Mucho por vivir y por contar

Sergio Arribas
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Fuencisla, Marisi, Sagrario, María Jesús, Matilde y Sandra. Son supervivientes de una enfermedad a la que se han enfrentado con coraje, de la que ya se han librado, no sin secuelas, o siguen combatiendo.

Llorar de alegría. Pocas veces en la vida se experimenta esta sensación, incomparable a ninguna otra. Fuencisla no podía reprimir el llanto. Las lágrimas le caían, como reguero incontrolable, por ambas mejillas; un lloro que contrastaba con la amplia sonrisa que mostraba también su rostro, de oreja a oreja. «Lo siento, es que soy muy emocional», se excusaba la mujer, un tanto avergonzada, por no poder atajar la emoción. Era el feliz desahogo a años de sufrimiento. A Fuencisla González, de 62 años, le acababan de dar el alta, este martes, en el servicio de Oncología del Hospital General, después de 16 años de dura pelea contra un cáncer de mama.

Ella es una de las ‘supervivientes’ —término que identifica a los pacientes que han superado un tumor maligno— del cáncer de mama, el más frecuente en mujeres de entre 45 y 69 años, que goza de una curación superior al 85%, siempre que exista un diagnóstico precoz, pero que puede dejar unas importantes secuelas, tanto a nivel físico como psicológico. 

No solo es la dureza de los tratamientos. Además de la quimioterapia, la mayoría de pacientes con cáncer de mama reciben un tratamiento de radioterapia, especialmente si se opta por una cirugía conservadora y no es precisa una mastectomia, la extirpación de la mama completa. 

A los problemas físicos, se añaden los psicológicos, tanto los de carácter estético —por la pérdida del pelo, como consecuencia de la ‘quimio’, o la extirpación de senos— como los relacionados con el estado de ánimo, la sensación de rechazo o indefensión. 

«El cáncer de mama no se contagia pero sí repercute en el entorno inmediato de la paciente. La mujer tiene un rol protagonista en la familia, en la educación de los hijos o en el ámbito doméstico. Y todo eso se ve amenazado por la enfermedad. La primera reacción es el miedo, porque surge una percepción de falta de control. Eso va unido a la indefensión. La paciente puede derivar en un problema emocional y acabar en depresión», explica el psicooncólogo David Manzano, de la AECC de Segovia. Por su despacho, ubicado en el área de Oncología del Hospital General, pasan cada semana decenas de pacientes. Las mujeres con cáncer de mama representan un amplio porcentaje.

La alegría de Fuencisla se explica porque hasta hace solo dos años sus revisiones eran cada seis meses. No veía entonces el final. «Los marcadores tumorales nunca terminaban de salir bien. Me han tenido muy controlada, y me han hecho constantes pruebas en Madrid y Valladolid», subraya la mujer, a la que tuvieron que operar hasta en dos ocasiones en menos de un mes y recibir un tratamiento conjunto de ‘quimio’ y ‘radio’ para «matar» un tumor que era «muy agresivo». «Los días de la quimio eran muy duros», recuerda hoy Fuencisla, que considera que «lo fundamental es no hundirte y hacer caso siempre a los médicos. Puedes salir perfectamente, aunque transcurran 16 años», asegura.

Esperanza. Este mensaje de esperanza es el que transmite la oncóloga del Hospital General, Isabel Gallegos. «En el cáncer de mama, que tiene un gran impacto social, por el alto número de mujeres afectadas, se están dando pasos importantes, sobre todo en el caso de los tumores más agresivos. Las mujeres lo tienen que saber. No tienen que tener miedo. La prevención es la mejor arma. Y las pacientes tienen que tener esperanza y fortaleza. Los profesionales estamos aquí para estar a su lado y ayudarles».

La doctora Gallegos será quien, este viernes, en representación del equipo de especialistas del Hospital General, junto con una paciente con cáncer de mama, darán lectura al manifiesto con motivo del Día Mundial Contra el Cáncer de Mama. La fachada del Ayuntamiento volverá a quedar iluminada de rosa, el color que simboliza la lucha contra la enfermedad. Este año el lema elegido es ‘Contigo damos la cara’ contra el cáncer; mientras la carga simbólica de la lucha quedará reflejada tanto en el reparto de lazos rosas como en la exhibición de las manos pintadas con este color o el uso de guantes rosas.

