Hasta Juan Bravo se vistió de amarillo

Nacho Sáez
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Segovia vivió con pasión desbordada el Tour de 1988. El Nuevo Mester presentó unas coplas dedicadas a Perico, los restaurantes crearon menús especiales en homenaje a su gesta y los comercios se llenaron de carteles de ánimo.

La estatua de Juan Bravo amaneció pintada de amarillo el 3 de agosto de 1988. Una gamberrada que ilustra, sin embargo, el estado de efervescencia e ilusión con que Segovia vivió aquel verano gracias al triunfo en el Tour de Francia conseguido por su paisano más ilustre en aquel momento, Pedro Delgado. Todo en la ciudad giraba en torno él: los restaurantes lanzaron menús especiales con Perico como reclamo, al ayuntamiento no dejaban de llegar telegramas de felicitación de personajes ilustres –entre ellos uno del tenor José Carreras–, el Gobierno municipal solicitó a la Dirección General de la Fábrica de Moneda y Timbre la edición de un sello conmemorativo de la gesta y hasta el Nuevo Mester de Juglaría presentó unas coplas dedicadas al corredor del Reynoldis durante los Encuentros Agapito Marazuela de folclore que justo este año han cumplido 35 ediciones.

No sólo el exciclista segoviano se sacó la espina de sus desgracias precedentes a 1988 en el Tour. La ciudad entera se quitó un peso de encima al ver a su ídolo en lo más alto del podio en los Campos Elíseos y lo celebró por todo lo alto. Las 10.000 personas que participaron en la recepción que se le tributó por su segundo puesto en 1987 se duplicaron un año más tarde, aunque antes los segovianos sufrieron ante el televisor (y en el caso de algunos en las propias carreteras francesas) los avatares que deparó a Perico este Tour que, esta vez sí, pudo concluir de amarillo.

«Las calles se quedaban desiertas cada día mientras duraba la etapa», recuerda el director editorial de Promecal Segovia, Aurelio Martín, que redactó numerosas crónicas para ‘El País’ acerca de lo vivido aquellas jornadas en la ciudad. Una de las hermanas de Perico, Marisa, actual concejala de Gobierno Interior y Personal en el Ayuntamiento, le cogió gusto a seguir las etapas en los bares, un ritual muy extendido entre los segovianos. «Muchos días no me daba tiempo ni a comer porque salía de trabajar y me iba directamente al bar. Pero me apetecía disfrutarlo con la gente», cuenta Marisa. Los bares y también los comercios de los diferentes barrios quedaron empapelados con pancartas y carteles en los que se podía leer: ‘Segovia con Delgado’.

El padre del ciclista, Julio, siguió la carrera ‘in situ’ en Francia porque justo acababa de perder su empleo como administrativo en la secretaría provincial de la Unión Sindical Obrera, según cuenta Aurelio Martín. Marisa, en cambio, se quedó en Segovia y le tocó desempeñar una tarea que hoy todavía recuerda. «Venían periodistas franceses y yo tenía que enseñarles la casa de mis padres. Mi hermano me decía que sacara tal y cual foto y eso es lo que hacía», relata. También se pasaba el día colgada del teléfono para trasladar a amigos y conocidos de la familia cómo se encontraba Perico y las posibles novedades que pudieran haber surgido.

Allí donde se estaba gestando la página más importante en la historia del deporte segoviano se encontraba, mientras, Ignacio Tapia. El Centro de Iniciativas Turísticas, del que él era el secretario, había promovido una campaña de promoción que consistía en difundir el nombre de Segovia por todo el mundo pintando en las carreteras por las que transcurría el Tour de Francia ese mensaje de ‘Segovia con Delgado’. Juan Carlos Santos Martín –presidente de esta institución que fue el antecedente del Patronato Provincial de Turismo– y segovianos como Eduardo Alonso, Carlos Díez y Alfonso Martín Orejana también participaron en el viaje llevando además hasta Francia el nombre del Club Ciclista 53x13. «Hacíamos las pintadas en las carreteras el día anterior a cada etapa y también llevábamos pancartas. Estuvimos en el Tour, la Vuelta, el Giro, campeonatos del mundo, carreras de un sólo día como la Milán-San Remo», recuerda Tapia, que tampoco faltó en París cuando Perico ganó definitivamente aquel Tour del 88.

