La covid, desde dentro de la UCI

Gadea G. Ubierna
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Las unidades de cuidados intensivos de Castilla y León han enganchado la segunda oleada con la tercera. La de Burgos ha recibido a más de una veintena y abre sus puertas a Promecal para mostrar cómo es su día a día desde hace casi un año

Cada técnica en la UCI, hasta la más sencilla, requiere de muchas manos y de un trabajo en equipo. En este caso, preparativos para intubar a un enfermo y luego darle la vuelta. - Foto: Alberto Rodrigo

Los pacientes que ingresan en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) por la enfermedad del coronavirus se asfixian. Es literal, tienen una neumonía en los dos pulmones y una inflamación que requieren una respuesta inmediata que, sin embargo, en este momento de la tercera oleada algunas unidades de críticos de Castilla y León no pueden prestar por saturación. Es el caso de los hospitales de Segovia, Palencia y, más puntualmente, de los de Valladolid, a los que se les da soporte desde el complejo asistencial de Burgos. La UCI del HUBU trataba esta semana a 41 enfermos por covid, de los cuales 24 llegaron a ser de otras provincias. En este reportaje, el equipo muestra a Diario de Burgos, único medio de comunicación que ha tenido acceso a esta unidad en la pandemia, cómo se compatibiliza este trabajo con la atención a la patología diversa. Porque hay vida más allá del coronavirus y, como dicen en el equipo, «así debe ser»

El día en la unidad de cuidados intensivos del HUBU, única para la provincia y de referencia para Soria en varias patologías, comienza alrededor de una mesa, en la que, con distancia y ventilación, los 17 intensivistas en activo comparten lo más relevante de cada uno de los 54 ingresados: 41 por covid y 13 por patología diversa. En la pared hay unas pizarras en las que se han pintado con rotulador los planos de las seis secciones que componen la UCI extendida (60 camas abiertas y posibilidad de llegar a 62) y se informa de qué médico está a cargo de cada una, así como de qué boxes están libres. Así, cada vez que suena el teléfono para pedir una cama, y ahora suena mucho, todo el equipo tiene claro dónde se le puede ubicar. Enfermería, con cien profesionales, hace otro tanto con cada turno y, una vez finalizadas las sesiones, quienes van a atender a los enfermos infecciosos se visten para ello.

Lo hacen siempre de dos en dos o ante un espejo, para asegurarse de que no quede piel expuesta al virus. La falta de Equipos de Protección Individual (EPI) y de recursos materiales fue característica de la primera oleada, pero ahora tienen variedad; el estándar es un buzo blanco, plastificado y con capucha que se coloca sobre el típico pijama de hospital, los zuecos, las calzas y sobre un primer par de guantes. Con una tijera se hace un agujero para enganchar las mangas al pulgar y asegurar la sujeción. A continuación, otro par de guantes, dos mascarillas -la primera con filtro y la segunda quirúrgica- y unas gafas. Se sube la capucha y así, con un calor horroroso y sudando sin parar, médicos, enfermeros y auxiliares pueden pasar hasta un turno completo; es decir, ocho horas. Avanzada la pandemia consiguieron otros ‘epis’ más amplios y menos sofocantes, lo cual facilita el trabajo, con movimiento corporal. 

Solo con una semana de intubación y sedación, el paciente pierde masa muscular y las extremidades parecen estar «desfallecidas». Cuando recupera la consciencia, ha de recobrar toda la fuerza perdida.Solo con una semana de intubación y sedación, el paciente pierde masa muscular y las extremidades parecen estar «desfallecidas». Cuando recupera la consciencia, ha de recobrar toda la fuerza perdida. - Foto: Alberto RodrigoLos primeros en vestirse son los residentes en último año de especialización Ángela Larrosa y Pedro Granado, quien, más tarde, se convertirá en protagonista del día en el equipo. Ahora, simplemente comunican al coordinador de las camas covid en la unidad, el intensivista Sergio Ossa, que hay que hacer una traqueotomía a un paciente derivado de Segovia porque, después de dos semanas «intubado» -conectado a un respirador a través de un tubo que comunica con la vía aérea por la boca- ha conseguido mejorar lo bastante como para reducir a un 50% su necesidad de oxígeno de la máquina. Si se le da el aire que le falta a través de un agujerito en la garganta, se le puede ir despertando poco a poco para que retome contacto con la realidad y su recuperación continúe de forma más cómoda y segura. El jefe de servicio, José Antonio Fernández, escucha y apunta que en la UCI de Burgos las técnicas complejas las ejecutan los residentes ‘adultos’ porque son ellos quienes tendrán que practicarlas y supervisarlas en el futuro. «Pero siempre hay especialistas controlando y listos para intervenir. Si no es necesario, el residente da instrucciones y los demás le apoyan. El trabajo se hace por grupos y en todo momento hay alguien fuera de los boxes, personal circulante ‘limpio’, para suministrar material a quien lo pide desde una zona ‘sucia’».

