Editorial

Los graves riesgos del posibilismo del Gobierno

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Hay una tercera crisis instalada en España. A la sanitaria y económica, ambas de origen coyuntural, se suma otra amenaza siempre latente que está alcanzando cotas inéditas en las últimas semanas: la crisis de confianza. La confrontación de ideas es inherente al ejercicio de la política, pero amenaza con ser llevada a un extremo hasta la fecha desconocido que puede detonar una problemática social con pocos precedentes desde la superación de la dictadura. En apenas una semana hemos asistido a varios ejemplos y las respuestas no se han hecho esperar.

La guerra abierta declarada por el Gobierno de coalición a la Corona como institución, a la monarquía parlamentaria como forma de organización política y a la jefatura del Estado como símbolo y garante de la unidad del país ha provocado la airada reacción del Poder Judicial, que, harto de injerencias que están socavando su independencia, se ha volcado en la defensa de la figura del Rey de forma indubitada. No lo ha hecho por adhesión, sino como contestación a la sumisión del Ejecutivo de Sánchez a unos socios de investidura, de presupuestos y, de facto, de gobierno que no muestran mesura alguna cuando se trata de enfangar el espíritu de concordia que ha permitido situar a España en el lugar que ocupa en desarrollo económico y social.

Las últimas invectivas del ala radical del consejo de ministros, aplaudidas por asentimiento desde el sector monclovita del socialismo que representa Pedro Sánchez, se basan en exigir un nuevo catálogo de competencias de la Corona que no pretende sino la limitación de sus movimientos, por otro lado ejercidos en el marco constitucional. Unidas Podemos no quiere que España y los españoles se pronuncien sobre nuestra forma de Estado, pues si tal fuera su aspiración plantearía un debate abierto o incluso la activación de un referéndum, persigue imponerla. Además, con el agravante de hacerlo en un momento de ventajismo político que lubrique un pacto con el secesionismo que permitiría al Ejecutivo sacar adelante unos presupuestos en los que apoyar otras políticas de marcado sesgo doctrinal y al nacionalismo ahondar en la política de los desequilibrios y el agravio.

Sucede esto en un momento en el que España se juega, además de muchas vidas, los tiempos de una recuperación económica que todos los organismos nacionales e internacionales comienzan a ver más alambicada debido a la inestabilidad política que, paradójicamente, está trayendo un gobierno que se coaligó para ser estable. Formaciones como ERC o Bildu navegan con mano maestra en las aguas de la discordia y logran así abrir nuevas vías de agua en un país puesto en manos de quienes quieren destruirlo.