El micrófono por montera

Teresa Sanz Tejero
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Cristina Angulo Hanseflue. Cantante y profesora de inglés

Tiene maneras de artista a pleno rendimiento y, cuando coge un  micrófono, le vibra la voz y da vida a lo que canta. Entona blues, folk, country o música italiana con ritmo y simpatía en igual dosis, lo que equilibra esa capacidad de agitadora musical.

Se crece con sutileza ante el público, sea en un escenario o con alumnos de las clases de inglés que imparte desde hace más de un decenio.

Tenía 19 años cuando empezó a estudiar Historia del Arte. La ficharon en una academia infantil  de inglés y nunca más dejó de dar clases. «Aprendí a enseñar, enseñando», dice ahora desde los 29 recién cumplidos.

Cuenta Cristina que entre lo mejor de su vida está haber pasado su infancia en un pueblo: La Cuesta, donde aprendió a  mirar paisajes que ahora pinta, y a distinguir huellas de animales, que la entusiasman. También entre esas cosas imborrables está el Bachillerato artístico que cursó  en la Casa de los Picos. «Tuve profesores magníficos, como Mon Montoya, que despertaron en nosotros la curiosidad por todo lo creativo».

Ella, que asegura no saber dibujar bien, –«me gusta pintar, eso sí», dice–,  considera que la creatividad aprendida le ha enseñado a ser práctica en la resolución del día a día.

«La creatividad hay que alimentarla y yo la practico cocinando, haciendo yeso, ensamblando maderas, dando clases de inglés o cantando», dice.

 Son sus dos profesiones confesas y, en ambos casos, tienen rango de afición. «Es lo que tiene trabajar en lo que a uno le gusta; cuando te diviertes trabajando todo es más fácil», afirma sonriendo.

Habla por los ojos y desborda expresividad. Ríe en español y  en inglés, demostrando que ambas son lenguas espontáneas, no en vano es hija de nativa profesora de inglés, que un día llegó de Ohio para aprender español y no ha dejado de enseñar su lengua materna.

«No creas que siempre hemos hablado en casa en inglés. En mi adolescencia las conversaciones familiares eran en castellano para que todo quedara cla-ri-to», dice con humor y retranca.

Lleva años siendo la voz cantante de varias formaciones, un trabajo «temporal», «más bien de verano, que es cuando más bolos surgen».

 

Primero, 'El Gran Angular', la formación familiar que mantiene con su padre y su hermano; luego 'Zarigüeyas', con la que componen temas propios, y el más reciente dúo  Cristina y Gaspar (el gran guitarrista Payá), la llevan de un sitio a otro.

Reconoce que los directos enganchan. «Es divertido ver qué va pidiendo el espectáculo para dosificar el repertorio». Y ella, que por dentro habita una tipa dotada para el juego, pone en práctica  una cierta acracia estética  con la que hace suyas  canciones que sonaron de otra forma.

Tenía 14 años cuando dio el primer bolo con su padre, Carlos Angulo, maestro de muchas salsas. No recuerda «si fue Chañe o Añe. Eñe tenía».

Estaba tan nerviosa que se bloqueó cuando iba a cantar a Ornella Vanoni, una de sus favoritas. «Sufrí para articular palabra porque me temblaba la voz, pero me lo pasé muy bien y nunca  dije 'No'».

Lleva años cantando lo que le gusta. Canciones en su mayor parte identificables y rítmicas, de esas que conducen una actuación al mejor lugar de la memoria. 

Versátil en la vida real y artística, se aplica  a la Niña de los Peines, un fado, Sharif Beitia, música africana o Marchena y El Cabrero.

Creció en un laboratorio musical que era la casa de sus padres.

Un espacio donde la niña, un poco Pippi Langstrum,  salía al campo interminable de La Cuesta, con la música recién oída percutiéndole en la cabeza.

Igual que construía cabañas en un árbol o recogía huesos de animales que encontraba en sus paseos, fijaba las letras de las canciones.

Nunca dijo aquello de «quiero ser artista», pero se imaginaba, –«soy muy teatrera», dice–  interpretando al piano los clásicos que le hubiera gustado tocar: Chopen, Debussy. «El piano es mi frustración», señala.  «Me  han regalado una batería, una guitarra, un ukelele, una pandereta, un teclado y en casa había piano, pero soy más de cantar que de tocar un instrumento».

Le pregunto cómo define su voz y se hace un silencio. «Uf,…nunca lo había pensado: ¿Gruesa?...¿Brusca y delicada a la vez?. Tengo un registro cortito, pero uso mis trucos».

Tiene las aristas bien sujetas a la formalidad de un escenario. Es su formato; desde la voz y el movimiento de las manos a la mirada envolvente con la que observa al público y le agita a moverse.

Con paso firme, de cantante hecha a sí misma, mantiene a raya los nervios «del principio» y cuando oye alguna petición que desentona, hila fino sin dañar al despistado. «¿Una jota»...Mañana te la mando por SEUR», le dijo al último confundido.

Tampoco fueron fáciles aquellas primeras clases de inglés pero, luego, vio que se hacía con los grupos. "Me encanta ver que los niños aprenden rápido; son como esponjas».

 Primero fue en Rainbow, en Tabanera. Ahora da clases también  en Go Bananas!,  como bautizó ella misma la academia que abrieron su hermano y su madre y en la que puso en práctica sus estudios de Ilustración. «La imagen corporativa es mía», dice satisfecha.

Multiplicada entre Tabanera y La Granja, como vive en Parque Robledo, ahora va corriendo hasta sus clases de  La Granja y cumple así con otra afición deportiva. «Llevo corriendo poco tiempo», pero ya está enganchada.

No hay duda: es una artista natural que, igual que desenfunda método pedagógico para el inglés que aprendió sin enterarse, usa una voz que no sabe a qué suena. 

El mundo por montera lo canta uno de sus cantautores favoritos, Rodrigo Cuevas. Cristina podría hacer suyo el título o versionarlo para hablar del micrófono por montera.