Pilar Cernuda

CRÓNICA PERSONAL

Pilar Cernuda

Periodista y escritora. Analista política


Ingente reto humanitario

05/03/2022

Se calcula que un millón de ucranianos han cruzado la frontera o están haciendo cola para cruzarla en esta última semana. Y se calcula que al menos un millón más abandonarán su país en los próximos días.

La brutalidad de Rusia no tiene límite, la única esperanza es que se pueda neutralizar a Putin, porque no cabe que se vea afectado por un ataque de sensatez, de responsabilidad y de sensibilidad y ordene el alto el fuego y renuncie a la invasión de Ucrania. En esa situación imposible, humanitariamente imposible de abordar con éxito sin la colaboración de todos, llega el momento de que los españoles den el do de pecho.

Europa ha aceptado la llegada sin poner trabas a la necesidad de los ucranianos de huir del salvaje que ha cortado sus vidas. Ni siquiera respeta a mujeres, niños, mayores y enfermos, los bombardean cuando intentan refugiarse en las cunetas en su camino hacia la frontera. Escenas que hemos visto en países, muy lejanos al nuestro y que pensábamos que no se repetirían en una Europa que ha sufrido dos guerras mundiales en los últimos cien años. Sin embargo, los hechos son tozudos, dramáticos, trágicos, y no se puede mirar hacia otro lado.

Los españoles han dado ejemplo de solidaridad, aunque también, por desgracia, también ha habido ejemplos, menores, de xenofobia y racismo. Ojalá no tengan que verse estos días ante la avalancha de ucranianos a los que hay que acoger como si se tratara de nosotros mismos. Porque, más allá de que la solidaridad debe ser hacia todos, independientemente de su color de piel, religión o cultura, la situación de los que hoy llaman a nuestra puerta nos obliga a pensar que lo que hoy les ocurre nos puede ocurrir a nosotros algún día. Nadie nos salva de las ansias expansionistas de un megalómano sin principios, amoral y ambicioso.

Hace años, cuando la crisis de los Balcanes, llegaron a España miles de refugiados procedentes de la antigua Yugoslavia que huían de un auténtico genocidio. Les recibimos con los brazos abiertos y los acomodamos en centros donde se les dio cama y comida y se escolarizó a sus hijos. Punto. No hubo programas oficiales de integración, enseñanza del idioma, orientación para regularizar su situación y que pudieran trabajar, o conseguir su residencia. Ni siquiera se tuvo el gesto misericordioso de dar alojamiento en distintos centros a bosnios y serbios.

Aquello no puede volver a suceder. Además de ofrecer todo aquello de lo que somos capaces de ofrecer en España, es obligado contar con los mejores profesionales para el acogimiento, organizar su situación, ayudarles en su adaptación a un país en el que no saben si vivirán temporalmente o para siempre.

Se ha decidido acogerlos, no solo por buena voluntad, sino porque así lo exige la Unión Europea. Pero además de acogerlos y demostrar qué somos capaces de hacer por los que atraviesan situaciones dramáticas, hay que hacerlo bien.