Un año marcado en negro

Sagrario Ortega (EFE)
-

Asesinatos entre bandas juveniles en Madrid, casos resueltos a punto de prescribir y desapariciones misteriosas engrosan el turbio listado de crímenes que han dejado huella este 2022

Un año marcado en negro - Foto: RAÚL SANCHIDRIÁN

El repunte de la violencia en las bandas juveniles, que solo en Madrid se han cobrado al menos cinco vidas; la resolución 19 años después del caso de Juana Canal, y la misteriosa desaparición de la psicóloga Sandra Bermejo son algunos de los sucesos que han marcado en negro la crónica de 2022.

Algunos de esos hechos se incluyen en los 237 homicidios consumados que las Fuerzas de Seguridad han contabilizado en los nueve primeros meses de este año, lo que, según datos del Ministerio del Interior, supone un descenso del 4,8 por ciento respecto al mismo período de 2019, el año de referencia antes de la pandemia.

Juana Canal o como no hay crimen perfecto

Seguramente Jesús P.H. creía que ya nadie descubriría su crimen. En 2003, y durante una discusión, mató de un golpe en la cabeza a su entonces pareja, Juana Canal, en su vivienda del distrito madrileño de Ciudad Lineal. Descuartizó el cuerpo en la bañera y enterró los restos en una finca de Navalacruz (Ávila). Antes de irse de la casa, escribió una nota al hijo de Juana para decirle que su madre se había ido tras una disputa y haber tomado pastillas.

La casualidad quiso que un senderista encontrara en 2019 un fémur y un cráneo. El ADN se correspondía con la mujer, pero no fue hasta 2022 cuando se informó a la familia del resultado de los análisis.

Luego se reanudó la búsqueda, se hallaron más restos y se reactivó la investigación. El cerco policial a Jesús le obligó a confesar: no quiso matarla, pero lo hizo. El presunto asesino había «rehecho» su vida, 18 años con una nueva pareja y cuatro hijos. Pero no hay crimen perfecto.

¿Dónde está Sandra Bermejo?

La familia de la psicóloga madrileña Sandra Bermejo, de 32 años, a la que se perdió la pista el pasado 8 de noviembre en las inmediaciones del Cabo Peñas, en el concejo asturiano de Gozón, no pierde la esperanza de hallarla con vida.

Todas las hipótesis siguen abiertas, desde el suicidio hasta que su desaparición tenga que ver con el ritual de la luna de sangre, que precisamente se hace el 8 de noviembre y en cuya celebración se usa el ayahuasca, una bebida alucinógena.

Su coche, aparcado en el Cabo Peñas; la geolocalización de su móvil en esa zona y la reciente aparición de una camisa que podría pertenecer a Sandra, son elementos claves de la investigación de la Policía Nacional. Las labores de rastreo se centran ahora en la vertical de los acantilados de Cabo de Peñas, llena de cuevas y pequeñas playas a las que no es fácil acceder: «como buscar una aguja en un pajar», a juicio de los investigadores, que ven como hipótesis principal la desaparición voluntaria de la joven.

El vecino que acabó con la vida de Erika 

¿Estaba Igor P. obsesionado con Erika? ¿Fue un asesinato premeditado o de los denominados «coléricos»? Son preguntas que todavía se siguen haciendo, pero la respuesta a la que se llegue ya importa poco. Porque Erika solo tenía 14 años, iba al instituto, salía de clase con sus amigas y cada día llegaba a comer a su casa, en la calle Vázquez de Mella de Oviedo.

El pasado 5 de abril llamó al telefonillo para subir a comer con su padre y su hermano. Estos, alarmados por lo que tardaba en llegar, bajaron hasta el portal y vieron la chaqueta de la menor y un reguero de sangre que les llevó hasta la primera planta, hasta un piso de un vecino que apenas llevaba tres semanas viviendo allí.

Igor P. no les abrió y fue la Policía la que tuvo que entrar. En el baño, atrincherado y con heridas de arma blanca que él mismo se había infligido, encontraron al agresor. Allí estaba también Erika, apuñalada e inconsciente. No pudieron reanimarla.

Parricida por videollamada 

Santi estaba enganchado a un videojuego muy popular entre adolescentes basado en causar bajas mortales con armas de fuego. Tenía 15 años y un rendimiento escolar bajo. Sus padres le habían advertido de que le castigarían si seguía así. Y tuvieron que hacerlo. Le quitaron la videoconsola y el wifi.

