de jueves a domingo. Se acabó sumar más internacionalidades, pero puede presumir de haber disputado los Juegos Centroamericanos y del Caribe, que se disputan cada cuatro años y que constituyen la competición regional más antigua avalada por el Comité Olímpico Internacional (COI).

Otorgan el billete para los Juegos Panamericanos –el mayor evento deportivo multidisciplinar de América–, aunque no tuvo la oportunidad de disputarlos Allan, que tras dejar la selección siguió jugando las ligas locales. Hasta que surgió la oportunidad de emigrar a España, «un país más tranquilo, sano, limpio, con un clima agradable...», según se encarga de remarcar él mismo.

Uno de sus objetivos era continuar practicando el voleibol y, a través de Internet, buscó dónde hacerlo. Encontró al Segovoley, con cuyos responsables entró en contacto enseguida a través de las redes sociales, y recibió una invitación para entrenar. A la vista está que pasó la prueba, porque ahora forma parte del equipo de Segunda División masculina del club y es el entrenador de las cadetes y de la plantilla de Segunda femenina.

Asegura estar muy feliz. Le gusta Segovia («Es muy bonita, pequeña, está todo cerca, la gente es amable y vivo cerca del Acueducto») y ha encontrado junto a su familia la tranquilidad y seguridad que les faltaba en Honduras. En el apartado deportivo, también hace un balance positivo: «El nivel del club es bueno, aunque tenemos que seguir mejorando. Muchas de las cadetes sólo llevan un año, y en los equipos de mayores debemos aumentar nuestro nivel defensivo. Pero el nivel es apto para la categoría en la que estamos».

Él se define como un «cuatro o central» al que le gusta «el juego ofensivo, los remates y ‘platicar’ con los contrarios para intentar ponerlos nerviosos». «Es diferente a lo que estaba acostumbrado, porque en Honduras jugaba con un sistema 5-1», añade. Nada que no puedan arreglar el tiempo y los entrenamientos. No como la situación de su país, que requiere de soluciones más profundas. Allí continúan sus padres y sus hermanos como testigos de esas caravanas de emigrantes que buscan una vida mejor en Estados Unidos y huir de la violencia.