1973. Así éramos: autosuficientes, sentimentales y conformistas

Carlos Dávila
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1973. Así éramos: autosuficientes, sentimentales y conformistas

La nueva época comenzó no con el asesinato del almirante Carrero Blanco, que también un poquito. Se inauguró con la desaparición de un coche: el 600. Un familiar, con calefacción y todo, que empezó a producirse el 27 de mayo de 1957. Ochocientas mil unidades de un utilitario que atendía por El Toli, Pepito o, ya en su último tramo de carretera, como El coche de los funcionarios, porque estos eran los que tenían mejor acceso a su adquisición. Ese año fue en el que se murió Pablo Ruiz Picasso, comunista de salón al que Franco no quiso nunca tener en España, según decía el corresponsal de Televisión Española en París, por dos cosas: «porque es peor pintor que Dalí y aquí no le necesitamos» y «porque es bígamo». Mal informado el general: Picasso no era bígamo, era trígamo, o el primer exponente mundial del poliamor, ahora tan de moda.

Resulta que ese año en que estalla la nueva España, del negro al color, sucedieron acontecimientos inesperados. Por ejemplo, otro también relacionado con el arte. Luis Buñuel, el director de cine tozudo como dicen que es su tierra, Aragón, se empeñó en hacer rico a su pueblo, Calanda, rodando en sus calles una película para la Historia: El discreto encanto de la burguesía. Pero Franco, aconsejado entonces literalmente por un censor abrumadoramente estúpido, no le dejó pisar la tierra. «No goza usted de la confianza del Caudillo», le dijeron. Pues bien, Francisco Rabal en el Café Gijón contaba -a lo mejor incluso era verdad- que cuando Buñuel se enteró de la razón aducida por el Régimen, reaccionó muy despectivamente, según contaba el actor: «Se tiró un gran, un enorme pedo». Esta era la España del 73 que quiso y pudo fotografiar sociológicamente la Agencia americana de Leo Burnett, que llevaba años paseándose por el mundo y denunciando cómo eran los finlandeses, los británicos, los italianos o no se sabe quiénes. Le interesó un recorrido por España, y nos dejó esta definición: «Son ustedes (los españoles) autosuficientes, satisfechos, sentimentales, desconfiados, conformistas, poco interesados por la cultura, tienen miedo a la libertad y el capitalismo les parece un pecado». Herencia esta, cree el cronista, de la Rerum Novarum, encíclica del Papa León XIII. Siempre tan celebrada por la Iglesia hispana.

Los sociólogos españoles intentaron corregir la plana al tal Burnett y se dedicaron en comandita a preguntar a los compatriotas qué es lo que realmente nos interesaba. Lo hicieron (Amando de Miguel sabe mucho de esto) y se encontraron con algunas certidumbres y también pequeñas sorpresas. Nosotros estábamos muy de acuerdo con que nos mandaran, algo de lo que se aprovechó, me malicio, Franco durante 40 años. Nos repugnaba no ya el aborto, si no incluso que nuestros padres pudientes enviaran a sus niñas despistadas a abortar a Londres. Pensábamos que los socialistas eran igual de malos que los comunistas pero más taimados, algo en lo que no andaban muy descaminados. Estábamos acostumbrados a la censura, hasta el punto de que solo el 12 por ciento de nosotros, los que fueron encuestados entonces, nos mostrábamos en desacuerdo con ella. Creíamos que no se debían permitir las huelgas porque eran una alteración permanente del orden público. En fin, nos estábamos (esa fue la sorpresa principal) paulatinamente despegándonos de la Iglesia Católica, de sus dogma y de sus prácticas.

