Cuando se trata de valorar las cifras de paro y de empleo el vaso siempre se ve medio vacío. Para que se viera medio lleno tendría que darse una situación de pleno empleo con un paro estructural del cinco por ciento, con posibilidades de cambiar de trabajo inmediatas, con el paro juvenil reducido a la mínima expresión y con unos contratos de trabajo estables y bien remunerados. Ocurre que esa situación no se ha vivido nunca en nuestro país, que cuando más cerca estuvo fue antes del estallido de la burbuja inmobiliaria y que a partir de entonces y hasta la entrada en vigor de la reforma de la reforma laboral, el marcado de trabajo ha sufrido innumerables altibajos, con contratos precarios y sin resolver los problemas derivados de la estructura productiva.
Por estos motivos, aunque las cifras del mes de junio sean buenas siempre se pueden criticar o minusvalorar. O decir que se hace trampas con los datos, para no reconocer que en materia de empleo España se encuentra en mejores condiciones que antes de la contrarreforma; o que habrían sido mejores si la actividad económica fuera más boyante, si la inflación no generara tantas incertidumbres a los ciudadanos y a los inversores a esperar que se despeje el horizonte; o que la mayor parte de los empleos creados son en hostelería y por tanto estacionales, como si eso fuera la primera vez que ocurre.
Los datos relacionados con el mercado laboral son tantos y tan variados que los menos buenos siempre podrán se ser utilizados para opacar a los más favorables. Con la cifra de desempleados por debajo de los tres millones, que colocan a España como el segundo país de la UE con más paro, no se puede mostrar ningún síntoma de satisfacción, pero si se recuerda que venimos de una cifra récord de más de seis millones algo se ha avanzado. Al PP, las felicitaciones por un buen desempeño del Ejecutivo, como hizo Núñez Feijóo con la organización de la cumbre de la OTAN, se le han acabado cuando se trata de valorar una situación relacionada con la economía. Ese es su campo de batalla y no va a reconocer al adversario ni el más mínimo acierto. Aunque los haya habido
El vaso del empleo estará siempre medio vacío, pero las gotas que forman los contratos estables y haber alcanzado los 20,3 millones de trabajadores lo llenan paulatinamente y, además, mediante la recuperación de derechos como en negociación colectiva. Otro ejemplo de cómo se observa el vaso lo tenemos en el real decreto ley aprobado por el Gobierno, que prohibirá que una plaza este más de tres años cubierta de forma temporal y que supondrá la regularización de las condiciones de trabajo 67.300 sanitarios que han ido encadenando contratos, a veces durante más de veinte años. Se dirá que es una obligación impuesta desde la Unión Europea, que las comunidades autónomas ya lo tenían previsto y de ahí la facilidad con la que se ha alcanzado el acuerdo entre Administraciones, y que ese recurso no es suficiente para resolver el déficit de profesionales que padece la sanidad pública, sobre todo en atención primaria que es el actual cuello de botella de la atención sanitaria, y más tras los dos años de pandemia que ahora vuelve a agudizarse con la séptima ola del covid-19. Pero a aquellos que puedan salir de una situación de precariedad y hacer suya una plaza en la que han desarrollado su trabajo desde hace años, sujetos al albur de un sinfín de circunstancias, la nueva norma les permitirá ver el vaso un poco más lleno.