Lo primero se lo pedía el ministro de Sanidad y candidato del PSC a la Generalitat, Salvador Illa, a las comunidades autónomas que le reclamaban en el Consejo Interterritorial de Salud adelantar el toque de queda y más mecanismos jurídicos que permitan a las regiones limitar el contacto social para hacer frente a la pandemia. Lo segundo nos lo sugería el vicepresidente de la Junta y portavoz y consejero de Transparencia, Ordenación del Territorio y Acción Exterior, Francisco Igea, a los castellanos y leoneses. Una rebelión cívica, eso sí; que nos quedamos en casa, nos autoconfinemos y solo salgamos a lo estrictamente necesario. Entre el temple y la rebelión; así estamos en esta tierra, tan poco dada a las algaradas y a llevar la contraria. La actitud montaraz del ejecutivo de Mañueco e Igea quizás sea la herencia rescatada de los comuneros y su famosa batalla, de la que este año se conmemora el V Centenario. Como Bravo, Padilla y Maldonado, ni Alfonso ni Francisco ni Casado (Verónica) están dispuestos a doblar la rodilla ante los caprichos de la Corte.
Ante la cerrazón de Illa, la Junta continúa anunciando nuevas medidas con el propósito de vaciar calles y plazas de gente. La última, ya lo saben, ha sido la de cerrar sus museos y bibliotecas, ¿cuál será la siguiente?
El problema es que entre unos y otros están los ciudadanos, cuya paciencia está a punto de desbordarse, si no lo ha hecho ya. Ese fuego cruzado entre el gobierno central y los ejecutivos autonómicos no puede traer nada bueno. Si, como se empeñan en repetir nuestros gestores, la culpa de todo la tiene el virus, ¿por qué se proponen día a día y medida a medida en hacernos pensar que el auténtico problema son ellos y su pésima gestión de la crisis?
Estamos apurando enero y no hay manera de superar la cuesta con la que comienza cada año. La de 2021 se ha convertido en Everest. En algún momento haremos cumbre, pero, por favor, que no encontremos en la cima algún político que nos empuje hacia un nuevo precipicio.