Y es que aquí en la piel de toro e islas adyacentes, se empezaban ya a resquebrajar los valores tradicionales. «La sociedad del cambio» que pintó en su portada la revista más aclamada de la época, Cambio 16, y que luego copió con gran desahogo Felipe González en su cartel anunciador de las elecciones del 82: Por el cambio. ¿Recuerdan? Nos había entrado el regusto por ver qué es lo que se usaba fuera entre San Juan de Luz para contemplar la Enmanuel que hizo temblar de erotismo a toda una generación, y las reuniones políticamente extramatrimoniales en París para comprar en la editorial El Ruedo Ibérico La mafia blanca, la historia prohibida del Opus. Desde la Francia laica nos enviaban Liberation y Le Monde en paquetes abiertos por los escrutadores del Régimen, pero este se contradecía y los españoles aplaudíamos cuando insospechadamente El Benemérito de Cuelgamuros, o sea el Franco de El Valle de los Caídos, partió peras con la China hipercomunista de Mao Tse Tung, a la sazón se llamaba así, e intercambió embajadores. Y también cuando vimos con envidia que la Pérfida Albión de toda la vida en España, es decir el Reino Unido, Dinamarca y la católica Irlanda, el Eire del Sur, entraban en el Mercado Común, el embrión unitario de la denominada La Europa de los nueve. Ullastres, un embajador español muy de la Obra él y tremendamente preparado, hizo todo lo posible en Bruselas para introducirnos en aquel club privado. No obstante, se encontró siempre con la negativa que él luego contó en privado: «Cuando dejen ustedes de matar gente».

Y es que en España, en ese 1973 en que estalló el cambio, aún existía la pena de muerte. En septiembre, tres miembros del FRAP y dos de ETA fueron ejecutados acusados de crímenes varios. El mundo se puso patas arriba contra nuestro país y hasta el odiado (entonces aquí se odiaba mucho) Pablo VI se encontró con la repulsa del dictador. De aquel episodio, 47 años se cumplen de él, una anécdota en primera persona. En cierta ocasión, este cronista preguntó al que fuera médico de Franco, el doctor Vicente Pozuelo Escudero, cómo reaccionó íntimamente el agónico Generalísimo a tanta crítica del exterior. Me respondió oblicuamente: «Le dije a Su Excelencia: si me pregunta si esta campaña desatada contra su persona y su régimen entorpece su proceso de recuperación (Franco estaba recién salido de una tromboflebitis cursada con hemorragias sucesivas), le diré honradamente que no es imposible». El Caudillo, impertérrito, aún poseído de su razón, de aquella certeza de que «A mí no me va a juzgar más que Dios y la Historia», le respondió: «España está por encima de todo». Y se quedó tan pancho.

Nino Bravo y su 'libre'

Pero España respiraba cierta libertad que Nino Bravo se ocupó de cantar en uno de sus mejores temas: Libre. Pronto se abarataría la procaz dictadura con dos decisiones igualmente celebradas por el personal: la dignificación de los serenos y la despenalización del adulterio y el amancebamiento. No todo pareció suficiente. Una revista satírica tituló así: Se ha perdido una ocasión de oro para penalizar el matrimonio. A Barcelona llegó Cruyff y revolucionó el fútbol autárquico patrio, se murió Manolo Caracol el gran amante de Lola Flores, y en el mundo por fin Estados Unidos y Vietnam del Norte firmaron un acuerdo de alto el fuego. También en Chile Pinochet expulsó a Savador Allende y este se suicidó a pesar de lo que sigan contando los progres. Se mató y ya está. 

En diciembre se abrió la gran crisis energética, una filfa comparada con la de ahora. Los países exportadores de petróleo doblaron el precio del crudo, los holandeses se montaron en bicicleta y aquí en la España que había abandonado el 600, nos negamos a más estrecheces porque habíamos descubierto el consumo. Gila describió de esta manera nuestra resistencia: «Que se enfríen ellos». Era, como digo, diciembre, fin del 73, y España recién estallada no estaba para muchas más apreturas. Así que procedió a quitarse las arrugas con el Gerovital de la doctora rumana Aslan que hacía furor en las cincuentonas.