Pitano, una vida en bici

Nacho Sáez
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Feliciano Martín, que entrenó a decenas de ciclistas en los años 70 y 80 en Segovia y entre ellos a José Luis de Santos, sigue saliendo casi a diario a la carretera a sus 87 años.

Feliciano Martín Tejedor ‘Pitano’, junto a los exciclistas Iban Mayo y David López, el pasado 4 de junio en Cantabria. - Foto: Óscar Arcones

Hizo mucho por bastantes niños que empezábamos». El exseleccionador de ciclismo y excorredor profesional José Luis de Santos no se olvida de Feliciano Martín Tejedor, uno de sus primeros entrenadores y un verdadero ejemplo de vitalidad. A sus 87 años sigue saliendo casi a diario a la carretera. La suya es una vida en bici que despierta  admiración. Hace unos días los excorredores Iban Mayo y David López estuvieron charlando con él en una prueba en Cantabria.

Allí tiene su tierra de adopción y su actual residencia, pero se acuerda de Segovia como si no hubiera pasado el tiempo desde que con 12 años ya subía el puerto de Navacerrada. «Íbamos a Madrid a comprar accesorios para la bicicleta porque en Segovia no había nada. Llevábamos dos duros, nos comíamos un bocadillo de calamares y volvíamos por el Alto del León», rememora en conversación telefónica Pantani, como le conocen en Cantabria. En Segovia es Pitano. «La verdad es que no sé exactamente de dónde viene. Quizás fuera porque mi padre también se llamaba Feliciano, le apodaron así y los dos tenemos la nariz muy grande», se ríe.

Pero su historia es mucho más que un apodo. Aprendió solo a montar en bicicleta. «En el Camino Nuevo (los actuales paseos de Conde Sepúlveda y Ezequiel González) había un sitio de alquiler de bicicletas que regentaba un señor llamado Julián y bajábamos hasta el barrio de San Marcos. La bici nos valía la moneda de cobre de diez o quince céntimos, lo más lejos que nos íbamos era al Puente Hierro y no pinchábamos porque las ruedas eran macizas», cuenta. Desde entonces no ha dejado de dar pedaladas a pesar de que nunca llegó al profesionalismo. «En mi casa éramos muchos, no sobraba nada, mi padre se jubiló pronto porque combatió tanto en la Guerra Civil como en la Guerra de África y yo tenía que trabajar. Pero quizás tampoco valía. Las carreras las terminaba de los últimos, algunas veces incluso de noche porque entonces no había coche de cierre de carrera».

Entrevistado por el periodista segoviano afincado en Cantabria Óscar Arcones.Entrevistado por el periodista segoviano afincado en Cantabria Óscar Arcones. - Foto: DS

Su infancia la vivió en San Lorenzo, de donde procedía su madre. Él nació en Becerril de la Sierra (Madrid), pero al acabar la Guerra Civil se mudaron a Segovia, donde con 12 años empezó a trabajar en Almacenes La Dalia. No fue ni mucho menos el último viaje para Pitano, que siendo un veinteañero, tras acabar la mili, se marchó a trabajar a Francia a Citröen. Sin olvidarse de la bicicleta, eso sí. «Iba con la bicicleta a trabajar, y por las tardes al Bosque de Bolonia –en París– a dar una vuelta. Me lo he pasado bomba», subraya. En Francia se casó, pero no desaprovechó la oportunidad de regresar a Segovia cuando, con 40 años, le salió un trabajo en Campsa en Valladolid.

Esta fue la época en la que más exprimió su vocación de entrenador. «Como no he tenido hijos, enseñaba a los de otros». Entre ellos a José Luis de Santos, aunque también conoció a Pedro Delgado. «El cuerpo tarda en hacerse, pero se veía que Perico iba a ser muy bueno. José Luis de Santos me quiere con locura. Estaba en el bar del tío Tomás, empezamos a salir todos los días y luego se formalizó la escuela segoviana de ciclismo. No era menudito, subía bien y veía cualidades, como que sabía sufrir. Pasó a Central Lechera Asturiana y empezó a ganar carreras importantes, pero fue clave que ganara el Circuito Montañés», remarca sin dejar percibir que hace unos días se cayó de la bicicleta y tiene dolor en las costillas y dificultad para respirar.

«Es que hay que moverse», continúa. «Aquí en Comillas subo todas las montañas y, como voy lento, otros ciclistas me gritan: ¡Vamos, chaval! Claro, cuando se ponen a mi altura se sorprenden al verme». Lo suyo va en la sangre. Ha rodado con la bicicleta también por Suiza, Holanda y Alemania, y con su mujer –que ahora se encuentra en una residencia aquejada de parkinson– viajaba a Los Alpes para asistir en directo a etapas del Tour. Nada que ver esas carreteras asfaltadas con las que se encontraba él de niño en Segovia. «Me mandaban a Bernuy, Espirdo y Cabañas de Polendos y tenía que ir por vías de arena. Y yo con una BH con la que no llegaba al sillín. Antes no había mecánicos, masajistas ni quien te dijera qué tenías que comer. Y te lavabas en una palangana», incide.

Esas circunstancias no impidieron que en alguna ocasión, ya de adulto, realizara en bici el trayecto entre su casa en Segovia y su trabajo en Valladolid. Asegura que le gustan todos los deportes pero ninguno como el ciclismo. «El mejor era Fausto Coppi. Solo pudo hacer dos Tour, los del 49 y 52, y los ganó los dos. Y cinco Giros de Italia. Era tipo Miguel Indurain, aunque mejor escalador. También era una maravilla ver subir a Pantani, y eran súper Perico, Bahamontes, Alejandro Valverde, que con 41 años corre como con 20…». De Segovia menciona, además, de Carlos Melero («Con diez años me preguntaba cuándo tenía que cambiar de marcha»), de sus hijos, de Alfonso Martín padre e hijo y de los hermanos Iván y Estela Gilmartín. «Para llegar lejos hay que estar muy bien preparado y también cuentan mucho los genes», concluye.