Dice la tradición sepulvedana que una vez al año, en la víspera de su fiesta, San Bartolomé libera al diablo.
Tras el encendido de la hoguera a la puerta de la iglesia del mismo nombre, seis diablillos bajan las escaleras y recorren la plaza, totalmente a oscuras, repartiendo escobazos a niños y grandes.
Una última carrera, de todos los diablillos juntos, pone fin a la fiesta, que ha estrenado este año la declaración como Manifestación Tradicional de Interés Cultural, concedida recientemente por la Diputación.