Nunca había protagonizado incidentes violentos, según sus compañeros del instituto de Elche (Alicante) donde estudiaba. Pero el 8 de febrero, con una sangre fría inexplicable, cogió la escopeta de caza de su padre y disparó por la espalda a su madre. A continuación mató a su hermano de 10 años cuando huía del lugar. Ocultó sus cuerpos en un cobertizo de la casa de campo donde vivía la familia, en la pedanía de Algoda. Esperó durante horas a que llegara su padre, al que también disparó y mató.

Cuatro días convivió con los cadáveres hasta que una familiar lo descubrió. Ahora cumple la condena que le impuso el juzgado de menores: seis años de internamiento.

Un conde asesino con una colección singular 

Fernando González de Castejón, conde de Atarés y marqués de Perijá, vivía en la calle Serrano de Madrid. Sus vecinos estaban acostumbrados a verle disparar a objetos en el patio interior de su edificio con una escopeta de perdigones.

Pero el 20 de junio sus dianas fueron su pareja y una amiga de esta, a las que pegó un tiro con un arma corta, la misma con la que luego se quitó la vida y una de las que tenía expuestas en el altar con simbología fascista que coronaba el salón de su piso.

En esa casa guardaba más armas de fuego, cuchillos de combate, munición, uniformes militares, una cruz esvástica, una bandera española preconstitucional...

Ya contaba en su historial con episodios de violencia e, incluso, había sido denunciado por maltratar a su madre y a su hermana. Gema, la pareja a la que asesinó, quería dejarle. Su amiga, a la que el conde también mató, había acudido ese 20 de junio a ayudarla a recoger sus cosas.

¿Envenenamiento o muerte natural?

Los hechos no han ocurrido en 2022, pero sí se han conocido este año. María Isabel Suárez, de 85 años, vivía en la localidad asturiana de Grado cuando su sobrina Arancha decidió llevarla a Madrid en marzo de 2021. Meses después, el 28 de junio, tuvo lugar su muerte, aparentemente por causas naturales, en el domicilio de Rivas Vaciamadrid, donde vivían Arancha y su pareja, el actor Luis Lorenzo.

El hermano de la anciana sospechaba que el deceso no había sido natural y lo denunció a la Guardia Civil, que investigó durante un año a la pareja por posible envenenamiento con el objetivo de quedarse con su herencia. La instrucción del caso sigue su curso, sin que se haya constatado si fue envenenada, ya que los altos niveles de cadmio que presentaba podrían deberse a una distribución natural por el cuerpo tras la muerte. La pareja sigue defendiendo su inocencia.

¿Cuánto tiempo tarda en descomponerse un cadáver?

Esta es una de las preguntas que aparece en las búsquedas que Carmen Merino realizó en Google. O esta otra: «Y si mi marido desaparece, ¿cobro la pensión?». La muerte de Jesús Mari tampoco ha ocurrido este año, pero sí se celebró hace escasas semanas el juicio contra Merino, novia de la víctima, por el llamado crimen de Castro Urdiales (Cantabria), o el caso del cráneo.

Todo comenzó cuando una mujer entregó una caja que durante meses había guardado en su casa para hacerle un favor a Merino, que le indicó que tenía juguetes eróticos. Pero dentro estaba el cráneo de Jesús Mari, un jubilado vizcaíno con el que la acusada convivía.

Parece que Merino mató a su novio (no ha quedado demostrado en el juicio que le suministrara una elevada dosis de Diazepam) para aprovecharse de su dinero porque la nombró heredera universal. La sentencia dice que asesinó a su pareja y se deshizo del cuerpo, salvo la cabeza, para que hubiera alguna prueba de que había fallecido y ella pudiera quedarse con la herencia. Pero, ¿cómo lo mató? Solo la acusada, condenada a 15 años, lo sabe.

De los machetes a las armas de fuego

La última víctima de las bandas juveniles en Madrid ha sido un joven de 15 años, un trinitario al que sus rivales, los Dominican Dont'Play, habían «marcado». Fue asesinado a primeros de diciembre y a bocajarro en el barrio de Villaverde.

El crimen fue el quinto del negro listado de las bandas en este año, grupos de chavales que están dando un paso más en su violencia. Y es que preocupa, y mucho, que del uso de machetes pasen a las armas de fuego. El plan antibandas de la Delegación del Gobierno en Madrid intenta cercarles.