Explosión Borondo

A.M.
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El artista trata de generar un viaje emocional del espectador con una atomización de exposiciones en la propuesta más arriesgada del Museo de Arte Contemporáneo 'Esteban Vicente' en sus 23 años de historia

Gonzalo Borondo posa en una de las salas del 'Esteban Vicente' - Foto: Rosa Blanco

Con ‘Hereditas’,  Gonzalo Borrondo (Valladolid, 1989), aunque creció y vivió en Segovia, hasta 2003,  transforma en su totalidad el Museo de Arte Contemporáneo  mirando al pasado en clave contemporánea y revisitando lo que fue este edificio cuando se creó, en el siglo XV. Ana Doldán,  directora conservadora de las salas dedicadas al pintor Esteban Vicente,  reconoce que se trata de la propuesta más arriesgada de la instalación que gestiona la Diputación Provincial,  a punto de cumplir 23 años de historia,  donde el concepto de exposición se cambia por el de experiencia,  así como la interacción entre el público y la obra y entre el artista y el espacio. 

Borondo, que ya ha realizado otros proyectos de parecido corte en espacios urbanos europeos y americanos,  pero nunca dentro de un museo con la envergadura que adquiere esta atomización de exposiciones –porque cada sala podría tener su personalidad propia para verse de forma exclusiva–, confiesa su interés por invitar al espectador a una especie de viaje emocional,  «a una experiencia algo más allá de lo contemplativo dentro de lo emotivo y, a su vez, añadir mi poética a la de la historia del lugar y contar algo más a través de los sentidos y de los elementos que están puestos con una razón específica (...) pero no quiero controlar los sentimientos de cada uno, procuro que emerjan cosas a través mi universo, que salen de lo personal pero que procuran hablar a lo universal sin caer en lo banal». 

La propuesta es totalmente rompedora, innovadora, donde el artista, a quien podría enclavarse en pleno renacimiento o en el barroco,  concebido como un primus inter pares de un amplio equipo técnico,  como quienes construían las catedrales en el medievo, trabajando con diversos materiales (proyecciones, sonidos o ilusiones ópticas),  no va a dejar a nadie impasible. Es brutal.  Posiblemente se pueda hablar del proyecto más novedoso de los que se exhiben actualmente en España donde un museo, concebido tradicionalmente como un ‘white cube’,  que presta sus paredes como espacio expositivo,  pasa a ser un ‘black cube’, rescatando aquellos usos que tuvo el edificio,  no solo por Enrique IV y Juana de Portugal, en 1455, sino por una pareja de nobles,  Pedro López de Medina y su mujer, Catalina de Barros, que levantaron el Hospital de Viejos, en 1548, al que pertenece la capilla renacentista con el artesonado mudéjar original y las estatuas yacentes de sus fundadores. El artista genera ambientes y  transforma espacios,  apreciando con mucho respeto su esencia, su función inicial y a la vez su historia.  

Borondo se concentra en el arte no solo como objeto sino como creación de lugares donde sucede la vida. Confiesa que «la dificultad es que un museo, a pesar de lo que podía ser, se convierte en un lugar donde desaparece esta fricción con la vida, hay una barrera férrea entre arte y vida,  y me gusta introducir de alguna manera más al espectador». 

Dividida en cuatro ‘altares’ o capítulos,  la primera planta es un homenaje a la hierba (herba) como elemento que evoluciona;  la segunda está dedicada al mundo mineral, la piedra (petra), un patrimonio más arquitectónico, se habla más de lo perenne;  el tercer capítulo es la carne (carnis),  el más dramático porque se juntan la vida y la muerte,  y el cuarto (eter) engloba a toda la exposición,  de cómo el arte es capaz de hacer visible lo invisible.  Aquí, el comisario de la exposición,  José María Parreño deja un mensaje: «Lo sagrado y el arte son los dos recursos que los seres humanos hemos encontrado para, a través de lo visible, señalar lo invisible».  

El artista subraya que hay una intención en las imágenes que forman parte de un imaginario, unido a lo católico, y utilizarlas desde un punto de vista plástico «no con la intención de profanarlo ni desacralizarlo, ni de homenajearlo, solo observarlo y apropiarse de él como algo que tiene un valor artístico más allá de lo que nos cuente».  Por ejemplo, en el acceso se aprecia la parte posterior de una imagen de san Agustín de Hipona, uno de los padres de la Iglesia,  cuyo rostro se refleja en un espejo, detrás de un retablo, realizado con materiales en desuso.  También hay un reconocimiento al patrimonio natural y una apropiación del patrimonio cultural,  traduciéndolo a los lenguajes más contemporáneos y volcándolo de una manera diferente. Borondo mantiene que «cuando se fusionan la combinación entre tradiciones y la visión más cercana a la contemporaneidad, hay grandes aciertos artísticos». 

Es difícil detenerse en el relato de lo que compone un sólido proyecto conceptual con alta capacidad sensorial, mejor será que se acepte la propuesta del autor y se experimente este viaje emocional,  «el súmmum de lo que puede hacer una obra de arte», admite Borondo.