Editorial

Podemos no es un socio que dé estabilidad al Gobierno de Sánchez

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El acuerdo de gobierno que, precipitada e inesperadamente, firmaron Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para la actual legislatura sigue haciendo aguas, más si cabe en la compleja situación de crisis sanitaria en la que nos encontramos. El polémico pacto entre los grupos parlamentarios del PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu sobre la derogación de la reforma laboral es el centro del último desencuentro entre los dos partidos que se coaligaron para gobernar España, pero es un desencuentro parcial, cuando no cosmético, ya que tanto Sánchez como su guardia pretoriana no solo sabían lo que estaban cocinando, sino que bendijeron la rúbrica final.  

El conflicto ha llegado al punto de que el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, y la vicepresidenta tercera, Nadia Calviño, que es sobre la que recae la responsabilidad de conducir a España hacia la reconstrucción económica, se contradicen de forma manifiesta, y tranquiliza, todo sea dicho, la actitud más ortodoxa de la ministra gallega apelando a la necesidad de no generar más incertidumbre e inseguridad en este delicado momento para el mercado laboral. Además, Calviño tiene algo a lo que Iglesias no puede aspirar: un currículum de bandera en materia económica. 

Este desencuentro cala sobre mojado. Hace escasamente un mes, el Gobierno recibía un segundo toque de atención del Consejo General del Poder Judicial a cuenta de unas declaraciones de Iglesias que atacaban la independencia de la Justicia como institución democrática. Todo porque la Justicia sentenció algo que a él no le gustó. Todo muy democrático.

Pero tampoco hay entendimiento con otros aspectos más rutinarios. La ministra de Defensa, Margarita Robles, se ha visto obligada a justificar la inversión en un nuevo vehículo blindado y a disculpar las críticas de Pablo Iglesias al proyecto por su «desconocimiento». El vicepresidente no pierde ocasión de sentar cátedra incluso sobre materias que desconoce de forma palmaria y aunque esto suponga sulfurar a sus compañeros del Consejo de Ministros. 

En el PSOE la actitud de UP, del propio Iglesias o de alguno de sus ministros se tacha de «irritante», pero la necesidad de entendimiento a la que obliga la presión del día a día se ha convertido en el último recurso de Sánchez para mantenerse en el poder, aunque esto propicie contradicciones cotidianas. La tabla de salvación de Podemos se tambalea por semanas, a pesar del escamoteo al que Sánchez juega sobre la cuerda floja. A ello se le suma la presión que el resto de los socios minoritarios aplican al Ejecutivo, y todo pone en entredicho la viabilidad de la legislatura.