Editorial

La «mesa de negociación», una excentricidad democrática

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Rescatando términos como «marco de seguridad jurídica», que ya fue objeto de largas discusiones en el pasado, con ausencia de avances y emplazamientos mensuales tuvo lugar esta semana la primera convocatoria de la «mesa de negociación» entre el Gobierno y el separatismo que tiñó de normalidad lo que a todas luces es una excentricidad democrática y política.

Todo ello, más allá de que el primer despropósito de esta mesa de negociación viene por la presencia, como principal interlocutor del independentismo, del propio presidente de la Generalitat, Quim Torra, inhabilitado judicialmente por no retirar los lazos amarillos de edificios públicos en periodo electoral, y a la espera de que el Supremo confirme la sentencia.

Pero los objetivos del Gobierno y de los dos principales partidos independentistas, que paradójicamente están distantes entre sí hasta el punto de hacer creer que poco se puede avanzar en este empeño, están muy definidos a pesar de que, tras concluir la primera reunión, se desligaba la conformación de esta mesa de las elecciones catalanas y de la negociación del presupuesto en Madrid. Aparentemente, esto no se puede constatar cuando apenas un día más tarde se confirmaba el apoyo de ERC para la aprobación del techo de gasto, allanando el camino para los Presupuestos Generales del Estado.

No existe mucha confianza por ninguna de las partes de que esta mesa de negociación permita formalizar acuerdos concretos. Pero al Gobierno de España le interesa desinflar la tensión utilizando el paraguas del diálogo como arma democrática, a pesar de que es consciente de que camina sobre una delgada línea roja que le obligará más de una vez a dar pasos en falso más fuera que dentro de los márgenes de la legalidad si quiere mantener este instrumento para relajar el ambiente. Y lo hace a sabiendas de que Cataluña sigue mirando al calendario para ver la fecha, a priori de otoño, en la que se convocarán elecciones autonómicas catalanas, donde la pugna entre ERC y JxCat puede ser desgarradora. La mesa ha dado a los dos partidos independentistas el arma perfecta para aguantar de cara a sus fieles mientras afila sus armas políticas para unos comicios en el que su única aspiración es la suma de una mayoría independentista en el gobierno catalán, más allá del anhelo de un resultado electoral con un 51 por ciento de apoyo a las formaciones separatistas.

Entre tanto, asistimos a la excarcelación de los condenados, como ya se vaticinó tras la sentencia que tanto alteró a los más radicales, en virtud del control que la Generalitat ejerce sobre las instituciones penitenciarias en esta comunidad. Mientras, la oposición no es capaz de propiciar nada más allá de un duro discurso político de reproches apelando a la unidad y exponiendo la ruptura de España, como si no hubiera alternativa.