¡Corkcho, cuántas tiendas de mascarillas!

Nacho Sáez
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A escasos metros de la Plaza Mayor ha abierto recientemente el tercer establecimiento de la Calle Real especializado en cubrebocas. Detrás de todos está la misma cadena, que incluso las fabrica.

Lydia Olmos Acosta, empleada de la tienda de mascarillas situada a pocos metros de la Plaza Mayor, posa con algunos de los modelos que venden. - Foto: Rosa Blanco

Es que da pena, Segovia se va a pudrir», comentan dos jóvenes mientras caminan apresurados por la Calle Real ante la cercanía de la hora del toque de queda. En el crepúsculo de la tarde de este pasado lunes se fijan en otro ocaso. El de numerosos negocios de la principal vía comercial de Segovia que han bajado la persiana para siempre por la crisis derivada de la pandemia. En ese tramo de la Calle Real que les llama la atención han retirado sus carteles o han vaciado sus escaparates la cadena de heladerías Llaollao y la tienda de complementos y accesorios La Escalera, pero la lista crece y crece hasta llegar a la plaza del Azoguejo. El comercio está herido.

Una realidad marcada por el desplome del turismo y los altos precios de los alquileres de los locales que solo parece poder romper Corkcho. Esta cadena de tiendas de accesorios de moda ha abierto recientemente su tercer establecimiento en la Calle Real, aunque bajo el emblema de su propia marca de mascarillas, ‘Mira Mira’. De distinguirse por su amplia gama de artículos hechos con corcho (bolsos, colgantes, pulseras...) ha pasado en los últimos meses a llenar sus estanterías con decenas de cajas de mascarillas y llamativas ofertas para hacer la competencia a supermercados y farmacias.

«Con lo que ha pasado nos hemos tenido que agarrar a algo porque si no, como muchos negocios, cierras. Las mascarillas nos han ayudado», explica Lydia Olmos, una de las empleadas que atiende esa última tienda que se ha sumado a las que ya tenía Corkcho en Segovia en la calle Cervantes, frente a la Casa de los Picos y en el Centro Comercial Luz de Castilla. Situada a escasos metros de la Plaza Mayor, ha reemplazado a Jaqueton en ese local porticado que se encuentra escoltado por Regalos Alba y Limón y Menta en la calle Isabel la Católica. El reclamo ya no son solo las mascarillas en su escaparate sino un gran rótulo con fondo amarillo que no deja lugar a la imaginación.

Otra de las tiendas de mascarillas de la Calle Real, en este caso situada frente a la Casa de los Picos. Otra de las tiendas de mascarillas de la Calle Real, en este caso situada frente a la Casa de los Picos. - Foto: Rosa Blanco

Pero detrás de esta estrategia también está Corkcho, que permite recorrer las distintas etapas que han vivido las mascarillas desde que su uso se declaró obligatorio. «En cuanto salimos del confinamiento fue un ‘boom’. En verano todo el mundo necesitaba una mascarilla», recuerda Lydia Olmos. Más tarde los expertos comenzaron a recomendar el uso de la FFP2, que en un primer momento fueron calificadas por Fernando Simón como «las egoístas» porque, según aseguraba, «yo me protejo y los demás me importan poco». «Ahora son las que más se venden», indica la empleada de Corkcho. En cambio, las FFP3 no han tenido tanto éxito, a pesar de que el propio Simón dijo que eran «las más eficaces». «Yo se las recomiendo a gente que trabaja en hospitales, que tiene algún familiar enfermo en su casa… Si no, con las FFP2 vamos bien ya», remarca Olmos.

En las tiendas de Corkcho las hay de diferentes proveedores, medidas y colores para que el cliente pueda elegir. «Con las de tela fue con lo que empezamos pero luego las tienes que poner un filtro. Que nosotros también los vendemos y homologados, pero la gente no quiere ponerse el filtro y así no se puede ir». Esta empleada recuerda que las mascarillas tienen una vida útil que no se debe rebasar para que no pierdan su efectividad. «¿Somos responsables a la hora de cambiárnosla?  Hay de todo. Diría que hay más gente que no da un uso responsable a las mascarillas de la que sí. Ves a algunos que llevan la mascarilla con pelotillas y se nota. Hay un poco de todo. Hay gente que es muy drástica y se la cambia tras un número de determinado de horas y gente como no. Como en la vida, hay de todo».

Ellos ofertan cajas de diez unidades por nueve euros. «Es algo que necesitamos a diario y no podemos prescindir de ello, así que sí que entra gente. Ahora a algo nos tenemos que agarrar. Mientras esto nos sirva de apoyo y también para ayudar a la gente con el tema de los precios, habrá que tirar de ello. Y luego ya veremos qué hacemos. Seguiremos con el corcho», zanja con una sonrisa esta empleada.