Menú de la desesperación (I)

Sergio Arribas
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Obligados al cierre de sus negocios, asisten con angustia a la ausencia de ingresos mientras se acumulan las facturas y las deudas. El insomnio se ha apoderado de los hosteleros.

Antonio Misis, propietario del restaurante La Postal, en Zamarramala. - Foto: Rosa Blanco

Esos mismos bares y restaurantes que gozaban de unas cuentas solventes y una estabilidad labrada con años de trabajo y esfuerzo, hoy se tambalean. Nadie podía imaginar una situación tan crítica. Y nadie, o muy pocos, se atreven a aventurar cuándo regresará la normalidad para un sector, el de la hostelería, uno de los motores de la economía segoviana, obligado, desde el pasado 6 de noviembre, como en toda Castilla y León, a un cierre total, prolongado, este jueves, al menos para otros 14 días. 

Los testimonios de propietarios de bares y restaurantes segovianos recogidos por El Día de Segovia dibujan un panorama cargado de angustia e incertidumbre; sentimientos que, según dicen, les impiden conciliar el sueño.

El insomnio obedece a la lógica preocupación por el futuro de sus negocios, por la acumulación de deudas, por la paralización de los pagos a proveedores o por la ingrata situación de tener que despedir a la plantilla si el cierre se prolonga y el negocio no remonta. Con las persianas bajadas, los ‘colchones’, en forma de ahorros, se desinflan, mientras las cajas siguen vacías. No hay ingresos, pero sí gastos, incluso con las puertas cerradas, en forma de impuestos o de facturas de gas y luz, una energía necesaria para mantener funcionando unas cámaras frigoríficas que no pueden apagar.

Joaquín Estévez, dueño de Cervecería Excalibur, en Nueva Segovia.Joaquín Estévez, dueño de Cervecería Excalibur, en Nueva Segovia. - Foto: Rosa Blanco

Vivir con 400 euros. «Sí, es cierto, con esta situación la hostelería no puede dormir», afirma el vicepresidente de la AIHS, Jesús Castellanos, que invita a pensar en el empresario de hostelería como «otro ciudadano más, que, a los gastos de su negocio, suma los del pago de la hipoteca de su casa, el préstamo de su coche o los gastos escolares de sus hijos». «Todavía estamos esperando —dice— a que como autónomos se nos pague algo (…) En teoría nos iban a dar 400 euros al mes. Y yo pregunto a los políticos de la Junta, ¿cómo podrían vivir ellos con ese dinero?».

Castellanos recalca que otros 14 días más de cierre son «más acumulación de deudas y de ruina» y «sin que todavía nadie se haya dignado a aprobar un plan de ayudas en Castilla y León para el sector como en otras comunidades». Es más, el vicepresidente de la AIHS anima a «copiar el modelo de Madrid» aunque «me da la impresión de que Mañueco e Igea tienen reticencias porque no quieren reconocer que lo están haciendo mal. Es la hora de cambiar la manera de afrontar esta pandemia. En Castilla y León se están haciendo las cosas mal. Ahí están los datos de la epidemia, pero en vez de hacer autocrítica, nos culpabilizan a los hosteleros y nos están abocando a una situación crítica».

Castellanos avisa de que el sector no se quedará de brazos cruzados. «Creo que, jamás, nadie se había manifestado hasta ahora para que le dejasen trabajar», afirma. El sector, que reunió a un millar de personas en su manifestación en Segovia, no cesará en su movilización. «Si no nos hacen caso volveremos todos a Valladolid con 7.000 hosteleros,  autónomos y trabajadores, y 300 camiones de proveedores para intentar que la Junta sea consciente del daño que está haciendo a la hostelería porque es increíble que a día de hoy no estén aprobadas esas ayudas al sector». Estos son algunos de sus testimonios.

Santiago Casares, de Restaurante Casares, junto a la Plaza de la Artillería.Santiago Casares, de Restaurante Casares, junto a la Plaza de la Artillería. - Foto: Rosa Blanco

Antonio Misis. Restaurante La Postal. Zamarramala. «Mi restaurante cerrado gasta 8.000 euros al mes». Al frente de Restaurante La Postal, en Zamarramala, está Antonio Misis, un negocio abierto hace 21 años y que cuenta con una plantilla de 23 personas, hoy todos en ERTE. «Nos cierran por decreto. Lo lógico es que si te obligan a bajar la persiana, te concedan previamente unas ayudas», comenta Misis, que considera que los empleadores «somos los que más estamos sufriendo». El dueño de La Postal considera que las administraciones públicas debería ofrecer ayudas a fondo perdido para los empresarios para superar una situación que califica como «crítica» y que, según aventura, muchos empresarios no podrán remontar. 

Misis subraya que su negocio genera gastos de forma contínua, incluso cerrado, sin actividad. «He calculado que La Postal cerrada tiene unos gastos entre 8.000 y 10.000 euros al mes. Eso es inviable. Como no tengamos ayudas estamos abocados a tener que cerrar y con grandes deudas añadidas», comenta el hostelero, que precisa cómo su restaurante cerrado al público arroja una factura de luz de 500 euros al mes, la contratación mínima con la empresa distribuidora, asociada a la potencia eléctrica que necesita para mantener funcionando las cámaras frigoríficas del establecimiento. «Hay género que podré salvar, pero si el cierre se prolonga mes y medio, ya es imposible», explica el propietario de La Postal, que vive estos días con angustia e incerticumbre. «No descansas, no duermes… la mayoría de los empresarios de la hostelería tienen, por desgracia, los pagos paralizados, también a los proveedores. Pero es que no se puede pagar si no se generan ingresos», asegura Misis.

