Hay gente que consigue que la especie humana valga la pena, y hay gente que nos retuerce por dentro hasta sentir que más le hubiera valido a Dios haberse ahorrado el crear un ser tan vil como el humano. Uno piensa en Hitler o Stalin, o más cerca en las atrocidades producidas por seres terribles, como aquel Doctor Muerte, que mató a más de 500 personas en el Reino Unido, o en La Bestia, Barba Azul o el Monstruo de los Andes, seres que generaron un sufrimiento enorme, y se pregunta por qué el mal es capaz de anidar con tanta facilidad en el corazón humano.
No hay que ir a esos monstruos de la historia de la infamia. En nuestro día a día piensas en el hacer de las diversas mafias cotidianas, como por ejemplo las que engatusan a la gente pobre de África para meterlos en una patera, previo abono de 3.000 euros, y no entiendes que alguien pueda exprimir de esa manera la pobreza en beneficio propio. Gentuza impía son las mafias del Estrecho. No cesan en su miserable labor de crear esperanzas vanas a gente que solo busca poder vivir un futuro, como le pasó a la mujer y el hijo de Sadik Malou, quienes murieron a 37 millas del Cabo de Trafalgar.
Venían, con 28 ocupantes más, a encontrar una luz en España, donde trabaja Sadik. No le dijeron de su peligrosa travesía y esperaban darle una sorpresa. Chaimae, la esposa, y el hijo, Mohamed, de cinco años, salieron de Jadida, al sur de Casablanca, el 12 de octubre embaucados por esos seres repugnantes de las mafias, y dos días después el motor de la barcaza se averió y, tras una noche extática en las aguas mansas, la devoró el mar dejando solo tres supervivientes.
Sadik llora a su mujer y a su hijo porque hay seres humanos que ensucian la especie. Sin embargo, como el bien y el mal caminan de la mano, como dos mellizos, mientras la angustia nos roe el pecho vemos a gente como el cocinero José Andrés, que consiguen que miremos al cielo y demos gracias por su existencia.
En la entrega de los premios Princesa de Asturias, José Andrés mira al frente de lo humano y siento que nos representa, aunque no seamos capaces de llegar a su esfuerzo. Se define como un inmigrante del mundo, y donde el dolor posa sus manos ahí está para apaciguarlo haciendo lo que mejor sabe, dar de comer al hambriento. Dona el valor de su premio a La Palma, donde ya estuvo en septiembre sirviendo comidas, o en cualquier parte del mundo, como en el aeropuerto de Washington recibiendo a los refugiados afganos.
José Andrés representa esa esperanza cotidiana que nos hace creer en el ser humano, en nosotros, esa especie capaz de producir el más insoportable dolor y la más increíble dicha.