Editorial

El libro de Tamames sobre la moción será, a lo sumo, un fascículo

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La sexta moción de censura de la democracia contemporánea terminó como había empezado: fracasada. Acaso con agravantes, pues a Vox no parece haberle salido bien la jugada de convertir un recurso de primera magnitud en un plenario de doble sesión cargado de vulgaridad y soliloquios leídos que ni aportan propuesta alguna ni excitan debate que merezca la pena. Se ha equivocado Abascal, que perseguía un foco que ha acabado sobre la figura del candidato Tamames, aunque no precisamente por la trascendencia de su postrimera aparición en la vida política española. Su anunciado libro sobre la moción será, a lo sumo, un fascículo prescindible de una historia de España que empieza a emponzoñarse mucho más de lo debido.

Así, el candidato que acusaba al Gobierno de despertar los fantasmas de la Guerra Civil acabó citando a la bicha para enmarcar la España actual en las barricadas del 36. Mientras, el presidente Pedro Sánchez, que llegaba a la cita asfixiado por la inoperancia gubernamental en la gestión de la inflación, por las chapuzas legislativas que han puesto a cientos de depravados en la calle, por el manoseo de la división de poderes, por el chabacano 'caso Mediador' o por su guerra cainita con Unidas Podemos, sale sonriente del hemiciclo y reitera sus invectivas al PP, al que trata de situar a toda costa en la órbita de Vox.

A más, el debate de la moción ha venido a acreditar que en la cabeza del presidente del Gobierno no está la convocatoria electoral adelantada. Por más que al candidato se le olvidara ese pequeño detalle, era la supuesta razón de levantar la carpa e iluminar la pista central del Congreso. Sánchez es el presidente del Gobierno con menos escaños propios y sabe que, al margen de lo que fabule el CIS de Tezanos, no lleva marchamo de ganador en una hipotética vuelta a las urnas. También ha aprendido que de Unidas Podemos no puede esperar favor alguno, así que ha empleado su tiempo en narcotizar el debate mientras daba largas a los electores y aupaba a Yolanda Díaz a la cima de una 'izquierda verdadera' que sabe que necesitará, como a la inmensa mayoría de sus socios de investidura, si pretende seguir gobernando.

El tiempo ganado servirá para devolver la acción de gobierno a la senda de lo cuantitativo, para continuar haciendo guiños a las grandes masas de votantes que pueden inclinar el gobierno por una razón de peso. También para tratar de minar al único rival creíble. Alberto Núñez Feijóo fue invocado sistemáticamente en una faena de la que se negó a participar -anticipó el resultado y las consecuencias, cosa que Abascal no supo medir-, y eso es la prueba de que Sánchez sabe que tiene razones para estar preocupado.