Una década sin ordenaciones sacerdotales

Sergio Arribas
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Juan Agudo, párroco de Torrecaballeros, que fue el último en recibir el Sacramento, espera que Álvaro, primero, y después Alberto y Reni, los tres seminaristas segovianos, se incorporen pronto al sacerdocio.

Los seminaristas Álvaro Marín y Alberto Janusz Kasprzykowski, junto al párroco de Torrecaballeros, Juan Agudo, en la Catedral de Segovia. - Foto: Rosa Blanco

Fue en la Catedral de Segovia, un 3 de julio de hace ahora diez años, en una ceremonia presidida por el entonces obispo de la Diócesis, Ángel Rubio. Juan Agudo tenía entonces 53 años y recibió el ‘Sacramento del Orden Sacerdotal’, consagrando su vida al ministerio del servicio de la Iglesia y a Dios. Juan procedía de Madrid aunque decidió ejercer como ministro de la Iglesia en Segovia —donde ya tenía residencia desde hace unos quince años— ante la penuria de vocaciones que ya entonces asolaba la Diócesis segoviana. Entonces, el hoy párroco de Torrecaballeros —y de otro puñado de pueblos de los alrededores— no podía imaginar que, diez años después, aún conservaría el título que le distingue como el último  ordenado sacerdote en Segovia.

«El paso importante, el que te cambia la vida, es la ordenación sacerdotal», comenta Juan, ante la atenta mirada de los seminaristas Álvaro Marín y Alberto Janusz Kasprzykowski, ambos de 24 años de edad. El primero, con los estudios teológicos finalizados, está llamado a ser el siguiente en ser ordenado sacerdote en Segovia, en una fecha próxima, pero que aún desconoce. Como paso previo será nombrado ‘diácono’, la segunda de las órdenes mayores que otorga la Iglesia, y que ya le permitirá anunciar el Evangelio, bautizar, asistir al sacerdote en el altar y, por ejemplo, distribuir la comunión. «Este año ya empezaré en una parroquia digamos de aprendiz o prácticas, por así decirlo, y cuando toque, pues vendrá lo del sacerdocio». 

Álvaro ha completado siete años de formación académica, cinco de Teología y dos más de licenciatura –— «que se podrían comparar con un máster», aclara—, en el Teologado de Ávila, con sede en Salamanca, que reúne a seminaristas de siete Diócesis. Allí forman una comunidad que ayuda en el proceso o camino al sacerdocio y estudian no solo Teología sino también asignaturas como filosofía y psicología, además de latín, griego y hebreo. En este Seminario Mayor también se forma su compañero Alberto —ha completado dos años de Teología—, además del tercer seminarista procedente de Segovia, Reni Montero, de origen venezolano, que comenzó sus estudios el año pasado.

Juan, Alvaro y Alberto, en la Plaza Mayor.Juan, Alvaro y Alberto, en la Plaza Mayor. - Foto: Rosa Blanco

Ante la presencia de los dos jóvenes, el párroco de Torrecaballeros recuerda aquel día en el que consagró su vida a la vida sacerdotal. «Aún me emociono al recordar lo que fue concelebrar con el señor obispo. No hay palabras en el diccionario para describir aquella alegría y gozo interior», comenta Juan, mientras insiste ante los seminaristas en que «vosotros estáis afianzando la llamada del Señor, pero el paso importante es la ordenación sacerdotal, hasta que no empezáis es inimaginable».

LA 'LLAMADA' DEL SEÑOR. En Álvaro surgió la vocación a edad temprana, gracias a la educación en la fe cristiana que le transmitieron sus padres. Con apenas 14 años, ya se planteó la opción del sacerdocio como una posibilidad real y comenzó a participar en el seminario menor en familia, unos encuentros quincenales de jóvenes dedicados a la oración, convivencia y formación. «Empecé con mucha ilusión, aunque a los 16 años conocí a una chica y me enamoré», recuerda. Fue un noviazgo breve, de apenas ocho meses, pues en el conflicto interior que tenía Álvaro venció su vocación de ser ministro de la Iglesia.

Recuerda que la súbita muerte del párroco de San José, Ignacio Santos, «me hizo replantear un poco todo, corté con la chica y tuve claro que Dios me quería de sacerdote». Acabó Bachillerato, hizo la PAU y comenzó sus estudios de Teología en Salamanca. Tras siete años de formación, Álvaro espera recibir pronto la ordenación como diácono, «que es algo ya irreversible, porque prometes celibato y obediencia, te incardinas a la Diócesis y no hay vuelta atrás».

Alberto Janusz Kasprzykowski —su apellido denota el origen polaco de su padre— procede de una familia cristiana, del barrio de San Millán, aunque fueron sus abuelos quienes influyeron en el joven en una vivencia fuerte de la fe.

