"Al huir vimos cómo mataban a un grupo de personas"

Nacho Sáez
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Las ucranianas Maria Sokolova y Mariana Radvanska, ahora acogidas en Segovia, hablan del miedo, el agotamiento y la incertidumbre que sufren por la guerra en su país, donde «en todas las familias hay al menos un fallecido por las bombas»

Maria Sokolova. - Foto: Rosa Blanco

No puede evitar las lágrimas al recordar el momento en el que su hija Eva, su perrita Estefania y ella huyeron de Dnipro hace diez meses. «Oíamos las bombas y no sabíamos si nos iba a caer una encima», cuenta Maria Sokolova, una de los alrededor de 500 ucranianos que se calcula que continúan en la provincia de Segovia un año después de que empezara la guerra. Abuelos, padres o hijos que en la mayoría de los casos dejaron atrás a familiares y amigos y que no saben si algún día podrán regresar a su país. Sokolova asegura que sí que piensa en el futuro a pesar de que el hoy es devastador. 

Sus padres continúan en Ucrania y hace poco perdió a varios amigos en el bombardeo de un bloque de viviendas. También le pasa factura el desgaste emocional de tantos meses de sufrimiento y de experiencias que ya saben que les marcarán de por vida. «Los fuegos artificiales ahora me dan pánico, y el sonido de un avión hasta hace poco también porque me recordaba a los rusos atacando», explica esta ucraniana, que llegó a España el 2 de mayo del año pasado y que actualmente trabaja en una lavandería en Segovia. Aquí es feliz. Apasionada de la lectura y de la historia, ya se ha empapado de la cultura de Segovia y está deseando viajar por toda España y sobre todo ver el mar. Pero en sus sueños se aparece de manera recurrente la imagen de un abrazo con sus padres y un horizonte de paz.

Está tomándose un té verde en un bar de Segovia capital mientras recuerda que se encontraba ingresada en un hospital cuando comenzó la invasión. «Escuchaba los bombardeos. Cuando sonaban las sirenas teníamos que ir al refugio, donde a lo mejor estábamos doce horas sin salir. Si tenías suerte tenías agua y comida», continúa su relato Sokolova, que vio huir a su hermana antes que su hija y ella. «Nosotros nos fuimos de Ucrania el 26 de abril sin saber a dónde nos llevaban. Y cuando nos íbamos vimos cómo reclutaban a un grupo de personas y las mataban».

Mariana Radvanska.Mariana Radvanska. - Foto: Rosa Blanco

Salieron del país a través de la frontera con Polonia y desde allí viajaron en autobús hasta Figueres (Girona), aunque no sería su última parada. Debido a la enfermedad que sufre Sokolova las trasladaron a Madrid, donde recibió tratamiento hospitalario y donde encontró el apoyo de la ONG Accem, que finalmente le encontró trabajó en Segovia. «Estaba preocupada porque no sabía si con mi estado de salud iba a poder trabajar, pero ahora tengo un sueldo, soy independiente y gracias a Dios esto está solucionado. España me ha ayudado muchísimo y todas las personas con las que me he encontrado en estos meses han sido muy buenas», subraya.

La labor de recuperación psicológica va a ser mucho más larga. Será complicado que cicatrice antes de que finalice la guerra. En una de las ocasiones en las que estaba hablando con sus padres escuchó el sonido de una bomba a través del teléfono y se cortó la comunicación. Durante varios días agónicos no supo nada de sus padres. «Hasta que ya conseguí hablar con ellos, supe que estaban bien y que lo que había sucedido es que el teléfono se les había caído al suelo y se había roto por culpa del susto por la explosión», apunta.

Ellos no quieren salir de Ucrania por su edad y también por no tener que abandonar a sus mascotas, a pesar de que el terror se esconde e irrumpe detrás de cada esquina. «Todas las familias tienen al menos un muerto por la guerra, pero mis padres intentan que no me preocupe. Es lo que buscan todos los padres para sus hijos. Que sean felices y que puedan seguir con su vida», señala la propia Sokolova, que en el transcurso de la conservación logra sonreír en varios momentos. «He decidido hablar para que todo el mundo vea que nosotros no hemos invadido ni atacado a nadie, sino que nos han invadido. Todos estábamos durmiendo a las 4.40 del 24 de febrero del año pasado y nos invadieron. Pero nuestra nación no la va a invadir nadie. Somos muy fuertes», concluye.

