Editorial

El caso de Madrid requiere unidad contra el virus y ser ejemplarizante

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El agravamiento de la crisis sanitaria por el coronavirus es una amenaza cada vez más firme. Desde que en agosto comenzase de manera sostenida un incremento de los contagios, seguida a partir de septiembre de un repunte de los fallecimientos, la situación no ha hecho más que empeorar, hasta el extremo de que el escenario de hipotéticos confinamientos selectivos en lugares como Madrid ha pasado en pocas horas de ser una posibilidad a ser casi una realidad. El empeño de los responsables políticos de autonomías por mantener sensación de normalidad, pese a algunas evidencias de lo contrario, no contribuye a trasladar a la calle la necesaria sensación de seguridad que se necesita en estos momentos de incertidumbre. Muy al contrario, multiplica la sospecha de que se prioriza el relato político que preserve la imagen de políticos por encima del interés general.

La gestión sanitaria de esta pandemia es muy complicada, lo seguirá siendo durante mucho tiempo y requerirá, también, de cierto grado de comprensión ante errores que puedan cometer quienes tienen que seguir tomando decisiones. Pero para que la ciudadanía conserve o recupere la confianza en los gestores públicos es imprescindible que se les hable con claridad. Lo sucedido en las últimas horas en Madrid es un ejemplo para cualquier Gobierno autonómico de lo que no se debe hacer. No se puede culpar a su presidenta de la expansión del virus, pero sí se le debe recordar que, por ejemplo, generó entre los madrileños la falsa creencia de que estaban más libres que los de otras provincias de contraer el virus. La suficiencia, incluso prepotencia, con la que a mediados de julio Isabel Díaz Ayuso rechazaba el uso obligatorio de la mascarilla en Madrid porque, según decía, no había motivo para hacerlo, contrastaba con la prudencia con la que otros presidentes autonómicos, como Alfonso Fernández Mañueco (16/7) , Emiliano García Page (21/7) y Concha Andreu (13/7) decidieron actuar en sus comunidades. Ayuso desperdició en aquel momento dos semanas en una tarea de prevención que nunca debió despreciar. Prefirió dar apariencia ante toda España de haber sabido gestionar la desescalada mejor que ningún otro presidente y eso obligaba a tener que mostrar Madrid libre de mascarillas, en contraste con las calles del resto del país.

 El caso de Ayuso no es uno cualquiera, pues su comunidad en general y su capital en particular son transversales en la movilidad nacional relacionada con los negocios y el turismo. Pero pese a los errores, no es ahora el momento de cobrarse facturas políticas sino de asumir la situación y poner soluciones que contribuyan a superar esta crisis. Ya habrá tiempo para lo demás si fuera el caso.