¿Llega el fin del romance?

M. R. Y. (SPC)
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La estela del primer ministro Trudeau parece desvanecerse en Canadá, tras un mandato salpicado de polémica que le podría dejar fuera del Gobierno

¿Llega el fin del romance? - Foto: Eric Demers

Llegó como una gran estrella al panorama político de su país. Hijo del ex primer ministro Pierre Elliot Trudeau -que estuvo cerca de 15 años al frente del Ejecutivo-, el liberal Justin Trudeau inició en 2007 una carrera meteórica al convertirse en el candidato de su partido al Parlamento de Quebec. A partir de ahí, en apenas seis años, se erigió como líder de la formación, con la que compitió y ganó en las elecciones de octubre de 2015 con una contundente mayoría absoluta, casi el 40 por ciento de los votos y 180 escaños, acabando con una década de Gobierno del conservador Stephen Harper. 

Fue entonces cuando Canadá inició un romance con Trudeau que se mantiene hasta ahora, pero que podría acabar con una nueva cita electoral, tras las desavenencias surgidas en los últimos meses.

El fervor con el que fue recibido ha desaparecido casi por completo después de que el premier haya dejado atrás promesas como la reforma del sistema electoral -una petición histórica en el país- o políticas medioambientales para luchar contra el cambio climático. A esto se suma una trama de corrupción en el seno de su partido y el reciente escándalo de las presiones para favorecer a la mayor constructora de la nación, SNC-Lavalin, que llevó a la dimisión de algunos de los integrantes de su Gabinete y han mellado la popularidad del mandatario, quien, además, se ha negado a pedir perdón por este caso.

La controversia ha perseguido recientemente a Trudeau, quien sí se ha disculpado por disfrazarse de Aladino en 2001 en una fiesta del colegio donde era profesor. En Canadá, desde hace décadas, se considera un insulto racista que una persona blanca se pinte la cara de negro para aparentar ser de otra raza. Y, por ello, el mandatario se mostró «avergonzado» y reconoció que en aquella época «no entendía lo dañino que es para la gente que vive discriminación cada día». 

Esta polémica le puede salir cara. Si a finales de 2016 llegó a contar con una aprobación récord del 65 por ciento, el pasado julio cayó a mínimos del 32 por ciento. Y en este tiempo no ha logrado remontar: los últimos sondeos conceden a los liberales un 33,9 por ciento en intención de voto, menos de un punto más del que conseguirían los conservadores en las elecciones del próximo lunes (33 por ciento).

Precisamente, el líder de la formación de derecha, Andrew Scheer, ha aprovechado este altercado para tildar a su rival político de ser «un falso» y «un fraude», atacando asimismo los puntos fuertes del liberal, su relación con la población indígena y su posición como «feminista», al señalar que el pasado febrero forzó la salida del Gobierno de la primera mujer indígena nombrada ministra de Justicia, Jody Wilson-Raybould, por el escándalo de SNC-Lavalin.

Pese a todo, Trudeau confía en dar la vuelta a las encuestas, como ya hizo en 2015, con un mensaje en el que pretende volver a motivar a los votantes de centroizquierda, las mujeres y los ecologistas. 

Consciente de que los problemas ambientales se sitúa en cabeza de las preocupaciones de los canadienses -según el último barómetro, firma un 27 por ciento, por delante de la atención médica (24) y la situación económica (18 por ciento)-, los liberales han puesto en la cima de su agenda la batalla contra el efecto invernadero para seducir a los votantes y, de hecho, se esfuerzan en subrayar que cuestiones como la lucha contra el cambio climático o el derecho al aborto están en peligro si los conservadores regresan al poder.

«Siempre es posible hacerlo mejor», confía el premier, quien mantiene las políticas de apertura migratoria, defensa de las libertades individuales y económicas y apego al multiculturalismo que ya defendió su padre.

En manos de Quebec

Mientras Trudeau busca una nueva oportunidad, los conservadores apelan a la abstención de los liberales, a los que recuerdan que han sido «engañados» por su líder y «ha perdido la autoridad moral para gobernar». Así, lejos de intentar conseguir votos de sus contrincantes, lo que pretenden es un desgaste que aúpe a otras formaciones.

Aunque observadores y analistas no arriesgan, sí destacan que el horizonte más claro el 21 de octubre será el del triunfo para cualquiera de los dos favoritos.

A pesar del escaso margen entre ambos, las características del sistema electoral anticipan que Trudeau volverá a ganar, pero de una manera mucho más ajustada.

Serán clave los resultados en Quebec, una provincia determinante, ya que es la segunda en números de escaños -75-. El respaldo al socialdemócrata y separatista Bloque Quebequés (BQ) -al que conceden cerca de un 6 por ciento de los votos- podría ser decisivo para una mayoría en el Parlamento, a la que podría sumarse el Nuevo Partido Democrático (NPD), con un 14,7 por ciento de respaldos según las últimas encuestas.

Consciente de su importancia, Trudeau reconoció recientemente que la región tiene derecho a «aplicar un examen» a los inmigrantes que se quieren asentar allí, una afirmación que ha sorprendido a más de uno, ya que el dirigente llegó al poder en 2015 con una postura diametralmente opuesta -de hecho, una de sus primeras medidas en el poder fue aceptar en el país unos 40.000 refugiados de Siria-.

No quiere convertirse el liberal en el primer jefe del Ejecutivo canadiense que no consigue revalidar su cargo tras completar un mandato desde los años 30 del siglo pasado. Y para ello, desplegará nuevamente todos sus encantos para evitar que, a pesar de esa carrera meteórica, acabe siendo una estrella fugaz en la política de la nación.