En este caso, los dos residentes y las enfermeras ya se han colocado en la cabecera de la cama para realizar una técnica que, matiza Ossa, en otros hospitales hacen los otorrinos en quirófano. «La traqueotomía puede ser quirúrgica o percutánea;en Burgos hacemos las dos, pero para reducir riesgo de infecciones y tiempo de quirófanos, optamos más por la percutánea. En estos once meses, habremos hecho más de noventa», añade. El tubito que se introduce en la garganta mide 10 centímetros, la mitad que una goma de intubación y su diámetro también es menor, por lo que es menos agresiva. «Lleva mucho más tiempo prepararla que ejecutarla, que es cosa de 7 u 8 minutos. Pero hay que organizarla bien, porque equivocarse equivale a matar al paciente», explica Fernández, sin quitar la vista del box de cristal y apuntando que, si se indica, es porque el enfermo «está peleando y tiene opciones de salir adelante».

Las terapias para críticos son invasivas, por lo que cada petición de ingreso se estudia de forma minuciosa para ver si la UCI puede ofrecer algo que en planta no. El equipo es contundente cuando afirma que en esta evaluación previa, la edad es un factor, pero no único ni determinante. «Queremos dejarlo claro: la edad nunca es criterio para entrar o no entrar», asegura el intensivista Fernando Callejo, destacando que «el objetivo de los cuidados intensivos es que el enfermo sobreviva y que lo haga con calidad de vida. Si la situación basal de la persona es buena y prevemos que va a soportar la agresión de nuestros tratamientos, claro que lo ingresamos». 

La pandemia ha incrementado el número de pacientes simultáneos, pero no la esencia del trabajo.La pandemia ha incrementado el número de pacientes simultáneos, pero no la esencia del trabajo. - Foto: Alberto RodrigoEn Burgos, el crítico por covid más anciano que han atendido tenía 88 años, pero la edad media son 63. Es algo menos que en la primera oleada, pero todos parecen mayores, incluso quienes son más jóvenes. Tumbados y sedados, conectados a las máquinas, parecen descansar plácidamente cuando, en realidad, su organismo está siendo forzado a arrinconar la infección con ventilación mecánica y medicación. Para los pacientes con covid no hay un tratamiento específico, pero en estos once meses ha habido un aprendizaje en el manejo de la enfermedad y una revisión continua del trabajo. Ossa explica que la intubación se ha reducido en Burgos del 82% de la primera oleada al 43% de la segunda, la de mayor impacto en la provincia hasta la fecha. «No intubar evita infecciones, la debilidad máxima, acorta la estancia... Hay ventajas», dice. También ha habido ajustes en el tratamiento de anticoagulación y en el inmunosupresor, para aquellos cuyo organismo responde a la infección con una inflamación exagerada de los órganos. «Lo que hacíamos nos iba bien para la covid, pero los poníamos en una situación de vulnerabilidad brutal ante infecciones. Los sacábamos de las llamas para meterlos en las brasas», dice Ossa. Entre las ventajas de intubar menos está la reducción de la estancia media, de entre 9 y 10 días si el crítico responde a la ventilación no invasiva y de hasta 22 si no es así. Pero hay excepciones en las que se superan los 90, 100 o incluso más días. ¿Tiene opciones de recuperación una persona que lleva tanto tiempo en críticos? «¡Por supuesto! Si no, no lo haríamos», contesta el jefe de servicio, sin dudar.

