Un 'rojo' de amor blanco

S. A.
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'La cara B' del secretario general de CCOO Segovia, Álex Blázquez.

Un 'rojo' de amor blanco - Foto: Rosa Blanco

Para dar el punto al arroz hay que tener mano, en este caso izquierda. Ensayó con el arroz 'a la cubana' antes de lanzarse a la paella, que ya es hoy el plato estrella de Álex Blázquez (Villacastín, 1979). «En este país nos gusta comer bien y para comer bien hay que cocinar bien», afirma el secretario general de Comisiones Obreras (CC.OO) en Segovia. El axioma, repetido con vehemencia, surge en la conversación mientras mueve con soltura su última obra de arte, una paella con más 'tropezones' que los que vivió el camarote de los Marx, el de los cómicos no el del autor del Manifiesto Comunista.

Es una paella con su carne de pollo y conejo, sus calamares y mejillones y, por supuesto, con sus gambas y langostinos, pelados previamente, salvo los que coronan el plato a modo de decoración. «Es un poco profano, pero es que me gusta la paella un poco caldosa, si me oye un valenciano…», confiesa el joven líder sindicalista, enemigo del socarrat, esa capa caramelizada que se crea entre la paella y el resto del arroz —apenas un par de milímetros— para convertir el plato en obra maestra.

Más allá de sus aptitudes para competir en Masterchef, la cocina es para Blázquez el momento de evaporarse; toda una liberación, lo que le relaja frente al estrés de la vida diaria y, sobre todo, lo que siempre le recuerda a su abuela, Celia de Lucas, maestra entre fogones. La casa de sus abuelos y la de la de sus padres estaban pegadas, de manera que el pequeño Álex se crió con sus yayos. Y pasaba horas viendo cocinar a su abuela Celia. Y si se trata de condumio, con la primavera el pisto de verduras copaba la cocina de la casa de los Blázquez, como el turrón El Almendro cada Navidad. «El pisto me encanta y lo hago en cantidades, para mi madre, algún amigo, mi suegra…», afirma Álex, que se relame pensando en el plato manchego, cual gato ante una sabrosa sardina.

La abuela Celia falleció hace 14 años y su marido, Ramón San Frutos, hace un par de años (con 97 años). Álex pudo disfrutar más de su abuelo que de su padre Francisco, que falleció joven y de forma inesperada, a los 57 años. Ambos trabajaban en Iberpistas, en el centro de San Rafael. El hijo trabajaba en el turno de tarde y no pudo acompañar a la familia, que aquel día cruzó el túnel de Guadarrama para 'pasar el día' en Madrid. A las siete de la tarde le avisaron del Hospital de Villalba que su padre había ingresado. Cuando llegó ya había fallecido por un aneurisma. «Fue un golpe terrible. En esa época era bastante joven —dice—  y te toca espabilar. Te echas un poco a la familia a la espalda y tiras para adelante». Álex tenía a su madre Maria Jesús y a su hermana Vanesa, tres años mayor que él, y que, curiosamente, hoy trabaja en el departamento de Recursos Humanos de una empresa.

¿Se imaginan cómo son las cenas de Navidad? «La relación es muy buena, pero, la verdad, siempre mi hermana y yo somos muy enérgicos cuando defendemos nuestras ideas, y ahora son contrapuestas», dice. Quien pone paz entre la visión empresarial y la sindicalista es la madre, natural de Lastras de Cuéllar, que acaba de jubilarse, con 66 años, como empleada de la gasolinera de Villacastín. «¡Toda la vida trabajando! Vengo de clase obrera y es el reflejo que veo . Ella [su madre] siempre trabajó con una sonrisa».

Álex siempre fue reivindicativo, incluso de niño. Era un «respondón», recuerda su madre. Fue delegado de clase en el colegio, aunque en aquella época, según admite el interesado, siempre se escogía al más gracioso o al que menos hacía. Y, ciertamente, buen alumno entonces, pues no lo era demasiado. «No nací sindicalista , como la tía de Gila, que nació solterona. Empecé a trabajar a los 18 años y al incorporarme al mercado de trabajo vi cosas que no se hacían como se tenían que hacer», recuerda.

Apenas dos años después de entrar en Iberpistas ya se presentó a las elecciones sindicales en la empresa. En un convenio que se firmó quitaron el concepto de antigüedad y los nuevos, como él, se sintieron perjudicados. Decidieron pelear, hacer frente común y lograron que la empresa diera marcha atrás. «Ahí me picó el gusanillo», afirma Álex, que huye del sindicalismo de salón porque «la lucha obrera», según dice, no se hace desde los despachos o por whatsapp sino «en la calle, cerca de la gente». «Hay veces que voy por la calle y la gente te agradece que le hayas ayudado a resolver un conflicto laboral. Ese cariño, ese agradecimiento, el impedir la injusticia, ese es el gran valor de mi trabajo», reflexiona.