Recuerda que una experiencia le marcó profundamente. «Mi abuelo tenia un cáncer terminal. Cada día recibía la eucaristía de un sacerdote que le venía a ver a casa. Ver esa transformación que él sentía por recibir al Señor me hizo replantearme muchas cosas», recuerda. El contacto con diferentes sacerdotes, caso del de San Millán, al que tenía un gran aprecio, le animó a participar en las reuniones del seminario menor en familia.

«Sentí ese amor por Cristo, pero de repente sentí que no era digno de merecer ser ministro de Dios, sentí una especie de pequeñez, no me veía capaz», comenta. Entonces, Alberto decidió dejar aquel seminario y comenzar la carrera universitaria de Física en Salamanca. Sin embargo, «cada vez la llamada del Señor era más fuerte». Cuando Alberto concluyó su carrera universitaria de Física decidió entrar en el Seminario Mayor para estudiar Teología en Salamanca, donde ya ha cursado los dos primeros años.

Tanto Álvaro como Alberto miran el futuro con «ilusión y esperanza» porque «si Dios nos ha puesto aquí es para algo. Esto no es un capricho, es una llamada que uno siente muy dentro», afirma el primero. Alberto, por su parte, como físico y futuro teólogo no encuentra conflicto entre ambas disciplinas. «Hay bastantes físicos que son sacerdotes. La ciencia y la fe no son vías distintas o mundos paralelos, sino complementarias. No hay dicotomía. Al fin y al cabo es buscar la verdad y yo la he encontrado en la ciencia pero también en la fe».

ENVEJECIMIENTO Y FALTA DE VOCACIONES. Lejos quedan los tiempos en los que en el Complejo del Seminario de Segovia llegaron a convivir y estudiar 700 seminaristas, tanto menores de edad como quienes, tras cursar el bachiller, estudiaban Teología en un proceso que les conducía al sacerdocio. Hace medio siglo el seminario menor contaba con medio millar de seminaristas, una cifra que fue decayendo de forma abrupta, hasta contabilizar apenas 25 (en el mayor y en el menor), hasta que se cerró en el año 2000, según explica el hoy seminarista Alberto Janusz Kasprzykowski. 
Aunque el Seminario Mayor desapareció por falta de vocaciones, para que los jóvenes pudieran discernir «la llamada del Señor» se abrió el llamado seminario menor en familia. Eran unos encuentros quincenales que se prolongaron durante ocho años. En septiembre de 2016 el actual obispo, César Franco, abrió el seminario menor, uno de los 46 que existen en España. En Segovia hay cuatro jóvenes seminaristas, de entre 12 y 16 años, que conviven y duermen en las dependencias del antiguo Seminario, donde también reciben una formación cristiana, que completa la que realizan en tres colegios públicos.
En Segovia cada vez hay menos sacerdotes y cada vez son más mayores, un problema que se une a una merma de fieles y la escasez de vocaciones. De los 152 sacerdotes diocesanos, 56 están ya jubilados. Con independencia de los 22 que, por cuestiones de salud, no tienen cargo pastoral, una decena de sacerdotes jubilados con más de 75 años ejercen de capellanes, esto es, ofician santa misa en conventos de monjas de clausura. A ellos se suman aquellos 24 que siguen ejerciendo como párrocos, a pesar de su avanzada edad. El dato es contundente: uno de cada cinco párrocos de Segovia tiene más de 75 años.
El Vicario de Pastoral, Francisco Jimeno Mardomingo, dibuja las «dificultades» a las que se enfrenta la diócesis de Segovia. «Son más de 300 parroquias, hay escasez y vejez no solo de sacerdotes sino también de fieles y una penuria de vocaciones sacerdotales», sostiene Jimeno. 
Ante la necesidad ‘urgente’ de atender las inmuerables parroquias diseminadas por la provincia, también se ha dado acogida a sacerdotes extradiocesanos, muchos extranjeros, que alternan sus estudios de teología con la práctica en la labor pastoral, en apoyo a los párrocos segovianos. 
Según Alberto Janusz Kasprzykowski, durante los últimos diez años han fallecido 47 sacerdotes, 6 de ellos curas incardinados a la Diócesis pero que realizaban su tarea pastoral fuera de ella. «Solo gracias a más de 30 sacerdotes que provienen de diferentes Diócesis y países se puede servir a toda la provincia de Segovia», añade el seminarista. Ante la escasez y envejecimiento de los párrocos, el reto de la Iglesia pasa por dar mayor protagonismo a los laicos. Así, en Segovia hasta 78 feligreses protagonizan los domingos las llamadas ‘celebraciones de la palabra’.