Mientras, buena parte del equipo está ante el box de un enfermo recién llegado «que está muy malito». Lleva entre 48 y 72 horas con la máscara de oxígeno, pero no reacciona. Tras evaluar su información clínica y hacerle una placa que evidencia la inflamación de los dos pulmones, se concluye que hay que anestesiarlo para intubarlo. Lo explican los intensivistas veteranos, mientras los jóvenes,  Ángela Larrosa y Pedro Granado, se colocan otra vez a la cabecera de la cama con el personal de enfermería. El paciente los mira mientras lo sedan y musita unas palabras que, quizá, sean las últimas. Es Granado quien debe buscar la vía aérea y ha de hacerlo «en segundos», porque el enfermo, ya dormido, no respira. La técnica es frecuente, pero a veces se complica y hoy es uno de esos días. Fernández, Ossa, Callejo y otros tantos profesionales observan la maniobra desde fuera, expectantes, en una calma tensa, porque Granado no está consiguiendo intubar. Nadie levanta la voz, pero en un visto y no visto Callejo está dentro del box con el ‘epi’ puesto y Fernández, también equipado, espera en la puerta, atento. De repente, todos se relajan: la técnica está hecha y el paciente, respirando. «Si no lo intubas se muere, no hay margen. Pero los residentes han aguantado y lo han hecho en una insuficiencia grave», detalla el jefe de servicio, mientras se le acerca Granado, entre satisfecho y aliviado, y explica que «he tenido que ir prácticamente a ciegas, porque tenía la glotis [abertura de la laringe] muy estrecha y caída. Pero lo hemos conseguido. Estoy contento; estar tan apoyados nos da mucha confianza».

La intervención no termina ahí, el protagonista debe volver junto al paciente y abrirle una vía central para la medicación. Y, «casi seguro», añade el joven médico, «haya que darle la vuelta para facilitar que, boca abajo, le entre la mayor cantidad posible de aire a los pulmones. Así estará «entre 16 y 24 horas», cuando volverán a colocarlo boca arriba y a observar sus constantes. Si no hay suficiente mejoría, se repetirá la maniobra cuantas veces haga falta. El siguiente paciente de la ronda, de hecho, necesita la maniobra inversa, de prono a supino. Es hombre, lleva seis días con intubación «y ya son cinco las veces que le hemos dado la vuelta». Es una operación aparentemente sencilla, pero requiere de muchas manos. El paciente es corpulento y debe ser colocado en un extremo de la cama para que, al mismo tiempo, le cambien las sábanas y se le asee. Todo ello sin desconectarlo del respirador. «La clave es trabajo en equipo, el liderazgo y la planificación», apunta Ossa, recorriendo los boxes, de cristal y con luz natural, con la mirada.

El equipo dedicado a la atención de la covid puede pasar hasta un turno entero con el ‘epi’.El equipo dedicado a la atención de la covid puede pasar hasta un turno entero con el ‘epi’. - Foto: Alberto RodrigoSi en algo coinciden todos los participantes en este reportaje es en que la pandemia ha incrementado el número de enfermos simultáneos, pero no la esencia de su trabajo, «que es y debe ser la misma». En esta UCI el aumento de pacientes supone que el equipo está trabajando a más del 200%de su capacidad; es decir, que en un hospital que se inauguró con 27 puestos para críticos (de los cuales solo 24 estaban dotados de personal cuando estalló la pandemia, ahora atiende a 54 enfermos, de los cuales 41 con covid. Ante semejantes cifras y sin perspectiva de cambios en el corto plazo, es inevitable preguntar si han llegado a sentir que no daban más de sí. «Ha habido momentos de sufrimiento, porque esta situación nos afecta como a los demás, pero no de desesperación. Y si vemos que alguien flojea, se le va a ayudar. Aquí somos un equipo», dice Callejo.

Esta última frase es las más repetida del día y, de hecho, los protagonistas de estas líneas destacan que, si no, no podrían mantener el ritmo. El engranaje, dicen, funciona en lo práctico y en lo emocional. La enfermera Ana Flores, por ejemplo, admite que once meses pesan y que ella tocó fondo en la segunda oleada, cuando se notó más cansada e irascible. «Pero, en horas bajas, tener el apoyo de los compañeros te permite desahogarte y relativizar. Y, al salir, hay que buscar estrategias para olvidarte del virus», dice.