El periplo vivido por Marisi Miñambres, de 59 años, cobra tintes de epopeya. Con 37 años le diagnosticaron un cáncer de mama. Entonces era madre de una niña de 6 años y de otra de apenas seis meses. «Me desesperé, lloré muchísimo, hasta que un día me di cuenta que así no adelantaba nada», recuerda. Fue hace 20 años, cuando los tratamientos eran más agresivos. 18 meses de quimioterapia, a los que sucedieron otras 60 sesiones de ‘radio’ en Madrid. Después, se tuvo que someter a un autotrasplante de médula, en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid, donde permaneció «aislada» casi un mes, con la única compañía de su marido, Alfonso. A su esposo, médico, le dieron «pocas facilidades» para estar al lado de su mujer. Abandonó un mes su trabajo. Ese mes no tuvo ningún salario.

Desde el ‘Clinico’, Marisi envió numerosas cartas, una cada día de su ingreso, a su hija mayor. En formatos diferentes. «Cuando no tenía fuerzas, las letras se iban para abajo. Todavía las conservo», explica. Estuvo un par de años más con tratamiento de ‘quimio’ hasta que pudo incorporarse a su trabajo, como trabajadora social en un centro de salud de Cuéllar. No acabó allí el calvario. Como le habían practicado una mastectomia completa, finalmente tomo la decisión de someterse a una nueva operación para la reconstrucción de la mama. Fue «doloroso, aunque el resultado fue óptimo».

Un espejo. En su calidad de trabajadora en un centro de salud, Marisi ha tenido mucha relación con pacientes oncológicos, a quienes ha contado su experiencia, siempre que se lo requerían, algo que llegó a ser frecuente. El revivir su lucha le provocaba, a su pesar, un gran desazón. «Creo que era espejo para mucha gente y, humildemente, pienso que les he ayudado», confiesa Marisi. Tras otros cinco años de tratamiento de ‘quimio’ por vía oral, ya no toma ninguna medicación, aunque, según matiza su esposo, «tiene una enfermedad crónica, con revisiones clínicas».

Alfonso recuerda que quedó «impactado» cuando, en el momento de diagnosticarle la enfermedad a su esposa, ésta no dejaba de repetirle que no tenía miedo a morir y que solo «le fastidiaba» dejarle a él solo con las dos niñas, entonces muy pequeñas.

«Tenía 38 años, era joven, feliz, acaba de ser madre por segunda vez. Cuando, de golpe, te dan la noticia, el mundo se te viene encima. No me importaba morirme pero sí el dejar solo a mi marido con mis hijas», recuerda Marisi, que hoy luce un ímpetu y una sonrisa superlativos.

Según dice, gracias al apoyo de su familia «que son los que tienes cerca» es posible «salir adelante», aunque «tienes que estar dispuesta a ello», recalca Marisi, quien reconoce que al principio necesitó ayuda del equipo de salud mental para afrontar su difícil situación.

La AECC de Segovia dio el paso para proporcinar la presencia de un psicooncólogo, de lunes a viernes, en el complejo hospitalario. David Manzano asume este servicio, que permite a los pacientes recibir ayuda psicológica de forma inmediata. Es una herramienta más para la pelea. «La mujer con cáncer de mama sí suele utilizar estos recursos. Es inteligente y lo aprovecha para buscar su bienestar y potenciar su esperanza», sostiene Manzano.

Fuerte impacto. El especialista, que acumula 21 años tratando a pacientes oncológicos, admite que los pacientes con cáncer de mama, en su inmensa mayoría mujeres —solo afecta al 3% de los varones—, tienen una peculiaridad especial. «Desde el punto de vista estético, una parte importante de mujeres con cáncer de mama van a sufrir la amputación de su pecho, van a tener una mastectomia muchas veces radical. Es verdad que la cirugía es cada vez más conservadora, los tratamientos son más específicos y centrados en el tumor, pero aún así el impacto es fuerte, porque afecta al esquema corporal, a nivel social y a la vida sexual».

El psicólogo hace hincapié en que la enfermedad puede llegar a afectar a las relaciones de pareja. Sostiene que la paciente, a veces, observa una «sensación de rechazo» como figura femenina, cuando en realidad se trata de una reacción de su pareja ante «el temor de provocarle daño o de solicitar un tipo de relación que pueda ser incómoda para la paciente». 

