Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Tras la 'cumbre' de Atenas

17/01/2023

Supongo que, tras la 'cumbre real' de Atenas en el funeral por el ex Rey Constantino de Grecia, hermano de doña Sofía, al que asistieron todos los miembros de la familia real española, alguien habrá meditado en las extrañas circunstancias en las que vive en España la Monarquía, institución familiar por excelencia. Pienso que el regreso de Don Juan Carlos al país en el que fue jefe del Estado durante cuarenta años no debería aplazarse mucho más, por diversas razones, todas ellas imaginables.
El Rey -o ex Rey- Constantino de Grecia recibió una despedida quizá no solemne, de Estado, pero sí bastante unánime entre las casas reinantes: su figura no era conflictiva, más allá de los avatares que llevaron a su derrocamiento y los derivados de un exilio largo, que es algo que siempre resulta complicado de resolver, también para quien ha reinado y debe mantener una Casa reinante, aun exiliada o precisamente por ello. La despedida en Tatoi fue sobria y contenida en entusiasmos populares, pero no había rechazo alguno por parte del pueblo griego a la persona del fallecido, que forma parte de la Historia.
Ignoro en qué circunstancias se celebraría, en su caso, un acto semejante dedicado a Don Juan Carlos. Conviene que esta cuestión, por duro que pueda parecer su mero planteamiento, se plantee ya con claridad y sentido de Estado, corrigiendo los errores que llevaron a la residencia permanente del llamado emérito en un país como Abu Dabi.
De ninguna manera puede considerarse normal que, cada vez que Felipe VI se encuentra con Juan Carlos I, el hecho se convierta en una noticia con cierto morbo. La necesaria plena normalización de las relaciones entre ambos, y lo mismo puede decirse del resto de los familiares, adquiere un carácter institucional, más allá de las mayores o menores simpatías existentes entre las partes.
La forma monárquica de un Estado requiere, como la republicana, una sensación de normalidad sin sobresaltos: la democracia debe ser monótona, dicen los suizos, que de eso saben un rato, de democracia y de aburrimiento. Y, si no, véase la algarabía suscitada en el Reino Unido por la publicación de un libro que su autor jamás debería haber procurado que viese la luz. Las monarquías europeas funcionan bien porque lo hacen en un clima de libertad y sin escándalos; no es ahora el caso en el reino de Carlos III, una figura para nada comparable a la de su madre. Ni lo fue en el caso de los últimos años de reinado de Juan Carlos I, también poco comparable con su hijo, que quizá, soslayando tantos episodios difíciles, esté siendo el mejor Rey en la Historia de España, al menos a mi entender.
Supongo impensable que Don Juan Carlos esté ausente en la solemne ceremonia que, a finales de octubre, albergará el juramento de la Constitución por parte de doña Leonor, princesa de Asturias. Será un acto, quizá con algo de polémica, de reafirmación de la Corona, un acontecimiento lleno de significado en el presente y en el futuro de nuestra nación. ¿Podría el abuelo de la heredera dejar su asiento vacío? Y, si viene, ¿estaría su visita rodeada de las tensiones, más o menos rumoreadas, que se pudieron adivinar en el funeral de Isabel II y las que supuestamente se disimularon en Atenas este fin de semana y este lunes?
Sè que los planes de Don Juan Carlos no incluyen un inmediato regreso permanente a su país. Pero no puedo dejar de pensar que la normalización de la situación política española requiere sacrificios por parte del padre y del hijo para que la vuelta a España, no esporádica ni vergonzante, sea un hecho antes de que este verano se cumpla el tercer aniversario de la marcha -ni exilio ni huida en realidad, aunque sí tuvo algo de vergonzante- de Juan Carlos al emirato árabe. Un error, sumado a otros anteriores del emérito, que entonces, primavera de 2020, todos cometieron y que ya va siendo hora de subsanar antes de que sea demasiado tarde.