Fernando Lussón

COLABORACIÓN

Fernando Lussón

Periodista


Doce días

14/05/2021

Antes de que pasen una docena de días habrá tenido que resolverse el panorama político catalán si los independentistas no quieren forzar una repetición de las elecciones autonómicas, que supondrán un fracaso en toda línea de su capacidad para articular un gobierno y que pone en juego la doble mayoría de votos y escaños que obtuvieron el pasado 14-F por primera vez.  

Pero si en este tiempo se llega a un acuerdo entre ERC, JxCat y la CUP las perspectivas de que el Govern de coalición entre los dos primeros no termine la legislatura es una posibilidad bien cierta y que se convierta en una jaula de grillos, como ocurrió con el anterior ejecutivo catalán en la que los dos partidos más que gobernar -con Quim Torra al frente, como correa de transmisión del fugado en Waterloo-, no hacían más que vigilarse y ponerse zancadillas. Unas nuevas elecciones tendrán como consecuencia que Cataluña siga sometida a una tensión política que le impedirá recuperar pulso económico, tranquilidad social y el prestigio cosmopolita del que gozó antes de encerrarse en sus peleas de pueblo pequeño.  

Dada la premura, el vicepresidente en funciones Pere Aragonès, comienza a bailar la yenka y a lanzar ideas que acaben en su investidura, del gobierno en solitario al acuerdo con los comunes, pero todas ellas son rechazadas de una u otra forma porque JxCat no lo acepta y porque los de Ada Colau quieren garantías de que los exconvergentes no entrarán en el Govern, con el añadido de que su apoyo en solitario es un brindis al sol por una cuestión de matemáticas parlamentarias.  

Para complicar más el ambiente, un estudio poselectoral del CIS vine a subrayar que más del 40 por ciento de los catalanes preferirían un gobierno de izquierdas en el que participaran PSC, ERC y ECP.  Pero Tanto Aragonès como Salvador Illa, el vencedor de las elecciones no se mueven del sitio. El primero mantiene el cordón sanitario sobre los socialistas y el segundo no está dispuesto a investir al que derrotó en las urnas, y al que pide pista libre para intentar su investidura. No la lograría, pero de cara a unas nuevas elecciones aumentaría su caché. Si se repiten las elecciones nada está escrito: el mismo CIS dice que hay una cuarta parte de votantes que no confirman que votarán al mismo partido que en las elecciones precedentes.  

La única certeza es que no harán sino prolongar la situación de inestabilidad o peor aún de inacción, sin garantías de que el escenario futuro sea muy diferente del actual, aunque es previsible que los independentistas pagaran de algún modo su incapacidad de ponerse de acuerdo, mientras que el dilema volvería a ser el mismo: un gobierno de izquierdas u otro independentista, con ERC como clave del arco. Pero los republicanos catalanes ya saben lo que son los escraches sobre su sede por parte de los más radicales y todavía no han sido capaces de sacudirse el miedo a set llamados botiflers, a pesar de que están dispuestos a llevar a cabo la política del palo y la zanahoria con diálogo y presión respecto al Gobierno central para conseguir la independencia.  

La inestabilidad en Cataluña se traslada a la gobernación del conjunto del país, porque ERC amenaza la estabilidad parlamentaria y puede hacer descarrilar la legislatura. Todo esto es lo que hay que resolver en una docena de días y ponerse a hacer política.