Segovia atrincherada

Sergio Arribas
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Ratas y suciedad, además del calor, la humedad o el frío se unían a la permanente angustia por la irrupción del enemigo. El historiador Carlos de Miguel publica una guía sobre las fortificaciones defensivas construidas durante la Guerra Civil.

En las postrimerías de la Guerra Civil se levantó aquella construcción, puesto de mando y observatorio del bando nacional, situado junto al cementerio de Valsaín. El historiador Carlos de Miguel y su amigo Jacinto Arévalo exploraban las paredes de aquel refugio bélico en busca de alguna inscripción. Entre infinidad de rayajos y grabados, repararon en una pequeña cartela que por su factura era evidente que se había realizado durante la construcción de aquel puesto de mando. Después de un buen rato cruzando luces con las linternas, fueron capaces de leer aquel mensaje, en letra minúscula, que dejó un soldado hace entonces 78 años. «Qué miras so puñetero, no ves que soy un letrero». Habían sido víctimas de un ‘guasón’ de los años 30 que, a buen seguro, no tuvo más remedio que recurrir al humor para sobrellevar el drama de poder morir cualquier día de un disparo. 

El sentido del humor era algo  terapéutico, fundamental, para sobrellevar aquella vida en las trincheras, de aislamiento, de lejanía de los seres queridos, de mala alimentación, de humedad, de frío y calor extremos, de miedo y angustia en eternas horas de guardia y donde las ratas y los piojos eran también feroces enemigos. La anécdota de aquel hallazgo en Valsaín aparece reflejada en las páginas de ‘Las líneas de Defensa de Segovia. Fortificaciones de la Guerra Civil en torno a la capital’, una guía escrita por Carlos de Miguel y editada por la Diputación Provincial y la Academia de Historia y Arte de San Quirce, dentro de la colección ‘Segovia al paso’.

La guía, de más de doscientas páginas, supone un acercamiento al conjunto de fortificaciones que se levantaron durante la contienda en el frente, que se extendía por toda la sierra, desde Peguerinos a Navafría, si bien la obra focaliza su análisis en la línea de defensa más próxima a la capital, desde Madrona a Palazuelos, levantada al final de la Guerra Civil, donde el autor ha inventariado 56 ‘posiciones’ autónomas de pelotón.

Al inicio de la guerra, Segovia estaba controlada por los militares golpistas, que hicieron intervenciones con mentalidad ofensiva, sin plantearse fortificaciones defensivas, al constatar la pobre capacidad de maniobra del bando republicano. Con el paso de los meses, el frente quedó «dormido» hasta que en mayo de 1937 los republicanos lanzaron desde la sierra una ofensiva para conquistar La Granja y, en caso de éxito, poder llegar hasta Segovia.

La mayor parte de las fortificaciones estaban centradas en los municipios de La Granja y Valsaín. La ofensiva arrancó el 30 de mayo y quedó liquidada, con los últimos movimientos tácticos, el 2 de junio. La derrota republicana se saldó con unos 500 muertos. «Los republicanos eligieron este punto para atacar porque era un frente dormido, con un montón de huecos, por los que se podía penetrar fácilmente», explica De Miguel. El ataque «sorpresa» perseguía que Franco, a punto de conquistar Bilbao, tuviera que movilizar tropas desde el norte, aunque en el sector de La Granja se cometieron «numerosos errores tácticos». Tal es así, que el general Varela supo días antes de aquella inminente ofensiva y ocupó Cabeza Grande, el cerro del Puerco y el Atalaya, los tres puntos donde se desarrollaría la batalla. Fueron puntos que, tras ganar la batalla, los nacionales fortificaron con solidez, en una estrategia «más simbólica que práctica o efectiva», sostiene el historiador. Tras la Batalla de La Granja, el ejército franquista «rellenó» con fortificaciones posibles zonas donde pudiera penetrar el enemigo.

Otro punto de inflexión se produce en la madrugada del 9 de marzo de 1938, cuando tres brigadas del bando nacional conquistan de forma simultánea el Puerto del Reventón, el pico de La Flecha y el Puerto de Malangosto, que estaban en manos republicanas. Hasta entonces, todas las cumbres, desde el sector de Peguerinos hasta muy cerca del puerto de Navafría estaban controladas por los republicanos. «Los nacionales —explica el historiador—  hicieron un flaco favor a sus soldados. Los republicanos bajaron su línea a media ladera, hacia el Valle del Lozoya y los soldados del bando nacional quedan arriba. Antes de finalizar la guerra, aún tuvieron que tragarse un invierno durísimo».

La línea del bando nacional en las cumbres logró ya enlazar con Navafría, en manos del ejército franquista desde septiembre de 1936. Lo que era primera línea de defensa franquista, por debajo de las cumbres, en el entorno de La Granja, pasó a ser segunda línea, enlazando con El Atalaya y la Mata del Pirón, donde había dos posiciones de vigilancia para impedir que los republicanos bajasen desde Malangosto.

DE MADRONA A PALAZUELOS. Curiosamente, desde Revenga, en el entorno de Puente Alta, hasta el sector del Alto del León, en San Rafael, nunca se llegó a fortificar. La defensa se limitaba a la vigilancia por patrullas y a la presencia de unidades de artillería en Otero de Herreros, Riofrío y Las Navillas. No fue hasta el otoño de 1938 cuando comenzaron obras de fortificación en lo que sería la tercera línea de defensa, la más próxima a la capital, desde Madrona a Palazuelos, en una especie de ‘arco de protección’ de la ciudad. Uno de los objetivos de la guía es aclarar la terminología para designar las fortificaciones bélicas, que se suelen englobar, de forma indebida con el término trinchera. Este término hace referencia a las defensas empleadas en la primera guerra mundial y que en la Guerra Civil fueron sustituidas por el sistema de posiciones autónomas.

En lugar de conformar una línea continua a lo largo del frente, el propósito es implantar posiciones diseminadas, camufladas para evitar ataques de la artillería o la aviación. Se construyeron a modo circular y reciben uno u otro nombre en función de la unidad que lo ocupe. La básica es la destinada a un pelotón, de once soldados, que cuenta con puesto de mando, nidos de ametralladoras y pozos de tiradores, con lo que se logra cubrir todo su perímetro. Las trincheras son ahora «ramales», zonas para el paso seguro de los soldados dentro de las ‘posiciones’, siempre en «zig zag». 

Cuentan con alambradas, ‘viviendas’ para los soldados y un ‘abrigo’ relacionado con un abrigo blindado. En la línea de defensa más próxima a la ciudad de Segovia son todas ‘posiciones de pelotón’, hasta sumar 56. No obstante, algunas posiciones de pelotón permanecen agrupadas en el inventario del ejército, cuando se trata de acoger una sección —una treintena de soldados—. Incluso hay algunas posiciones capaces de dar refugio a un batallón —más de 700 soldados— , como es el caso de la fortificación situada en el cerro de Cabeza Grande, denominado, por su envergadura, como «Centro de Resistencia».