«¿Que si me dicen muchas veces lo de ¡¡rojo!! en plan despectivo? Pues menos de lo que pueda creer», responde Álex, que nunca rehuye de la brega dialéctica o política, aunque nunca de forma agresiva. «En El Espinar gobierna el PP con apoyo de Vox y Ciudadanos. A pesar de estar en las antípodas ideológicas tengo grandes amigos en el PP y no tengo problema en debatir con ellos».

¿COMUNISMO? NO, GRACIAS. «Si te dicen eso de ¡rojo de mierda! ¡claro que molesta y no lo admito!, pero lo de rojo, sin más, es mi ideología», asegura el sindicalista, que se declara de izquierdas y progresista y piensa que el comunismo «es ahora más para los románticos», porque «vivimos en una sociedad pragmática que no quiere debates tontos que no llevan a ningún lado».

El trabajo le llevó a vivir hace 13 años a El Espinar, el pueblo de adopción. Pocos años después de mudarse, Álex logró una excedencia y en 2013 se trasladó a Barcelona, a ejercer el sindicalismo en la sede central de la empresa. ¡¡Barcelona!!, ¡¡un referente histórico de la lucha obrera, la oportunidad para aprender más sobre el sindicalismo!! No tenía pareja y la marcha estaba libre de ataduras. ¡A las barricadas!

Pero la vida le deparaba otro giro inesperado. Álex Blázquez regresaba desde Barcelona dos veces al año a El Espinar; y en una de esas oportunidades, en la Noche de Reyes de 2012, conoció a Gema, su actual esposa y madre de su hijo Matias. Tocó el cielo, aunque el encuentro se produjera en La Luna, como así se denomina la discoteca que fue escenario del feliz encuentro entre Álex y Gema, que residía en Madrid, aunque era natural de Navas de San Antonio.

Y en 2016 se casaron y por la iglesia. El dirigente sindical se defiende: «soy poco católico, la verdad». Don Juan, el sacerdote, era amigo íntimo de su padre y en recuerdo a él y por respeto a las creencias de la novia, no tuvo ningún inconveniente en pasar por la ermita de San Antonio del Cerro y decir el «sí quiero» en el altar. «Soy agnóstico, nunca he creído pero soy muy respetuoso con los que sí creen. Y si mujer lo es y tiene esa ilusión, no soy quien para no darle el gusto en este tema», afirma Blázquez, a quien nunca pasó por la cabeza llamar a su hijo Marcelino o Antonio [en alusión a Camacho y Gutiérrez, históricos dirigentes de CC.OO].

Matias, con un año de edad, copa mucha parte del tiempo libre de su padre, a quien le apasiona el teatro desde que le inoculó la pasión por las tablas quien fuera su profesora en El Espinar, la filósofa y escritora Marifé Santiago. «Soy espectador, no me veo en el escenario»  afirma el dirigente de CC.OO., a quien no cuesta hablar en público porque «tengo el discurso tan interiorizado que me cuesta poco soltarlo».

Dentro del teatro le apasionan los monólogos –es fan de Raúl Cimas--, las series españolas de Netflix o HBO, el turismo nacional y el fútbol o más bien el Real Madrid. «¡Que buena pinta tiene Vinicus! A muchos madridistas nos ha hecho recuperar la ilusión y triunfará en el Madrid, como Cristiano Ronaldo», aventura.

Belén Esteban es la princesa del pueblo, una etiqueta asociada al Atlético de Madrid. «Sí, sí… el Atleti lo ven como el equipo obrero por excelencia y no lo veo así. En el sindicato me pinchan, que si el Madrid es el equipo de los señoritos, que debería ser del atlético. Por esa lógica, equivocada, tendría que ser del Rayo Vallecano. Mi familia es del Madrid y no me veo con otro equipo».

Tras la reflexión futbolística, llega el autoanálisis. «Me considero persona de aguante, paciente, empático… te pones en la piel de esa persona que han despedido, que le acosa su jefe o que no le llega el sueldo para mantener a su familia y es muy duro. No tolero la injusticia», comenta Álex Blázquez, mientras levanta el trapo de cocina que tapa la paella. Ya ha reposado lo suficiente, a juicio del chef, que, por justicia, merece sincera felicitación. Ninguno de los comensales deja un grano de arroz. Ni un langostino. Estaba exquisita.