«Teníamos dos pases para poder ver la entrega de premios en los Campos Elíseos, pero entramos muchos más», apunta Marisa Delgado acerca de aquellos instantes inolvidables. «Lo vivimos con mucha emoción. Íbamos en el metro y la gente, al oírnos hablar español, decía: ‘Delgado, Delgado’», añade. Aurelio Martín conserva numerosos recuerdos. Fotografías, una gorra, un distintivo que entregaba la organización a los coches autorizados... «Yo no tenía acreditación y me fui saltando controles. Me acuerdo de una vez que cubrí una competición de Antonio Prieto en el Hipódromo de Madrid, pero ir a París y contar la hazaña de un segoviano en Francia es algo inigualable», subraya el periodista.

Cerca de 2.000 segovianos, decía Martín en una de sus crónicas, estuvieron en París para ver a su paisano vestido de amarillo. Durante aquellos días, las agencias de viaje de Segovia no dieron abasto («Recibimos una llamada cada dos minutos», afirmaba una de ellas) y decenas de autocares partieron a París, aunque el presunto positivo por dóping estuvo a punto de aguar la fiesta. La sospecha que se extendió sobre Perico a pocos días de acabar la prueba se recibió en Segovia con desolación, pero el alcalde de entonces, Luciano Sánchez Reus, se puso manos a la obra para organizar un acto de desagravio al corredor del Reynolds en caso de que fuera desposeído de su triunfo. Incluso el eurodiputado Rafael Calvo Ortega anunció la intención de solicitar un debate en el Parlamento Europeo para tratar la inseguridad jurídica que había padecido al darse a conocer el presunto positivo sin que se le hubiera comunicado siquiera oficialmente.

El susto tuvo un final feliz y el Ayuntamiento envió un telegrama a Steven Rooks –el corredor que se habría beneficiado más directamente de una posible descalificación– para felicitarle por haber dicho que viajaría a Segovia a entregarle el maillot amarillo a Perico en caso de que este no ganara el Tour por este episodio. Al conocerse que finalmente no había positivo, el sonido de los cláxons retumbó en Segovia, donde los bares incluso pusieron altavoces para seguir la intervención del presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI), el español Luis Puig.

CAMPANAS. Con el triunfo en los Campos Elíseos, las campanas de las  iglesias de Segovia repicaron al mismo tiempo. «Que la ciudad estaba volcada se demuestra también en que los mercadillos estaban llenos de camisetas con la fotografía de Pedro y la leyenda ‘La furia española’ o en que los restaurantes crearon menús especiales para homenajearle. Cándido, por ejemplo, empezó a servir ‘Criadillas de Pedro Delgado al maillot amarillo’», rememora Aurelio Martín.

El hombre que acababa de ganar el Tour había pedido un año antes, a los miles de segovianos que le estaban aplaudiendo por su segundo puesto en el 87, que se fijaran «en quién está a vuestro lado para que en 1988 no falte nadie». Unas 20.000 personas se dieron cita en unos actos que comenzaron en el Ayuntamiento, que continuaron con una ofrenda floral a la Virgen de la Fuencisla en su santuario y que concluyeron sobre un escenario en la plaza del Azoguejo montado especialmente para la ocasión. Allí estuvieron entre otros el patrón del Reynolds, Juan García Barberena; los excorredores Federico Martín Bahamontes y Carlos Melero, y el presidente de la Junta de Castilla y León, José María Aznar, que entregó a Perico un cuadro de 2x2 metros del artista Ángel Cristóbal.

A Evaristo Canete le tocó estar en Colombia cumpliendo sus funciones como cámara de Televisión Española, pero no le extrañó esta pasión desbordada en Segovia «porque Pedro era absolutamente espectacular». «Cómo saltaba, cómo dejaba a sus rivales atrás, el nervio que tenía... Tenía y sigue teniendo un carisma al alcance de muy pocos. Siempre le he dicho que nos haríamos millonarios si pidiera un euro por cada vez que se para a hacerse una fotografía con alguien», apunta este veterano cámara, que labró amistad con él durante las nueve retransmisiones del Tour que compartieron.

Retransmisiones en las que Perico siempre aprovecha para presumir de Segovia, que aquel verano de 1988 vistió de amarillo a sus gentes e incluso a sus estatuas, como comprobó la de Juan Bravo.