Editorial

Unión Europea, ahora o nunca

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La pandemia del coronavirus está castigando la soberbia del que conocemos como primer mundo con un dramático balance de miles de muertos, una agria sensación de impotencia, un bache económico aún por dimensionar, varios líderes políticos retratados y muchos deberes para el futuro. Pero el rastro de esta crisis aún será más negro en Europa, y no solo porque la pandemia se haya cebado en el viejo continente, sino porque en cierto modo la ha despojado de algunos de los valores que se le presuponen y que dan sentido al proyecto político de la Unión Europea. 

La respuesta que la UE ofrezca a la crisis del coronavirus marcará definitivamente el ser o no ser de este proyecto común, y hasta ahora ha sido decepcionante. Una vez más, como sucedió ante la recesión que empezó en 2008. No es exagerado afirmar que ha vuelto a dar estos días unos cuantos pasos atrás en cuanto a su credibilidad ante los ciudadanos, entre otras cosas y fundamentalmente por su incomparecencia cuando más se la necesita. 

Durante estas negras semanas Europa no ha tenido una voz propia, ni apenas incidencia en la gestión del problema y sus soluciones. Cada miembro ha ido a la suya, marcando su estrategia, sus prioridades, su ritmo, su talante y sus recursos. Tanto Italia como España, los dos países más afectados, han obtenido más cooperación de otros que de algunos de sus vecinos. Es una obviedad que esta crisis no ha cogido a la UE en su mejor momento, sólo unas semanas después de perder uno de sus socios históricos y más potentes y con Alemania enredada en el relevo de Angela Merkel. 

Sin embargo, la falta de un discurso y un liderazgo colectivo para marcar una línea y una respuesta coordinada y para imponer la solidaridad interterritorial por encima del sálvese quien pueda, no hace más que profundizar en la percepción de que la Europa de los 27 sigue distante de los ciudadanos y de sus problemas. Parece que el virus aún no es suficientemente pandémico en algunas partes como para convencer a Alemania, Holanda, Finlandia y Austria del desafío que ahora se plantea con vehemencia, como si no fuera un problema de todos, sino solo un castigo por la negligencia e incompetencia de algunos. 

Retrasar 15 días más la decisión sobre la emisión de deuda conjunta parece solo obedecer a algo tan prosaico como esto: la crisis causada por el coronavirus no se está haciendo aún sentir con la misma intensidad en todos los países, por lo que parece que solo puede haber consenso cuando el virus se propague de la misma manera en todas partes. El egoísmo de algunos nunca ha sido tan trágico.

La integración europea fue, sin duda, el proyecto de cooperación más notable entre estados soberanos en la historia de la humanidad. Sobre ese pilar de colaboración y solidaridad ha ido transitando mal que bien hacia lo que hoy es. Pero esta es la prueba más grande a la que se ha enfrentado desde su fundación. Ha llegado el momento de que deje de mirarse el ombligo y lidere una estrategia común, rápida y profunda a una crisis sin precedentes, que priorice el interés común sobre los intereses nacionales, o dejará de tener razón de existir. Y esa respuesta tiene que comenzar ya. Cualquier duda puede ser irreversible.