Volver a sonreir

Sergio Arribas
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Nuria y Juan María son familia de acogida desde hace dos décadas. «Es complicado pero compensa. Nuestra vida se ha enriquecido muchísimo», afirma la madre.

Andrea, acogida por Nuria y Juan María con 12 años (ahora tiene 20 años), abraza al último menor llegado a la casa familiar. - Foto: Rosa Blanco

Nuria Tapias, auxiliar de ayuda a domicilio, lleva 20 años, junto a su marido, Juan María, participando en programas de acogida de menores. El matrimonio tiene dos hijos biológicos, de 28 y 24 años, que tenían 8 y 4 años, «cuando vino la primera jovencita a casa». Arancha tenía 17 años y se independizó con 22, «con su trabajo, a un piso de alquiler, tras haber completado sus estudios, algo que era nuestra obsesión». 

Entretanto, llegó a casa otro bebé, que estuvo acogido un año y medio, hasta que volvió con su madre biológica. Hoy tiene 16 años. El tercer menor acogido fue un niño de 12 años, que tuvo algunos problemas de adaptación. Con casi 19 años regresó con su padre y abuela. «Fue un adolescente un poco conflictivo, aunque en casa seguía las normas y procuramos que estudiara, algo que le sirvió después para trabajar. Nunca hemos perdido el contacto. Para mí siguen siendo hijos. Se crea un vínculo emocional del que no te puedes desenganchar fácilmente», confiesa Nuria.

Al domicilio del matrimonio llegó después otra niña, con 12 años. Andrea tiene ya 20 años y es alumna universitaria. Cuando alcanzó la mayoría de edad, la administración aceptó una prolongación del acogimiento, que en Castilla y León es, como máximo, hasta los 21 años. «Seguirá estudiando y en casa, con nosotros, aunque en el futuro ya no haya ayudas ni apoyo».

Nuria y Juan María, junto a Andrea, de 20 años, y uno de los dos menores que ahora tienen en acogida.Nuria y Juan María, junto a Andrea, de 20 años, y uno de los dos menores que ahora tienen en acogida. - Foto: Rosa Blanco

Con Andrea, el matrimonio tiene otros dos niños de acogida, de 12 y 14 años. «Al final somos una familia de ocho hijos», sostiene Nuria, mientras esboza una sonrisa. De su dilatada experiencia,  confiesa que el acogimiento no es tarea sencilla, aunque sí «muy satisfactoria». 

«Es complicado (…) a veces necesitas hablar con la psicóloga y trabajadora social de Cruz Roja, te escuchan y ayudan con los chicos. Pero compensa. Echo la vista atrás y mi vida se ha enriquecido muchísimo. También para mis dos hijos, biológicos, que han tenido unas experiencias muy buenas», comenta la mujer, que encuentra sobrados motivos para aconsejar a otras familias el acogimiento.

El estudio, un objetivo. Esta madre recalca que el acogimiento supone «dar oportunidad a chicos para que dejen de ser un número en una residencia y se desarrollen en un ambiente familiar». «Nuestro objetivo —añade— siempre fue que estudiaran para poder encontrar trabajo, una pareja.. que tuvieran una vida normalizada». 

Hay unas pautas que se repiten. Nuria comenta como los menores suelen salir de la residencia sin unas habilidades básicas que después aprenden en el hogar; en aspectos tan simples como el funcionamiento de una lavadora o cómo tienen que manejarse en una cocina con los diferentes electrodomésticos; además de otras aptitudes como ayudar a recoger la mesa. «Salen de la residencia sin saber lo que es la convivencia en un piso», comenta Nuria, que aconseja a las familias interesadas en participar en este programa que «prueben» primero con un acogimiento de fin de semana o vacaciones.

¿Cómo ser familia de acogida?. Castilla y León fue una de las Comunidades pioneras en la implantación del programa de acogimiento familiares, una vez que se aprobó la Ley 21/87 que reguló por primera vez la figura del acogimiento familiar y otorgó competencias exclusivas a las comunidades, además de las que pudiera ejercer la autoridad judicial. 

En 1989 la Junta estimó que Cruz Roja Castilla y León era la institución idónea para el desarrollo de ese programa social. La entidad humanitaria apoya la difusión del programa, trabaja en la selección y formación de las familias y les presta apoyo durante el proceso de acogimiento. 

Las personas interesadas en ofrecerse para ser acogedoras deben acudir a Cruz Roja para recibir información sobre la naturaleza y efectos del acogimiento. Si siguen interesadas, deberán realizar una formación inicial obligatoria. Los ofrecimientos presentados —que deben ir acompañados de diversa documentación— son estudiados en Segovia por un equipo formado por una trabajadora social y una psicólogo, para constatar el cumplimiento de los requisitos y la prestación de los compromisos. El equipo realizará a los aspirantes entrevistas y una visita a su domicilio. El ofrecimiento, con la documentación presentada —como la declaración del IRPF o certificado médico de los ofertantes— y el informe del estudio inicial del equipo de Cruz Roja, se entrega en la Gerencia territorial de Servicios Sociales. La inscripción del ofrecimiento será comunicada a la familia y a Cruz Roja por la Sección de Protección a la Infancia. 

El ofrecimiento deberá especificar si es para niños y niñas menores de 6 años, para menores con características especiales o para aquellos que tengan más de 7 años. El único efecto de la inscripción registral será dejar constancia de la disponibilidad de las personas a las que se refiera sin crear derecho o expectativa alguna. Para contar con una bolsa de familias disponibles para acoger a los niños y niñas de 0 a 6 años se hará un proceso de valoración-selección previa a la inscripción de los ofrecimientos para este rango de edad.

No hay un perfil ‘tipo’ del menor protegido en una familia de acogida. «La horquilla va desde recién nacidos hasta los 18 años. Es más, un niño o niña puede entrar en una familia con 17 años, después de haber estado unos años en un centro o residencia y otros con su familia biológica», apunta Ana Marugán, de la asociación AFASEGO. No obstante, aclara que es habitual que en acogida haya grupos de hermanos. «Hemos tenido casos de seis hermanos, acogidos en dos familias», añade la terapeuta infantil, que señala que la «estabilidad» es el único requisito para ser familia acogedora. «Puede ser una familia monoparental, hombre o mujer. Tampoco importa la condición sexual. Se valora —explica— las capacidades de esa familia para proteger un menor, y que la situación económica sea estable, con independencia de que la administración costea los gastos del menor acogido».

Acogimiento no es adopción. Ana Marugán, de AFASEGO, sostiene que pese a que tanto la adopción como el acogimiento son medidas de protección del menor, entre ambas figuras existen notables diferencias. «En la adopción —resalta— los padres adoptivos tienen la tutela de sus hijos, es decir, se establece una relación de filiación, son sus padres; nosotros en el acogimiento tenemos lo que se llama ‘la guarda’, no somos más que los guardadores de los menores, porque el objetivo es que retornen con sus padres biológicos».
No obstante, el acogimiento puede derivar en adopción. «Si por diferentes circunstancias, la administración y un juez deciden que no hay posibilidad de retorno, el niño pasa a una bolsa de adopción. Pero el acogimiento —recalca— no es más que una guarda, no es ser la familia adoptiva del niño».