En su opinión, las administraciones deberían «aparcar»  proyectos no urgentes y destinar ese dinero a ayudar a los negocios y empresas; mientras observa con «indignación» las peleas políticas por asuntos «irrelevantes» en una situación de crisis económica como la actual. «Todo el mundo debería volcarse en remontar esto y dejarse de polémicas sobre si, por ejemplo, EH Bildu apoya o no los presupuestos».
Al ser preguntado sobre si dentro de un año se ve al frente del restaurante La Postal,  su propietario responde sin titubeos. «Necesito ser optimista. Aunque nos empujan al abismo, si los empresarios tiramos la toalla, mal asunto», recalca.

Joaquín Estévez. Cervecería Excalibur. Barrio de Nueva Segovia. «Nos esforzamos para no caer en la desolación». Joaquín Estévez lleva 19 años al frente de Bar Excalibur, en Nueva Segovia. «Lo estamos llevando con resignación y haciendo esfuerzos para no comernos la cabeza, porque esto te puede llevar a la desesperación», asegura Joaquín, que habla de que bares y restaurantes están afrontando una lucha «sobrenatural» para soportar «cinco meses sin trabajar», el tiempo que, según calcula, sumarán este año los cierres intermitentes que han afectado a la hostelería por culpa de la pandemia.
Excalibur tiene una plantilla de seis personas. Los tres empleados pasaron a un ERTE y los tres autónomos recibieron una ayuda de 700 euros durante el confinamiento domiciliario de la primera ola. Sin embargo, ahora al tramitar el cese de actividad del establecimiento, Joaquín ha comprobado con estupor que la ayuda a los autónomos ha bajado a los 400 euros.

«Nos consideramos afortunados porque el local es de nuestra propiedad, llevamos muchos años trabajando y podemos sujetarnos un poco, pero me pongo en el pellejo de otros compañeros que siguen pagando alquileres, que llevan menos tiempo y han hecho grandes inversiones. Como no tengan ayudas, esta situación les lleva a la ruina absoluta».  Joaquín subraya que el cierre de bares y restaurantes no es un problema solo de la hostelería, porque «todos tenemos muchos proveedores y son familias que también viven de esto. Segovia vive del turismo y la hostelería ¿cómo se lo pueden cargar?», se pregunta el hostelero, que no acierta tampoco a entender el porqué si los datos epidemiológicos de Segovia son mejores que los de otras provincias no se actúa con una discriminación positiva.
pagar los platos rotos. «Si Segovia lo está haciendo bien, ¿por qué tenemos que pagar los platos rotos?», se pregunta el propietario de Excalibur, indignado por el hecho de que se permite a abrir a restaurantes de gasolineras y no a los negocios que, como el suyo, han aplicado con rigor todas las medidas de higiene y limpieza.

Joaquín no es demasiado optimista de cara al futuro. «Los datos de la pandemia no son buenos. Ojalá nos permitan abrir antes de las navidades o, al menos, que abran un poco la mano, porque, de lo contrario, a principios de año esto va a ser una hecatombe», añade.

Santiago Casares. Restaurante Casares. Junto a Plaza de la Artillería. «Me dolería tener que despedir al personal». Casares es su apellido y así es como bautizó a su restaurante. Santiago abrió primero el negocio junto a la Plaza Mayor, en 2003, para después mudarse a un amplio local, de 780 metros cuadrados, junto a la plaza de la Artillería, donde Restaurante Casares lleva trabajando desde hace siete años.
Inquieto por saber cuándo podrá reabrir su negocio, que da empleo a 22 personas, la primera reflexión de ‘Santi’ Casares es preguntarse por el porqué del cierre de la hostelería, cuando «yo veo otros espacios con más riesgo de contagio, como los hipermercados, que siguen abiertos». Lo asegura a las puertas del restaurante, donde vasos de plástico y cáscaras de pipas marcan la prueba de que grupos de adolescentes se han reunido bajo el soportal. «Gracias a Dios —confiesa—este verano se ha trabajado y se hace un pequeño colchón. El que teníamos antes se fue con el primer confinamiento. Ahora quizá haya que acudir a préstamos y rollos… pero, ¿hasta cuándo podremos aguantar esto? No sirve volverte loco, aunque te quita el sueño cuando un negocio no funciona. El tema es que, en este caso, nos han obligado a cerrar, es algo que no depende de nosotros».

El restaurante sigue generando gastos, aunque esté cerrado. «Es un local grande ¡imáginate la renta! Hay caseros que se portan bien. La luz, por ejemplo, hay que seguir pagándola, porque tienes cámaras frigoríficas funcionando».El hostelero no niega que la situación es preocupante para un sector que «no solo vive de la gente de Segovia, sino de Madrid y del turismo». «Claro que preocupa —añade— porque si mañana mi empresa no da para todo, tener que despedir no es agradable, es lo que más le duele a uno». Santiago deja entrever que no se ha tomado en serio al sector. «Nos vacilan, nos tienen engañados. No nos cuentan toda la  verdad».