Una inyección de vida para Alicia

Sergio Arribas
-

«Mi hermana me dice ¡qué envidia!», bromea Alicia, de 24 años y con parálisis cerebral, a solo a una dosis de estar inmunizada contra la COVID y acariciar su sueño de reunirse con sus compañeros de la asociación ADISIL.

Una inyección de vida para Alicia - Foto: Rosa Blanco

Alicia tiene un don especial. Tiene la capacidad de hablar con sus ojos, que brillan cada vez que expresa un sentimiento de alegría. Es el que manifiesta cuando se le transmite lo singular que es su mascarilla de lunares de colores y lo bonito que es el jersey rojo, de diseño navideño con un reno, que luce hoy. No obstante, cuando se le pregunta si está contenta por haber recibido ya la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus, Alicia acompaña el brillo de sus ojos con una sonrisa mayúscula, que es incapaz de ocultar la mascarilla que hoy ha elegido. «Sí, sí, estoy contenta», afirma la joven, que tiene 24 años y por culpa de una parálisis cerebral está mermada en su capacidad intelectual, aunque su comprensión es muy buena, según Ana Díaz, una de sus terapeutas en la asociación de discapacitados del Real Sitio (ADISIL).

Antes de la pandemia, y gracias a su padre, Toribio Alonso, acudía todos los días a los talleres de la asociación, en la Casa de Cultura del Real Sitio, donde compartía aprendizaje con una veintena de compañeros, todos con discapacidad.

Alicia es una de los 1.316 grandes dependientes —454 en la capital— que ya han recibido al menos la primera dosis de la vacuna contra la COVID. Fue el martes 16 de febrero, en el pabellón Pedro Delgado. La siguiente inyección será el 10 de marzo, momento en el que comenzará ya a acariciar su sueño, la de volver a reunirse con sus compañeros, a los que no ve desde hace dos meses. «Estuvo en casa desde marzo hasta después del verano. Volvió en septiembre a ADISIL, hasta diciembre, aunque después de las vacaciones de Navidad solo pudo ir dos días. Ahora hace tareas en el ordenador en casa, pero el contacto con sus compañeros es lo que más echa de menos», afirma su padre Toribio, más tranquilo tras la primera inyección de la vacuna, «aunque lo estaremos más cuando ya reciba la segunda».

Una inyección de vida para AliciaUna inyección de vida para Alicia - Foto: Rosa Blanco

Alicia apenas habla. Responde con monosílabos y frases cortas, aunque contundentes y cargadas de lucidez, intención y hasta de buen humor. Lo hace cuando se le pregunta que pasará cuando esté vacunada — «tendré libertad», dice— o cuando se le pide que desvele qué le ha dicho, por ejemplo, su hermana María: «¡Que qué envidia, me ha dicho!», responde Alicia, mientras vuelve a dibujar una amplia sonrisa traslucida tras la mascarilla.

Pero, ¿ha sido y es consciente de lo que es esta pandemia? Su padre explica que desde el primer momento le explicaron lo que sucedía, el porqué ya no podría seguir sus rutinas ni ver a sus compañeros. «Siempre dice que tiene muchas ganas de que se vaya el bicho [en alusión al virus]», comenta Toribio, que asegura que la familia nunca tuvo miedo aunque «sí mucho respeto»; de manera que adoptaron todas las precauciones para evitar que Alicia se contagiara.

Incapaz de ponerse sola de pie por culpa de su enfermedad, la joven ha salido de casa en su silla de ruedas —con la que solo puede circular si es empujada por él, su madre o alguna de sus hermanas— en los días de buen tiempo, mientras apenas ha mantenido contacto «con su familia y poco más», afirma su padre, que recibió con enorme alivio la llamada telefónica para que su hija recibiera la vacuna. Fue la noche del lunes y le citaron al día siguiente. «¿Te hizo daño el pinchazo?». «No, no. Tengo ganas de que me pinchen otra vez”, responde Alicia, sonriente, mientras su padre, apuntilla: «¡Claro que sí, hija”, mientras se le humedecen los ojos de súbita emoción. Como los de su hija, también sus ojos hablan.

«No entiendo el porqué no vacunan a los cuidadores». Toribio Alonso, padre de Alicia, es persona humilde, prudente, de pocas palabras, aunque no se resiste a expresar una duda que le ronda por la cabeza desde que su hija recibió la primera dosis de la vacuna. «No sé el porqué a mí no me han vacunado, ellos sabrán», se pregunta Toribio, que hace seis años dejó su trabajo en la construcción para coger otro empleo de noche, de panadero, para así poder estar con su hija, la pequeña de cuatro hermanos, y cuidarla durante el día. «Me salió este trabajo y no me lo pensé, aunque no sabía nada del oficio», explica el progenitor, que cada día trabaja de madrugada, desde las cuatro a las ocho de la mañana, para poder estar después siempre al lado de su hija.

«Ella, por sí sola, no se pone de pie», de manera que «hay que moverla para todo», explica su padre. Como su casa, de alquiler, no está adaptada, la silla de ruedas queda aparcada y es Toribio el que se encarga de llevar y mover a Alicia por toda la casa. Cada día, es su padre quien la levanta de la cama y la lleva, en brazos, de un lado a otro del domicilio familiar, a la cama, al sofá y a la silla de ruedas. Como Alicia precisa de ayuda para moverse en todo momento, su padre era quien la llevaba a ADISIL, al Real Sitio, y en el aula permanecía toda la mañana, pendiente de su hija y echando una mano a los chavales como voluntario de la asociación.

«Ahora no está abierta la asociación y estamos en casa, donde siempre hay algo que hacer», explica Toribio, agradecido por aquella iniciativa que, en 2019, permitió entregar a Alicia una silla especial adaptada. El ayuntamiento del Real Sitio, ADISIL y un puñado de colectivos se movilizaron para recaudar casi 8.000 euros, el coste de una silla eléctrica adaptada a sus características físicas. El vehículo está hoy en ADISIL, en el Real Sitio, a donde Alicia espera regresar pronto, ya inmunizada, para compartir clases con sus compañeros.