«La pareja —añade—está en una actitud más cauta, mas prudente, de dudas, y cree que puede estar violentando o pidiendo algo a la otra persona que no desea. La paciente lo vive como un rechazo. Lo más importante es la comunicación, la expresión de lo que sentimos o pensamos en cada momento», recalca.

Manzano subraya que lo que pretende la psicooncología es la búsqueda de la «normalización» frente a la aparición de una enfermedad que provoca «un cambio radical» en la vida de una persona. «Si la enfermedad por sí misma nos limita, se trata de añadir nosotros más límites. El propósito es potenciar a la persona, a nivel del estado de ánimo, de comportamiento y funcionalidad» porque «la primera reacción que aparece es el miedo y si se une a un sentimiento de indefensión, puede derivar en un problema emocional serio». 

Sagrario Senín, de 66 años, destila una personalidad y alegría arrolladoras, que apenas dejan intuir su sufrimiento y su valiente lucha contra «el tema», como ella prefiere denominar al cáncer de mama que le diagnosticaron hace nueve años. Tenía entonces 57 años, cuando en una revisión le detectaron un ‘nódulo’ en una mama, que luego resultaron ser tumores malignos en ambos senos.

 Apenas dos meses después de que le detectaron la enfermedad, Sagrario entró en quirófano un 23 de junio de 2009. «Me operaron de cáncer bilateral, de las dos. Se complicó mucho. Iba para ocho días y estuve ingresada más de un mes y medio», recuerda Sagrario, que tuvo que superar duros tratamientos de quimioterapia, que le provocaron, como a todas las pacientes, diversas secuelas, como un linfedema y la caída del cabello.

«Nunca estuvo sola». Unos días antes de someterse al segundo ciclo de ‘quimio’, fue a su peluquería habitual. «Tiraba del pelo y me quedaba con mechones en la mano», recuerda. Las peluqueras, en un gesto de enorme cariño, fueron a su casa y allí le raparon, además de enseñarla a colocarse la peluca. «Me demostraron mucho cariño. También mis amigas y todas las doctoras de oncología y enfermeras, a quienes estoy muy agradecida. También he tenido un gran apoyo de mi familia. Nunca me he encontrado sola», afirma Sagrario. 

«No sé de donde sacas fuerzas, pero las sacas. Quizá sean las ganas de vivir. Siempre pensé que había que pelear duro, esto no iba a poder conmigo», explica Sagrario, que ya luce una poblada melena, va a clases de natación y pilates, y no recibe tratamiento alguno, aunque sí se somete a revisiones periódicas para evitar una recaída.

Si Marisi y Sagrario demuestran una fortaleza inusual, María Jesús Merino, de 62 años, no les va a la zaga. Imborrable es para ella el primer ciclo de quimioterapia al que se sometió, el 21 de septiembre de 2016, pocas semanas después de que le detectaran el tumor. «Me metieron con urgencia. De haber esperado más, no hubiese habido tratamiento posible», explica María Jesús ‘Chus’, que trabaja como celadora en el servicio de Urgencias del Hospital General. «Yo pasaba muchos pacientes a Oncología y nunca pensé que me podía tocar», señala. 

No tenía ningún síntoma y había realizado una revisión el año anterior que había resultado negativa, con lo que la noticia fue «toda una sorpresa». Fue sometida a una cirugía leve, para extirparle la primera línea de ganglios. Después, la ‘quimio’, inyectada, que tuvo que suspender porque le provocaba problemas cardiacos.  Y también radioterapia.  «Ya vamos superando lo más complicado y ahora, como yo digo, estoy en el mantenimiento, que es tan importante como los tratamientos», explica María Jesús. «Cuando sales del quirófano —dice— los ejercicios te los llevas a casa [para combatir el linfedema] y solo de tí depende que eso no vaya a más».

En plena lucha contra la enfermedad, desde su experiencia, lanza varios mensajes a las mujeres. «Es muy importante que las mujeres sepamos hacernos nosotras mismas la revisión al tacto. Hay que hacerlo todos los meses, cuando se ovula. Y cuando se sienta algún problemilla, por muy leve que parezca, tienen que dar el coñazo a los médicos. Mejor eso, que te traten de pesada, que luego te digan que no hay arreglo», señala María Jesús, que denomina a su cáncer de mama como «mi estropicio» y ha bautizado su situación con el eslógan «seguimos mejorando». 