INICIATIVAS. Sokolova entiende el español pero todavía no lo habla fluido. La ayuda para traducir sus palabras la presidenta de la Asociación de Ucranianos en Segovia, Marina Radvanska, que un año después sigue pendiente de las necesidades de todos sus compatriotas. Ella llegó a España en 2009, pero no se olvida de sus raíces. «Vamos a reiniciar las iniciativas que llevamos a cabo al principio para enviar productos a Ucrania. Como punto de recogida se ha sumado de nuevo el colegio de Nueva Segovia y estamos coordinando los puntos de recepción en Ucrania para no llevar los productos nosotros a la frontera sino que los recojan allí voluntarios y los repartan», revela sobre la actividad de una asociación que también da clases de español a ucranianos y los ayuda en la búsqueda de empleos.

Radvanska se reconoce agotada «pero resistimos». Recientemente ha fallecido un primo de su madre en el frente y las preocupaciones no cesan. «No hay ningún momento de relajación mental. Mi vida aquí en Segovia me hace desconectar en cierto modo, pero realmente donde estoy mentalmente es allí con mis abuelos», confiesa. En lo emocional, los últimos doce meses han sido una montaña rusa: «Al principio fue estresante, caótico, agónico, no dormía… Ahora he madurado la situación y me centro en dar soluciones a lo que está en mis manos. Me gustaría destruir todos los misiles pero, como eso no puedo, me ocupo en ayudar a los ucranianos que están aquí».

La adaptación de todos ellos cree que ha sido buena. «Sobre todo culturalmente porque España es un país donde las personas son muy abiertas, aparte de que tiene buen clima. La forma de ver la vida en España es muy distinta a Ucrania. Aquí hay como más libertad en todo y un pensamiento más de que hay que aprovechar la vida lo mejor que pueda uno. En Ucrania nos centramos demasiado en formar una familia y en el trabajo». A sus 25 años, ella estudia Asistencia de Dirección en el instituto María Moliner, en los próximos días va a comenzar las prácticas y trabaja puntualmente con la ONG Accem.

AGONÍA. «Es difícil descansar bien», prosigue Radvanska. «Desde hace un año o incluso unos días antes es un no parar. Todo gira alrededor de Ucrania y no hay forma de hacer una vida normal. He visto muchas situaciones desagradables –y también agradables– y psicológicamente es muy difícil. Conoces a muchas personas de cero y las tienes que orientar sin ser trabajadora social ni nada por el estilo. Pero nos ha tocado hacer este papel a la fuerza y aproveché en verano para hacer un curso de herramientas digitales en situaciones de emergencia. Todo lo hacemos sin ánimo de lucro así que todo lo intentamos gestionar de la mejor manera posible».

Los momentos de felicidad de los que disfrutan en la actualidad son escasos, pero es consciente de que en su país han desaparecido por completo. La realidad que les llega es abrumadora. «Viven en una constante agonía a la espera de que termine todo. La mayoría ven los ataques a diario y no solo por los misiles sino por los mismos rusos, que han ocupado el territorio y matan a personas por la calle, bombardean hospitales... Quedan pocos hospitales para hacer operaciones complicadas», lamenta Radvanska, que no se separa del teléfono en ningún momento. 

Otro de los retos que se ha marcado es que los niños refugiados reciban clases de ucraniano: «Muchos ya han aprendido español, pero no queremos que pierdan su lengua materna». También les gustaría contar con un local estable como sede. «El Centro Cívico de San José lo podemos reservar cuando queramos, pero nos limita tener unos horarios. «Nos interesa tener un espacio en el futuro para poder ofrecer una mejor atención a los ucranianos y no tener que hablar muchas veces en la calle con ellos, como nos sucede ahora», remarca esta joven, que por supuesto se sumará a los diferentes actos que se han organizado estos días en solidaridad con Ucrania, especialmente con el apoyo de la Universidad de Valladolid, IE University y la UNED. «Nos gustaría que esto pare. Queremos la paz en el mundo y en Ucrania», remacha.

 

EN CIFRAS.

500 REFUGIADOS UCRANIANOS. Es la cifra de personas que continúa viviendo en Segovia un año después de huir del horror de la guerra, según la Asociación de Ucranianos. 
328 ALOJADOS POR CRUZ ROJA. Son las que ha atendido Cruz Roja Segovia para alojarlas en recursos de emergencia. De ellas 114 han sido hombres y 214 mujeres.
119 MENORES. De los ucranianos que se han beneficiado del programa de acogida e integración de solicitantes y beneficiarios de protección internacional, 119 son menores, financiado por el Ministerio de Inclusión.