Adiós al último minutero

A.M.
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Ángel Román Allas, figura indiscutible del paisaje humano de Segovia, que ha fallecido a los 95 años, mantuvo su oficio de fotógrafo de calle, incluso casi ciego, a los pies de la estatua del comunero Juan Bravo

Ángel Román con su cámara de fotógrafo minutero - Foto: José María Uriarte

Ángel Román Allas, que ha fallecido, esta semana, cuando contaba con 95 años de edad, era una figura indiscutible del paisaje urbano de Segovia, de esas gentes que conforman su tejido  humano y se funden con el monumental, permaneciendo en la memoria colectiva. No en vano constituyen el latido necesario para mantener viva una pequeña capital de provincias,  desde la variedad de oficios y personalidades, siempre con ese respeto a los demás que va conformando una larga experiencia vital y la huella del sufrimiento que plantea la permanencia efímera de las personas en este mundo. 

Considerado como el último minutero de España, que mantenía la tradición de trabajar con su vieja máquina de madera, heredada de su padre, soportada sobre un pesado trípode del que colgaba un cubo para lavar el papel emulsionado, no abandonó  hasta casi el final de sus días su rincón a los pies de la estatua del comunero Juan Bravo, ante la mirada atenta de una de las sirenas –hay quien las asimila más a esfinges–  que rematan una de las plazas más monumentales del patrimonio mundial segoviano, al que le aporta cierto toque italiano.

Quien conoció de niño lo que trajo la guerra civil, tanto de dolor como de miseria, Ángel Román fue un fotógrafo atípico, sin galería, desde que comenzó a recorrer pueblos en bicicleta retratando fiestas y eventos en la provincia, hasta que pudo comprarse una moto, instalándose en la calle en 1942.  Eligió personalmente el lugar donde hoy se le recuerda en una placa en la se puede leer «Rincón del minutero, en reconocimiento al fotógrafo segoviano Ángel Román Allas, por los 50 años trabajando en este lugar. 23 octubre de 1992», promovida por quien era alcalde en aquel momento, RamónEscobar, y sus amigos de La Ronda Segoviana, a la que acompañó en no pocas ocasiones.

Hombre de humor inteligente, irónico, apasionado también por la música, incluso podía cantar el Villancico de SanFrutos con un grupo de amigos, aunque fuera una madrugada de agosto,  se autoproclamaba algo «gruñón» pero no dejaba de ser una pose.   

Como el director de fotografía de películas icónicas en el cine español del final del franquismo, Luis Cuadrado, que rodaba casi ciego, con cineastas como Carlos Saura, Ángel Román –también aficionado al cine, como espectador, a diario,  durante más de 30 años– trabajaba en el salón de su calle con una pérdida del 80% de visión, por lo que había ingresado como afiliado de la ONCE. Decía que empleaba el sistema digital, es decir al tacto, con unas marcas que había colocado en el cajón oscuro para enfocar a quienes acudían a colocarse detrás de un decorado de los empleados en la llamada 'foto de caballo cartón' donde los clientes colocaban sus cabezas en el hueco de unos dibujos que, en 1976, le había pintado Pepe Diviú, otro de los imprescindibles que también faltan. 

Y es que los artistas nunca se jubilan, como bien recordaba, y aunque fuera por afición siguió repitiendo, instrumentos al hombro, el ceremonial del desfile por la calle Daoiz, para cruzar por la Plaza Mayor y alcanzar su apreciado espacio, compartiendo los retratos con algunas reseñas turísticas –sin sueldo– a los visitantes que le preguntaban por el entorno, aunque sus hijos Ángel y Javier, siempre pendientes, eran recelosos porque la exposición a las temperaturas extremas de esta Segovia al pie del Guadarrama pudieran hacer mella en su cuerpo menudo.  A éste, por cierto, le atribuía que le hubieran designado como barítono bajo en la Coral  Voces de Castilla, a la que perteneció algunas décadas, argumentando que con su pequeña estatura era la única voz que podía hacer. 

'Allitas', como le llamaban en el colegio, recibió su último homenaje al cumplir los 90 años, en julio de 2017, siendo alcaldesa Clara Luquero, quien le definió como «los ojos de Segovia». Entonces, el fotógrafo anunció su intención de alcanzar los 180 años y que, al llegar al hito de la centena, iba a pedir que salieran a la calle en su honor los gigantones. No ha sido posible, pero se mantendrá el recuerdo de su sonrisa, queriendo disimularla con cierta  voz de mando, advirtiendo antes de disparar aquello de «un momento, no se muevan, atentos que sale el pajarito».