Editorial

Un acuerdo difícil y necesario que llega al borde de la bocina

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El Reino Unido y la Unión Europea alcanzaron ayer un «nuevo y estupendo acuerdo», tal y como lo definió el primer ministro británico, que pone fin a largos meses de duras negociaciones y la incertidumbre provocada por la posibilidad de una ruptura abrupta y  de consecuencias imprevisibles. Este acercamiento in extremis de las posturas permite establecer un periodo transitorio de un año en el que, a efectos legales, este divorcio no tendrá efectos prácticos, un plazo que podría aumentarse un año más en caso de que hubiera entendimiento. Pero para ello resulta imprescindible que el Parlamento británico apruebe el documento consensuado por los equipos negociadores, algo seguro en opinión de Boris Johnson, pero que si tenemos en cuenta lo ocurrido anteriormente no permite todavía lanzar las campanas al vuelo, por más que ese rechazo abocaría a una nueva prórroga en la salida.

Salvados los escollos más importantes, habrá que ir perfilando cómo queda la relación entre Reino Unido y la Unión Europea una vez que la separación definitiva se consume.  Parece definitivamente descartada la posibilidad de que se conviertan en socios preferentes, lo que hubiera supuesto una especie de ‘Brexit con sordina’, y todo está encaminado a que se reduzca a un mero acuerdo de libre comercio, que eliminaría los aranceles en las transacciones entre ambas partes pero que no impediría otras alianzas más firmes del Reino Unido con otras potencias.   

Las bolsas han acogido con satisfacción el fin positivo de las negociaciones y la euforia ha recorrido los parqués de todo el mundo por esa salida pactada. Pero no todo son luces más allá de haber cerrado la amenaza a una salida abrupta. El Reino Unido va a convertirse a partir de 2021 en un importante factor de inestabilidad para la UE, que aún no se ha recuperado del mazazo que supone que uno de los estados miembros vote en referéndum salirse de la unión y finalmente lo lleve a la práctica pese a los previsibles costes económicos que ello supone.

En un mundo globalizado y cambiante, donde las grandes potencias tienen que vigilar casi a diario los precarios equilibrios que sujetan en orden mundial, el Reino Unido va a jugar un papel fundamental en contra de los intereses de Europa. Con China y Rusia afianzando sus acuerdos de conveniencia y EEUU firme en su propósito de ahogar el mercado exterior de la UE, las debilidades de la unión, su incapacidad de tomar decisiones a la velocidad a la que suceden los acontecimientos y la inexistencia de una política fiscal y económica única van a dejar al viejo continente en una situación de desventaja tan preocupante como peligrosa.