"La estupidez" y otras consecuencias de subirse al Acueducto

David Aso
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«Nadie lo derrumbará por subirse, pero muestra un grado de estupidez muy alto y un problema si se repite», advierte el restaurador segoviano de bienes culturales Carlos Sanz, especializado en trabajos de tratamiento de la piedra

"La estupidez" y otras consecuencias de subirse al Acueducto

Sobran ejemplos de cómo el mero contacto con piedra histórica acaba causando serios daños a largo plazo. A la roca sagrada de la Virgen del Pilar de Zaragoza ya se le comieron una parte a besos; y la escultura del Santo Dos Croques, en la catedral de Santiago, se fue deteriorando con cariñosos cabezazos hasta que se prohibieron en 2008. Allí por cierto se prohibió hace seis meses sentarse junto a los arcos del Pazo de Raxoi, frente al templo, pero hay peregrinos que siguen ignorando la medida sin que su Ayuntamiento se haya decidido aún a empezar con las multas. 

Bien sabe de esas tradiciones el restaurador segoviano Carlos Sanz, que estuvo recientemente en la capital gallega por trabajos relacionados con su catedral. Es licenciado en Bellas Artes por la especialidad de Conservación y Restauración de Bienes Culturales, experto en trabajos de tratamiento de la piedra y contratado habitualmente por la Junta y el Ayuntamiento de Segovia; incluido para trabajar en proyectos sobre el Acueducto.

¿Y qué opina Sanz sobre la costumbre de subirse al monumento? «Cualquier acercamiento o manipulación imprudente e ignorante, ante un elemento que está construido con un material que en algunos casos puede estar muy debilitado, puede causar manchas o erosiones», responde. «El mero hecho de subirse deja restos de goma de la suela y se deja grasa de las manos, aparte de la consustancial falta de respeto al monumento», añade. «Entonces nadie se va a cargar el Acueducto ni derribar un arco por subirse, pero quien se sube muestra un grado de estupidez muy alto y un riesgo obvio para la conservación. Aunque sea a una escala muy pequeña, pero que repetida múltiples veces acumula un problema». 

Cierto también que «el comportamiento con el monumento ha ido ha mejor», matiza Sanz, quien hace algo más de 15 años fue contratado para limpiar una pila «porque habían prendido fuego a un colchón o algo parecido al lado». «Y he conocido amigos, gente decente, que hace igual 40 años eran contratados para escalar el Acueducto y poner las luces de Navidad con buenos clavos metidos entre los sillares», añade. Pero Sanz subraya que quedan unas cuantas costumbres por erradicar, y la escalada, por supuesto, es una de ellas.