La lenta agonía del 'tiqui-taca'

Diego Izco (SPC)
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La posesión ya no garantiza prácticamente nada: antes del Rayo-Real Madrid, ya había más triunfos de quien la perdía (49) que del dominador de la pelota (48). El Atlético, en proceso autodestructivo

La lenta agonía del ‘tiqui-taca’ - Foto: AFP7 vía Europa Press

España fue la cuna del 'tiqui-taca', escuela impulsada por Luis, Pep y Vicente con la que el fútbol español (selección y Barça, fundamentalmente) lo ganaron absolutamente todo. Cada juego tiene unas normas y el ganador suele ser aquel que las aprovecha: logramos quitarle la pelota al rival, escondérsela y aburrirlo, y en cuanto pensaba que todo era puro artificio, se generaban tres toques fugaces y un espacio por donde colar el gol. Pero cada juego, igualmente, invita a 'ganar al ganador', o sea, el mundo entero buscó el antídoto del 'tiqui-taca': mejor presión, más físico, balones al espacio, segundas jugadas, balón parado... Y ha evolucionado hasta el punto de que en España, cuna del fútbol más espectacular en lo que llevamos de siglo, ya triunfa 'lo contrario': en los 129 partidos disputados hasta el domingo se habían registrado 48 victorias para el equipo que dominó la posesión, 30 empates y 49 para quien renunció (de forma voluntaria u obligada) a la pelota. El fútbol ha cambiado y en LaLiga, con tres escuadras eliminadas a las primeras de cambio en Champions, debe cambiar igualmente. 

Crisis

El Atlético de Madrid transmite la sensación de ser uno de esos coches que se pierden en el Dakar y se dejan horas buscando la senda correcta. Pero así como en el desierto la clave es mantener la calma, el club, el equipo y la afición han entrado en un proceso autodestructivo. Gradas vacías, miradas desafiantes y victorias que no llegan. El piloto del rally, frustrado, le prendería fuego al coche -lo que está a punto de hacer el 'Atleti', si no lo ha hecho ya-, pero aún queda mucha temporada y, de algún modo, hay que llegar a meta.

La rivalidad

Muchos derbis sevillanos, como el del pasado domingo, quedan en nada por culpa de la rivalidad mal entendida: la que genera expulsiones, poco fútbol y alimenta la polémica del siguiente encontronazo. Es algo muy malo para toda una ciudad, pero también para alguien que, sencillamente, solo quiera fútbol.