Liquidados por las obras

Sergio Arribas
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La reforma de la calle de San Juan hace estragos. Un negocio anuncia el cierre definitivo «debido a las obras». Desde que colocaron las vallas, la tienda es «invisible» y los clientes se han esfumado. Otro también se plantea bajar la persiana.

Casco blanco, mono azul y peto fluorescente. El hombre, con indumentaria inconfundible, asoma por la puerta de la tienda, con un cable de enchufe en la mano. Es un obrero de las obras de la calle de San Juan. «¿Puedo enganchar a la luz diez minutos?», pregunta el operario al propietario del establecimiento, la cuchillería situada al inicio de la calle, en la zona más próxima al Acueducto. «Sí, sí majo, lo que necesites», le responde José María Pérez, propietario de ‘Armas del Mundo’, una tienda especializada en la venta de navajas y machetes, cuchillos de cocina y caza y réplicas de espadas y otras armas históricas. 

Llama la atención la gentileza hacia quienes ‘provocarán’ el cierre definitivo del negocio. «Ellos [los obreros] no tienen culpa de nada», aclara José María, que hace solo unos días ha colocado un llamativo cartel plastificado en la puerta de la tienda. «Liquidación total por cierre debido a las obras», reza el letrero. La frase suena exagerada. La decisión se antoja demasiado drástica. Apenas han transcurrido tres semanas desde que arrancaran las obras, y las máquinas, obreros y vallas invadieran la calle, transformada en campo de batalla, donde el polvo rivaliza con el ruido tenaz de una gran excavadora. José María niega que el cartel sea fruto de un «calentón» y, de inmediato, esboza los argumentos. Se levantó el adoquín de la calzada, que quedó protegida a ambos lados por una fila de vallas. Y colocaron mallas de ocultación. Con ello, ‘Armas del Mundo’ pasó a ser «invisible», especialmente desde el otro lado de la calle, donde se encuentra el paso de peatones más próximo al Acueducto. 

«Nosotros dependemos de que nos vean los turistas que pasan por allí. Una vez que llegan al final de la valla ya se han metido en el Acueducto y a nosotros no nos ve absolutamente nadie», esgrime José María que ha pedido, sin ningún éxito, que se retire la malla de ocultación colocada sobre las vallas para que, al menos, la tienda sea permeable a la vista de los turistas.

Desde que colocaron las vallas con malla —elemento utilizado para otorgar privacidad a la obra— los clientes se han esfumado. «Aquí no ha vuelto a entrar nadie», señala el dueño de ‘Armas del Mundo’. Ningún cliente el viernes, dos el sábado y otra pareja el domingo. Con este negro panorama «es imposible» que el negocio pueda resistir los siete meses —cuatro en el caso de este tramo— que durarán las obras. «Ni dos ni tres meses, por mucho que me eche una mano el casero, que me la echa. Hay unos gastos mínimos», advierte el propietario, decidido a bajar la persiana. De hecho, ya ha avisado para que retiren la cámara frigorífica de bebidas y ha anulado la reforma del mobiliario de la tienda, que contrató recientemente.

José María ha pagado el alquiler del local este mes y tiene pagados dos más de fianza. Intentará aguantar abierto el mes de agosto, el mejor mes del año para el negocio, «por si puedo liquidar algo». ¿Es posible la marcha atrás?. Que retiren la malla de ocultación se antoja clave. Y si comienzan a adoquinar «por abajo» y retiran las vallas en un par de meses habría alguna esperanza para la salvación. «Si nada cambia, tenemos que cerrar obligatoriamente. Es así. No queda otra», sostiene el propietario, dispuesto, no obstante, a resistir hasta septiembre.

No es el único caso. Arancha Labrador, propietaria de ‘S.P.Pymes’, una asesoría de empresas situada en la misma acera, en lo alto de la calle, también se ha planteado «seriamente» abandonar la calle de San Juan por culpa de unas obras que han supuesto un «golpe durísimo» al negocio, abierto hace dos años.

Desde hace semanas ya no pasa casi nadie frente a su escaparate. También es invisible. «Claro que he pensado en trasladarme. De momento, como primera medida voy a cerrar el resto del verano», explica Arancha, indignada ante la «chapuza» realizada para facilitar el acceso a los negocios. Unos cuentan con rampas metálicas, aunque en su caso, como el de otros establecimientos, la obra ha colocado tablas «absolutamente inestables». Lo que más molesta a Arancha es la «falta de cuidado y delicadeza» de los obreros. «Han colocado un cubo de basura junto a mi escaparate. El otro día había un bote de refresco tirado junto a la puerta.  Cuando me quejé, se rieron. Me dijeron que el cubo me venía bien para tirar el bote. Ya no es la obra en sí, sino esa falta de delicadeza y respeto», añade.

«NO PASA NADIE». Al lado de la asesoría está la inmobiliaria Inmo FB-Elite House. Fernando Fresneda, director comercial, describe los efectos de la obra sobre el negocio. En este lado de la calle, donde la acera está completamente levantada y el firme es de arena, llega un punto en el que el paso peatonal queda interrumpido. De esta manera, todos los peatones utilizan el otro extremo para ascender o bajar por la calle de San Juan, donde la acera aún está intacta.

«Por esta acera no pasa nadie. Desde el otro lado, desde la acera de enfrente, sí se ve la fachada y la oficina [no hay vallas], pero al no pasar por aquí, las ofertas que ponemos en el escaparate no se ven. Nadie cruza para mirar los carteles», afirma Fresneda, que admite cómo las obras han restado clientes a la inmobiliaria. «Entra el que mira el escaparate. Y el que entra a preguntar, suele comprar. Ese cliente le hemos perdido», comenta el agente inmobiliaria, quien, no obstante, considera que «ahora toca padecer para luego disfrutar. No podemos hacer nada».

El vestíbulo de la casa de Nacho Guijarro está lleno de zapatos. Ahora la familia se descalza nada más entrar para no llenar de polvo la vivienda. «Limpiamos ayer la escalera y mira como está ya», dice Nacho. «Para estar bien la calle antes tiene que estar mal, pero es que esta obra la tenían que haber hecho hace tiempo. Hacen la obra cuando pueden, quieren o en año de elecciones. Se tiene que ver que la hacen, por eso arrancaron en las ferias y fiestas», afirma este vecino, que recuerda cómo en mitad de los festejos de la ciudad levantaron su acera «y estuvimos una semana caminando sobre arena, como si fuera la playa». 

Con resignación también vive las obras Miguel Ángel Clemente, que regenta una tienda de reparación del calzado. No vive del turismo y cuenta con una clientela fija y fiel. «Hay ruido, polvo, un día te cortan el agua, otro la luz… Son muchos trastornos. Es lo que hay, tampoco me voy a quejar, porque, ciertamente, el que quiere traer los zapatos a arreglar, los seguirá trayendo», asegura Clemente. El zapatero reconoce los perjuicios que padecen los vecinos, desde el que ha tenido que sacar el coche del garaje y aparcarlo en la calle hasta los residentes mayores, con dificultades de movilidad, o los que tienen que transitar por un pavimento de arena con carros de bebé o de la compra.