Descanso para el Infante

M.Galindo
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La restauración del sepulcro del Infante Don Pedro en la Catedral evoca la historia del dolor de Enrique II de Trastámara por la trágica muerte de su hijo

Detalle del sepulcro del infante, en la sala de Santa Catalina - Foto: Rosa Blanco

Pocas cosas causan un dolor tan intenso como la pérdida de un hijo, y el dolor se acrecienta si la 'ley de vida' que señala que los hijos sobreviven a los padres se trunca a muy corta edad. Hay muchas historias que refrendan esta afirmación, y una de ellas ha dado lugar a uno de los espacios más hermosos y menos conocidos  de la Catedral de Segovia, que conserva en la capilla de Santa Catalina el sepulcro del Infante Don Pedro, hijo de Enrique II de Trastámara, cuyos restos yacen en en la que fuera capilla situada en el cuerpo bajo de la torre y que es el eje de la nueva sala expositiva de la seo segoviana.

La historia narra que el Infante Don Pedro nació en 1366 en un periodo convulso de la historia de España, ya que su padre, Enrique II estaba enfrentado a su hermano Pedro I por el poder en Castilla desde hace más de una década. La guerra obligaba al rey Enrique a pasar largos periodos fuera de su residencia en el Alcázar, por lo que su hijo quedaba al cuidado de ayas y criadas.

Así, el 22 de julio de 1366 ocurrió el fatal accidente cuando el infante cayó al parecer de forma accidental desde uno de los balcones de la fortaleza cuando estaba en brazos de una de sus criadas, muriendo en el acto.

El accidente sumió en la tristeza a Enrique II, que expide un privilegio real para levantar un sepulcro en su honor, y por expreso deseo suyo se levanta en el centro del coro  de la antigua Catedral, y especifica en el documento real que debería estar iluminado por dos hacheros día y noche y custodiado «por dos porteros de confianza del Cabildo para siempre».

Casi dos siglos después, la Guerra de las Comunidades dañó gravemente la Catedral y se decide construir una nueva en su actual ubicación, y los restos del infante se trasladaron a la capilla de Santa Catalina, donde se construyó un nuevo sepulcro, que es el que se conserva en la actualidad.

Fue precisamente la restauración del sepulcro en el marco de las obras de la Sala de Santa Catalina la que concretó un hallazgo fundamental para desentrañar esta historia. Así, en 2019 fue encontrado un pequeño cofre que guardaba sus restos mortales y un conjunto de indumentaria medieval correspondiente a una persona de corta edad.

Los análisis realizados de los huesos desmintieron el dato de la leyenda sobre el infortunado accidente del Infante Don Pedro en lo referido a su edad. De esta manera, la investigación genética y antropológica realizada por prestigiosos forenses y radiólogos determinó que los huesos hallados corresponden a una persona de edad comprendida entre seis meses y un año y medio, y añaden detalles médicos como el hecho de que el infante pudiera haber padecido raquitismo.

En paralelo al hallazgo de los huesos, el conjunto de indumentaria medieval encontrado en el cofre supuso la posibilidad de poder documentar la vestimenta de la época conforme a los restos ocultos en el sepulcro. El trabajo del Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Castilla y León permitió recuperar las piezas encontradas -una túnica larga y otra abotonada y un relicario en el que se envolvían los restos óseos encontrados- a través de un proceso de limpieza y recuperación de los tejidos que puede contemplarse en las vitrinas expositivas de la sala de Santa Catalina.

Tanto la historia del Infante Don Pedro como el descubrimiento y posterior recuperación de los restos hallados en el sepulcro puede verse en un audiovisual elaborado a tal fin que se exhibe en la propia sala, realizado por la empresa Avanzia y que combina videos e imágenes.

El sepulcro del Infante es uno de los principales atractivos de este nuevo espacio museístico en la Catedral, abierto ya hace una semana, y en el que el Cabildo ha invertido más de 295.000 euros en su rehabilitación y musealización.
El nuevo espacio expone una selección de 73 objetos al servicio de la liturgia. Destacan por su valor una selección de 16 cálices, como el realizado por Juan de Arce hacia 1490 y donado por el duque de Alburquerque Beltrán de la Cueva, o los ocho relicarios con restos de San Frutos y San Bartolomé.

Esta colección de piezas se completa con elementos litúrgicos ya en desuso como vinajeras, aguamaniles, acetres, hisopos, sacras o atriles, y ocupa un lugar especial sobre el altar de piedra un magnífico expositor de plata y bronce de Antonio y Fabio Vendetti, realizado en 1772.