Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


Demasiado circo

09/02/2022

Hay que reconocer que la política depara últimamente sainetes difíciles de olvidar. El penúltimo ejemplo lo tenemos en lo sucedido días atrás en el Congreso de los Diputados a la hora de votar la reforma laboral, que, como en el juego de deshojar la margarita se tratara, sus señorías dieron muestras de que las buenas maneras no tienen espacio en el hemiciclo.

El chabacano recuento de votos, el equívoco infantil del diputado del PP y la indisciplina de los dos diputados de UPN convirtieron la sesión de la Cámara Baja en un clamoroso y torticero sopapo al propio sistema democrático.

Todo esto, que aún dará mucho que hablar y que investigar, no hace sino acrecentar la desafección entre la población y los políticos. Si España ya presentaba un bajísimo reconocimiento social hacia sus dirigentes públicos, episodios como el relatado ahondan en la herida abierta.

Y claro, cómo no, sus nocivos efectos también se trasladan a Castilla y León en vísperas de celebrar los comicios autonómicos. Hasta las últimas encuestas apunta a un alto porcentaje de indecisos y dejen entrever un cierto revanchismo contra los propios partidos en liza votado. Así las cosas, a ver quién es el guapo o guapa que se aproxima más a los únicos resultados válidos la noche del domingo.

Hoy, miércoles, por cierto, se celebra el segundo debate televisado y quizá permita dirimir algo mejor qué propone cada candidato para esta tierra que no sea la simple lectura del manual partidista, algo que incidiría más en esa frustración reinante. Supone una nueva oportunidad de revelar ante las cámaras de televisión que aquí tenemos dirigentes que están a la altura de las circunstancias y de las demandas de los administrados.

La astracanada vivida en el Congreso no puede ser el pan de cada día y menos en una tierra, Castilla y León, que tanto ha aportado y aporta al conocimiento universal y a la construcción de un país serio, ajeno a vaivenes caprichosos y a las atracciones circenses. La política, al menos, debería salir de la carpa y tocar pelo, porque de lo contrario haremos un daño irreparable a la credibilidad democrática.