La Corona se gana día a día

Antonio Pérez Henares
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Don Felipe está en el punto de mira por haber estado en su sitio y es la pieza que quieren cobrarse quienes buscan cargarse la Constitución y la soberanía

Felipe VI ayuda a su padre en la Pascua Militar de 2018, donde elogió el papel histórico de Don Juan Carlos - Foto: Juanjo Martín

«La Corona hay que ganársela cada día». La frase la oí de los labios del Rey Felipe VI y recuerdo haber escuchado algo muy similar también a su padre, Don Juan Carlos. Y así es, sin duda y más que nunca ahora. Por principio, esencial y consubstancial con los tiempos y sociedades democráticas actuales, todo poder está sometido constitucionalmente al del pueblo soberano, del que emanan todos los poderes del Estado. Esa es la única forma aceptable y aceptada por todas las monarquías europeas para poder mantener esa institución en el entramado y organización de los sistemas democráticos. Eso es lo que pone el artículo 1º de nuestra Ley de Leyes, la Constitución de 1978, votada por el pueblo y que contemplaba en su ordenamiento a la Monarquía. Eso fue votado, está en pleno vigor y por todos ha de ser acatado, también por los monarcas, mientras el pueblo soberano no decida, siguiendo los pasos establecidos constitucionalmente, otra cosa.

No vale decir, es que eso yo no lo voté. La Constitución norteamericana no la ha votado nadie que hoy esté vivo y no es preciso votar cada tres años que es necesario castigar el asesinato. Un cambio constitucional de tal calado se produce cuando una muy amplia mayoría lo reclama, lo pone en marcha y lo somete a votación buscando, además, el mayor acuerdo posible para que el resultado sea aceptado por todos y no suponga quebrar la convivencia y dar lugar al enfrentamiento suicida.

La utilidad, el prestigio, su potencial de representación y su ejemplaridad son los pilares de su mantenimiento. Sobre ellos, se gana y, por su quiebra, se pierde. La situación en la que ahora se encuentra el Rey Emérito debe hacer reflexionar a todos sobre ello. Es indudable que Felipe VI lo ha hecho y su progenitor así parece haberlo entendido con su decisión última.

La figura de Don Juan Carlos tiene, sin duda, una muy diferente apreciación en base a la edad y generación de quienes la expresen. Los españoles que ahora ya hemos pasado los 60 años tenemos en nuestra memoria y retina, de manera muy mayoritaria, lo que significó, hizo, alentó y defendió al comienzo de su Reinado. Su contribución decisiva a la llegada de las libertades y la democracia y lo que supuso en su mantenimiento afrontando las duras pruebas y amenazas a las que fue sometida. Sin olvidar tampoco a los consejeros que en aquel tiempo lo flanqueaban y a los que escuchaba.

Prestigio

Aquellas generaciones tienen, tenemos, en el recuerdo aquel refulgente momento de prestigio de España, de nuestro país, en todo el mundo. Se nos contemplaba como un ejemplo a seguir y un modelo a imitar y tuvo su punto álgido en aquella Sevilla de la exposición universal y en aquella Barcelona olímpica del 92. Un prestigio y convertirse en referencia positiva tras haberlo sido en sentido contrario en décadas anteriores venía dado por la propia transición emprendida y culminada de manera admirable y admirada, por la figura del entonces joven Rey y Jefe de Estado y por la de sus gobernantes, primero Adolfo Suárez, luego y duradero, Felipe González. Esas generaciones son las que hoy en la balanza sopesan haberes y deberes y concluyen que son muchos más los primeros y prevalecen sobre los errores posteriores. No faltan quienes sin justificar se muestran comprensivos e, incluso, señalen que hay desproporción y ensañamiento. Hay también, con ejemplos contundentes, quienes señalan el desproporcionado trato y la repulsión que produce el contrastar que quienes ahora le escupen tienen en su expediente hechos de mucha mayor gravedad y delitos que tiñeron de dolor y hasta de sangre y hace no tanto a nuestra patria.

No es así en el caso de las más jóvenes. No tienen aquellas vivencias y el recuerdo de sus méritos es más bien escaso y tampoco se ha hecho mucho por refrescarlo y quizás si mucho más por denostarlo. Los hechos recientes, sus tropiezos, sus acciones y sus culpas, incluso reconocidas por él mismo, son casi, y sin casi, las únicas que se contemplan y juzgan. Y el resultado es demoledor. Pero, además, lo es en buena parte también para quienes aprecian sus méritos anteriores y que se sienten defraudados en esa confianza que depositaron porque nunca hubo Rey más querido, no hubo figura a la que se tuviera más cariño, superando, incluso, ideologías. No hubo mayor popularidad que la suya. Y es evidente que la ha despilfarrado y el responsable máximo no es otro que él mismo. La prueba es notoria. Hubo de abdicar, se vista como se quiera, por ello. Y ahora el marcharse fuera de España, no empleo la palabra exilio porque es falsa en este caso y ha manifestado que si la Justicia lo requiere responderá ante ella, es también consecuencia de sus propios errores por encima de cualquier otra consideración. ¿Que lo han aprovechado y clamoreado sus enemigos, los de la Monarquía y hasta los de España? ¡Pués claro!, pero la munición la ha suministrado y de manera cenagosa él mismo.

Responsabilidad

Entiendo que su reciente decisión es de entrada la más correcta. Pues, en este caso, lo peor sería que sus errores recayeran, aun más de los que ya lo están haciendo, en quién no tiene responsabilidad alguna en ellos, su propio hijo, el Rey Felipe. Es Don Juan Carlos el responsable y es quién debe asumirlos. Expreso al decirlo una opinión personal, pues no dejo de sopesar las razones y argumentos de quienes no solo la consideran errónea, sino, además, injusta y tóxica para el futuro. Esa cuestión, la del futuro, es otra cuestión, desde luego aparejada a la que ahora nos ocupa y habrá con seguridad que intentar discernirla. Mucho va a haber, hay ya en juego. Porque, desde luego, y eso es también una evidencia, no es el viejo Rey la pieza que quieren cobrarse. Es la de Felipe VI. Es también la Constitución del 78, es también la reconciliación entre los españoles, es, en el fondo, la propia soberanía nacional.

El Rey sabe que tiene que ganarse la Corona cada día. Es más, para sus peores y acérrimos enemigos, extrema izquierda y separatistas, en realidad, Don Felipe está en el punto de mira por haber estado en su sitio y habérsela sabido ganar defendiendo a la Constitución y a España.