«No hay que perder nunca la alegría. Es duro, pero no te puedes permitir venirte abajo», subraya la paciente, que además de practicar pilates, ya se ha apuntado a una nueva terapia auspiciada por la AECC: el tiro con arco; un método para ejercitar los músculos de los brazos afectados por el linfedema.

«Me costó asimilarlo». En la pelea también sigue Sandra Gómez, de 45 años. Aún recuerda cuando estaba postrada en la cama, «molida» tras las sesiones de ‘quimio’, «sin fuerzas para nada», ocultando a sus hijas, de corta edad, que había perdido el pelo como consecuencia del tratamiento. «Andar unos metros era un mundo. Ahora voy a trabajar, a mis clases de inglés… Pensé que no iba a ser capaz de recuperarme. Y, sí, claro que se puede volver a hacer lo de antes, y mucho más», comenta Sandra, mientras esboza una sonrisa.Confiesa que está «más cansada» que antes de la enfermedad, aunque «según los médicos iré para adelante y estoy convencida de ello». 

La historia de Sandra comienza hace tres años cuando le detectaron la enfermedad. Fue toda una sorpresa. «Me hablaron de un tumor y pensé que me lo iban a quitar y nada más. Me costó mucho asimilar que tenía un cáncer. Lo llevé muy mal», explica. Es más, su primera actitud fue la de ocultarlo. 

«Tardé mucho en contárselo a mis amigas. Me aislé mucho, intenté que nadie se enterara. Y el tiempo me ha demostrado que es un error, porque al final sufres más. No puedes hablar con nadie del tema, porque no lo saben. Vives la enfermedad sola, con poca gente, con tu familia, que puede acabar muy saturada», comenta Sandra, que argumenta que aquel silencio obedecía a que «no quería que la gente me preguntara siempre por lo mismo, que les diera lástima o me vieran con una persona enferma».

Como otras mujeres que luchan contra la enfermedad, Sandra ha superado los tratamientos de ‘quimio’ y ‘radio’, además de la cirugía, dos operaciones en apenas quince días. Tuvo que tomar una ‘vacuna’ un año entero y ahora está sometida a un tratamiento hormonal con pastillas.

 La pérdida del cabello —ya lo ha recuperado— le produjo no poco sufrimiento, especialmente porque tenía que explicárselo a sus hijas. «Cuando tienes niños solo quieres protegerles, estar bien para que ellos también lo estén. Nunca quisieron verme mis niñas sin mi peluca o sin mi pañuelo, que me ponía cuando estaba en casa», sostiene Sandra, que, consciente de que ha superado ya lo más difícil de la enfermedad, expresa una firme determinación para dejarla atrás y alcanzar pronto la completa curación.

«no lo pensaba». Es el caso de Matilde Herranz, de 69 años, que ya solo tiene que acudir una vez al año al Hospital General para someterse a revisión. Hace casi 14 años le diagnosticaron un cáncer de mama. Al recoger los resultados de la analítica, su médico dudaba si decírselo o no. «Yo le dije ¿tengo un cáncer?. Pues ya está. A por ello. Reaccione bastante bien», explica Matilde, que, pese a su positivo estado de ánimo, «lo pasé mal, porque me quitaron los ganglios y uno era bastante agresivo». Fueron diez sesiones de quimioterapia. Perdió el pelo. También le extirparon el pecho derecho. «Lo mejor era no pensarlo. Una hermana mía había muerto de cáncer de garganta, apenas un año antes. Lo mío no era nada al lado de lo de ella. Y mi padre había muerto de un sarcoma», afirma.

Matilde rezuma optimismo. «En Segovia —recalca— tenemos un equipo médico extraordinario. Son muy amables y muy sensibles con los enfermos, que es lo que necesitamos. Aconsejo a otras mujeres que tienen la enfermedad que lo lleven con templanza, lo mejor posible, que no pasa nada, que se supera. Las mujeres tenemos fuerza de sobra».

La casualidad quiere que Matilde haya coincidido, este martes, con Fuencisla, en una sala de espera del Hospital, minutos después de ésta haya recibido el alta médica de su cáncer de mama tras 16 años de lucha. «Que gusto ver llorar de alegría. Las mujeres vamos a ganar la lucha contra el cáncer de mama», sentencia Matilde, antes de regresar a su pueblo, Cantimpalos.