La enfermería en la UCI no tiene nada que ver con la del resto de servicios. La supervisora en Burgos, Celia Díaz, tiene ahora a cien profesionales a su cargo -en condiciones normales serían 62- y explica que lo que las diferencia del resto es que tienen pleno control sobre el paciente. «Nuestras tareas son exclusivas. Los médicos pautan la medicación, pero nosotras la controlamos y vigilamos; lo mismo que con todo el aparataje:valoramos la información de los monitores, respiradores, máquinas de control de la sangre...», explica, recalcando que, sin embargo, todavía no tienen reconocida la especialización. «Estamos en la especialidad médico-quirúrgica, que engloba desde la planta de Gine, por ejemplo, hasta la UCI. Y nuestro trabajo no es comparable», añade.

La escasez de enfermeras especializadas en críticos ha sido una constante en toda la pandemia, por lo que las expertas han compatibilizado su trabajo con la formación ‘exprés’ de otros compañeros. Así lo explica Díaz, destacando también el papel de los 60 auxiliares (de normal serían 36). Todos forman una cadena que entre la primera y segunda oleada (de la tercera aún no hay datos cerrados) atendieron a 1.200 personas, de las cuales 300 con covid. Y, de estas, el 84,3% salió adelante. «Todo esto no se atiende por arte de magia; por cada covid hay dos o tres no covid, que tienen el mismo derecho y nosotros la misma obligación de tratarlos», dice Ossa, admitiendo que en la primera oleada «entonamos el ‘mea culpa’, nos dimos cuenta de que nos volcamos en la emergencia y de que no habíamos puesto el mismo foco» en la patología diversa.

Para conseguir llegar a todo, el equipo médico cuenta con los residentes de Medicina Intensiva, pero también con los que rotan de otras especialidades y con pediatras de la UCIinfantil. El jefe de servicio explica que hay una «gestión humana del personal, con actitud positiva, vocación y pasión por el trabajo para no dejarnos llevar por la inercia del cansancio. No podemos estar con ñoñerías, desbordados están los pacientes que tenemos encima de las camas».

Algunos, los menos, están conscientes e incorporados y, con la mirada y el gesto, cuentan cómo se sienten. Todos están peinados, afeitados y con la piel cuidada, para evitar llagas y escaras. Hay quien tiene objetos personales en la habitación: fotos de la familia, una radio, tablet con altavoces... Es fundamental saber qué les gusta para tratar de motivarlos mientras se les va retirando la sedación y comienzan la siguiente fase de la recuperación con ayuda de la fisioterapia. «Un paciente que ha estado sedado e intubado tiene las extremidades como desfallecidas», cuenta la fisio Ana Martínez, destacando que «los músculos respiratorios también se atrofian, así que nosotros trabajamos a nivel motor y respiratorio». Su objetivo es que la persona recupere musculatura y que sean capaces de expulsar las secreciones por sí mismos. Es un trabajo lento, que se hace con epi, y prestando atención a las necesidades del paciente, que cuando empieza a recuperar la consciencia, aún necesita el respirador y una sonda para comer. 

Saberse en esa situación, que puede prolongarse en el tiempo, y estar alejados de la familia, provoca altibajos emocionales. Y no solo en los pacientes, la inestabilidad también hace mella en los parientes. De ahí que, además de ofrecerles el apoyo del psicólogo del hospital, en la UCI del HUBU consideren parte de la atención al enfermo una relación de afecto con sus familiares. En circunstancias normales cada día hay un rato de encuentro con allegados, pero como la pandemia impide mantener ese contacto físico, se ha transformado en videollamadas. Se hacen una vez que finaliza la ronda de la mañana y la intensivista Eva Pérez explica, con la tablet en la mano, que «nos permiten acercarnos a ellos y ayudarles a gestionar toda la ansiedad que genera el no ver a tu padre, madre o hermano y comprobar por ellos mismos que lo que les decimos es así». Pérez muestra cómo es uno de esos partes, en este caso con una familia de Segovia para la que tenía buenas noticias. Pero no siempre es así; hay desenlaces irreversibles y abruptos en los que también hay que llamar y consolar. Forma parte del día a día, aunque el equipo siempre trabaje por lo contrario, como sintetiza así Ana Flores: «Ves que llega un paciente que puede perder la vida en cualquier momento y ayudas a que eso no pase. No hay nada más bonito que eso».