La pequeña Rumanía

Sergio Arribas
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Uno de cada dos residentes en Fuente el Olmo de Fuentidueña, de 170 habitantes, es de origen rumano. El pueblo segoviano ocupa el puesto número 14 entre 8.116 municipios españoles en porcentaje de población extranjera.

De aspecto recio, voz grave y tupido bigote. Un enorme reloj en una muñeca y en la otra una llamativa pulsera con los colores de la bandera nacional. «No quiero escudos. Tampoco soy republicano, soy castellano y comunero, mi bandera es la morada y mi equipo el Real Madrid», afirma José Nuñez Ruano, al que todos llaman ‘Pepe’, el alcalde del Partido Castellano (PCAS) que rige los destinos de Fuente el Olmo de Fuentidueña, un pequeño pueblo a unos 60 kilómetros de Segovia. 

Está a las puertas de «la casa rosada» como denomina el regidor a la Casa Consistorial, por el color que engalana la fachada. A escasos metros, varios hombres charlan relajados sentados en la terraza de uno de los bares del pueblo, situado frente a la iglesia románica de San Pedro de Cátedra. Son rumanos, como más de la mitad de la población censada en el pueblo.

De los 170 habitantes empadronados en Fuente el Olmo, más de la mitad (89) han nacido en el extranjero. El 95% nació en Rumanía. La presencia de otras nacionalidades en el pueblo es casi testimonial. Son un matrimonio ecuatoriano, un búlgaro y una polaca. Con independencia de los datos del INE, el alcalde maneja su propia estadística. «Son 76 nativos y hasta los 187 que están censados, es decir, 111, son rumanos, aparte de un matrimonio ecuatoriano», sentencia Pepe. 

Su pueblo es una ‘pequeña Rumanía’, uno de los pueblos españoles que más porcentaje de extranjeros tiene censados en relación a su población. El 52,35% de la actual población de Fuente el Olmo emigró al pueblo segoviano desde ‘el país del este’, un porcentaje que le sitúa en el puesto 14 entre los 8.116 municipios españoles. 

Pepe no habla una palabra de rumano, aunque hace gala de conocer a todos sus vecinos, al menos a los que viven «todo el año» en Fuente el Olmo, tanto en casas del pueblo, en régimen de alquiler, como los que residen dentro de las instalaciones de la finca La Mejanilla o de Los Comunes,  la antigua denominación. En estos terrenos la multinacional Planasa, de capital francés y origen navarro, explota 120 invernaderos para la producción de endivias y plantas de fresa, entre otros cultivos.

Planasa, según explicaron fuentes de la empresa a El Día de Segovia, desembarcó en Fuente el Olmo hace 35 años, ocupando una finca, situada a escaso medio kilómetro del pueblo, de 550 hectáreas, 330 de ellas de cultivo y 250 de pinares. Cada año la empresa emplea a unas 400 personas, según fuentes de la multinacional, de las que el 70% son extranjeros. De ellos, el 35%, en su inmensa mayoría rumanos, se aloja en sus instalaciones, «viviendas totalmente gratuitas» para sus inquilinos, aseguran desde la empresa. El resto lo hacen en Fuente el Olmo y en poblaciones cercanas. El 30% de los trabajadores son de origen español.

Son 85 rumanos censados en el pueblo, aquellos que viven todo el año, aunque no todos residen en casas de la localidad. Algunos lo hacen en las instalaciones de Planasa, que da cobijo a unos 150 todo el año. No obstante, esta cifra se multiplica en las ‘campañas de recogida’, donde entre 400 y 500 personas son contratadas en la propia Rumanía para viajar a Fuente el Olmo y trabajar en los invernaderos durante tres meses, de octubre a diciembre. 

Aunque la empresa afirma que ofrece viviendas gratuitas para sus trabajadores, hasta el año pasado, según varias fuentes consultadas, vivir dentro de la explotación agrícola no era gratuito. Todo inquilino tenía que pagar unos 60 euros al mes —se les descontaba de la nómina— para gastos de agua y luz. «Casi el 90% viven allí [en Planasa]. No sé si pagan 3 euros diarios, de luz y agua», explica el alcalde, que desvela cómo los rumanos que viven todo el año en el propio pueblo son los «que tienen los mejores puestos» en la empresa. «Como hay matrimonios, quieren su intimidad, algo que no tienen en las casetas —al parecer hombres y mujeres viven separados— y, si pueden, se vienen a vivir al pueblo», comenta.

ALTOS ALQUILERES. No obstante, en el propio Fuente el Olmo residen una minoría. Son 8 casas alquiladas a rumanos, que comparten varias familias, debido a su alto coste. «Valen las casas más que en ningún lado», reconoce Pepe, que habla de alquileres «de 450 euros». Otras fuentes elevan el precio de los alquileres hasta los 600 euros, la más cara, mientras alguna rondaría los 300 euros; casas que en algún caso, según varios testimonios, tienen hasta 70 años de antigüedad, con viejas cocinas de leña y sin calefacción.  El 90% de las casas del pueblo están cerradas en invierno. Los que solo vienen en verano han declinado, en su mayoría, alquilar sus «segundas residencias» a la población rumana.

