Jesús Quijano

UN MINUTO MIO

Jesús Quijano

Catedrático de Derecho Mercantil de la Universidad de Valladolid


El Papa muerto

09/01/2023

Imagino que habrán percibido, como yo creo haberlo percibido también, que el fallecimiento del Papa dimisionario y emérito, Benedicto XVI, ha generado menos atención que el mismo acontecimiento de la muerte de un Papa en ocasiones anteriores. En el caso de su antecesor, Juan Pablo II, el despliegue mediático y del propio Vaticano fue enorme; y esta vez parece como si hubiera pasado más desapercibido.

A ello habrán contribuido, sin duda, diversas circunstancias: la avanzada edad y las noticias sobre su estado de salud lo hacían más previsible; la personalidad de este Papa, parece que más dado a la reflexión teológica que a la notoriedad social, hizo de él una figura bastante más discreta; sobre todo, que no estuviera en el ejercicio efectivo del cargo, sino retirado y silencioso, le colocó en una posición más desapercibida.

La muerte de un Papa en activo tiene, además, una expectación añadida, que es la de la sucesión; de dónde vendrá el nuevo, de qué continente, país, o raza; a qué tendencia se le podrá adscribir, si tendrá un talante más abierto, o lo contrario. Todo eso no era, esta vez, motivo de especial interés, resuelta como estaba de antemano la cuestión.

Así que, a falta de motivos de inquietud, la atención se ha centrado en otros aspectos: si el Papa actual seguirá el precedente y optará relativamente pronto por la "sede vacante" si sus achaques, ya visibles, se agravan; si la situación vivida, con pocos precedentes, de coexistencia de un Papa en activo con otro dimitido, pero vivo, se administró bien o si, en la realidad subyacente, dio lugar a algunas complicaciones, más de lo que la relación exteriorizada permitía deducir.

Se miran ahora con lupa los comentarios, por mínimos que sean, de personas cercanas a ambos y se leen entre líneas entrevistas y publicaciones de unos y otros; y resulta de todo ello una constatación evidente. Que la Iglesia, también la Iglesia, más allá de su significado espiritual, de su función como institución religiosa representativa, o de su larga trayectoria histórica, tiene una dimensión humana, en más o menos equiparable a la de otras organizaciones sociales. La componen personas, que aparecen en público con ropajes llamativos, pero que dentro llevan las mismas tendencias que esas otras: hay ambiciones, bandos, intereses, aspiraciones, alianzas; acuerdos y desacuerdos; partidarios y detractores. Y es comprensible que así sea: igual que en las demás, solo que canalizado de otra manera. Que para algo tienen que servir 20 siglos de experiencia.