Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


La leyenda del Santo bebedor

24/12/2021

Leemos, vemos y nos entretenemos con contenidos que, analizados en su individualidad son insulsos y en el peor de los casos agreden a nuestra forma de pensar. Es una cuestión de tiempo que si persistimos en dicha práctica acabemos acomodando nuestra existencia a esos valores.

Cuando empecé a leer El drama del humanismo ateo de Henri de Lubac di por supuesto que las posibilidades de encontrar algo que me molestara de su contenido eran pocas, ya que en el fondo buscaba material para rebatir a un inteligente pero equivocado amigo. En el libro se refleja cómo católicos formados y con una espiritualidad cuidada no pierden el tiempo en disgresiones estériles sobre los actos ajenos, porque insisten en interpelar continuamente al creyente. El autor demanda a los seguidores de Cristo que estén a la altura de su Fe, ya que el extravío de otros puede que tenga que ver más con la falta de compromiso y valentía que debería acompañar a un fiel.

Hace ya mucho tiempo, Paul Claudel decía: "La verdad no tiene nada que ver con el número de personas a las que persuade". Esta afirmación es cierta, pero vivimos una época donde la verdad se desprecia al preferir la fuerza de la coacción y el poder del sentimiento. Mucho me temo que en ambos campos, el catolicismo se desenvuelve mal porque no es una religión de poder sino de amor. La firmeza de un santo genera repulsión en esta sociedad moderna donde la agresividad y la acción se mitifican. Basta con revisar las series de éxito actuales y todas son apocalípticas o fantásticas, donde el universo moral es nulo al no existir la palabra de Dios.

Es comprensible el respeto que provocan los santos que nos precedieron y es obvio que muy pocos se pueden acercar al poderío intelectual de santo Tomas Moro. Por otro lado, la sencillez de Franz Jägerstätter sí es accesible porque solo su coraje era excepcional.

Vivimos un romanticismo salvaje que impone como límite la voluntad humana. Siento recordar que de allí ya vinimos hace mucho tiempo. El drama es que demasiados católicos han perdido la sonrisa por los golpes del presente, cuando deberían exhalar felicidad por el don recibido. La Fe no nos garantiza el paraíso en la tierra, solo la dota de sentido. Una visión trascendental no es un narcótico existencial, sino un refuerzo anímico ante la dureza de la vida. No olvidemos que estamos de paso.

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