Planasa ha encontrado una inestimable colaboración en el ayuntamiento para poder alojar a los trabajadores ‘temporeros’ que no caben en sus instalaciones cuando su actividad se multiplica, en los tres últimos meses del año. Para dar cobijo a estas «aves de paso», como dice Pepe, el ayuntamiento alquila a Planasa las antiguas escuelas, donde se habilitan literas para 54 personas. También el centro médico y cultural, por el que «me pagan [al consistorio] 7.000 euros más la luz y el agua». 

No hay mala convivencia de los orihundos con sus vecinos rumanos, según explica el alcalde. «Aquí mandará un alcalde rumano», aventura Pepe, quien, de momento, no tiene que hacer campaña entre el colectivo extranjero para conservar el bastón de mando. Solo «6 ó 7» pueden votar, según sus cálculos. Pepe reconoce que «al principio no ha sido fácil, pero sí que es cierto que la convivencia está normalizada».

La impresión del alcalde la corrobora otro vecino Carlos Abad, que pese al calor, ha salido a dar un paseo. Nació en el pueblo, aunque, como muchos otros, migró cuando era niño con sus padres a Madrid. En 1950 Fuente el Olmo registraba 763 habitantes, para sufrir un constante descenso en las siguiente décadas. 625 en 1960 y 400 en 1970. Una década después, en 1981, apenas se contabilizaban 236 empadronados. 

Cuando Carlos alcanzó la edad de jubilación, compró y arregló la que casa del pueblo que fuera de sus padres y se trasladó a Fuente el Olmo. «Son gente educada —en alusión a los vecinos extranjeros— y hay buena convivencia. ¿Qué si habrá un alcalde rumano?. Te lo garantizo. Quedaremos cuatro, el cura, el concejal y yo. Se harán con todas las casas. No lo veo mal —dice— el caso es que tenga vida”.

Antes de la multinacional agrícola, Fuente el Olmo era «un pueblo pequeño, normal y corriente», opina el octogenario Anselmo Heras, que se define como «agricultor, albañil y experto en mil oficios». Anselmo pasa andando, ayudado con su garrota, a ritmo lento, al lado de la terraza donde un grupo de vecinos rumanos charlan al calor de unos refrescos y latas de cerveza. Enfrente, sentados en el suelo, en una acera, otro grupo,de chicos y chicas jóvenes, también hacen corrillo. Miran los móviles, se ríen. Anselmo saluda y le devuelven el saludo en perfecto castellano. «Mientras no se metan conmigo, me da igual», dice, sonriente.

No son muchos los empleados extranjeros de Planasa que a estas horas son visibles por el pueblo. A partir de las siete o las ocho, en diferentes oleadas, llegarán andando, cruzando un puente, desde la empresa, para desembocar en la plaza, donde se erige la iglesia, el ayuntamiento y uno de bares más concurridos que tiene Fuente el Olmo. Es punto de reunión de la comunidad rumana.

Son las seis de la tarde, y en el interior del bar media docena de lugareños, españoles, participan concentrados en una partida de naipes. Al fondo, sentados en una mesa, casi sin hablar, un chaval embutido en una gorra roja y gafas de espejo mira un móvil. Hay tres mujeres más, de piel oscura. «Viven en la finca. Tienen su tarde de descanso y están aquí. Solo hablan rumano», explica, desde el otro lado de la barra, Teodor Doncea, de 44 años.

Con su esposa regenta el establecimiento, donde se vende también pan, fiambre, fruta o dulces. De Rumanía llegó a Madrid y tras una temporada en el cercano Torrecilla del Pinar, recaló en Fuente el Olmo, donde en 2005 abrió el bar. «Los del pueblo vienen a diario a echar la partida. Mis compatriotas vienen a comprar comida, pan, a tomarse un zumito...», explica Teodor.

Los rumanos que están en la terraza del bar eluden, con amabilidad, ofrecer sus opiniones, más allá de confirmar que la vida en Fuente el Olmo apenas tiene sobresaltos. «Es un pueblo tranquilo, no hay problemas», afirma uno. Prefieren no hablar y solo expresan una cierta indignación por «el alto precio» de las pocas casas del pueblo que sus propietarios aceptan alquilar a la comunidad rumana. De Planasa no quieren decir nada, salvo que el trabajo «es duro», como cualquiera relacionado con tareas agrícolas. «En los invernaderos se llega a trabajar con más de 42 grados», añade otro, que prefiere guardar el anonimato y evita, con éxito, aparecer en ninguna foto del reportaje.

La conversación es cordial, aunque breve. Es entonces cuando aparecen dos mujeres, una de ellas con un carrito y otra con un bebé, de nombre Eduard, que apenas tiene un mes. El marido de Gina Michaela trabaja en la empresa agrícola. «Aquí vivimos de forma muy tranquila. No es Madrid, claro. Nosotros lo llevamos bien», comenta Gina. 

La visita por la ‘pequeña Rumanía’ acaba donde empezó, a las puertas del Ayuntamiento, donde el alcalde acaba de cerrar con llave las puertas de la ‘casa rosada’. En el balcón, la bandera de la UE, de España y la del pueblo. Falta la de Rumanía.