La esquela, el último escaparate social

A.M.
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La historiadora Mercedes Sanz de Andrés analiza la evolución del lenguaje de las necrológicas, que comenzaron siendo un signo de prestigio en la sociedad

La historiadora Mercedes Sanz de Andrés - Foto: Rosa Blanco

La primera función que tiene una esquela es informar y su protagonista no es otro que el difunto, aunque no sea éste el emisor del anuncio sino los familiares, con el fin de invitar al receptor a los funerales.  Nacidas en el corazón de la pompa fúnebre romana, donde la transmisión era verbal, la Iglesia, en la Edad Media, cuando fallecía alguno de sus miembros, ideó los mortuarium, una especie de grandes cartas con el borde negro y una cruz colocada enmedio y, posteriormente, el epitafio latino del Requiescat in pace. El mensaje era enrollado y envuelto en un paño negro que era enviado de monasterio en monasterio para dar a conocer el fallecimiento entre los monjes medievales. 

La historiadora y especialista en arte sacro Mercedes Sanz de Andrés ha trabajado sobre la evolución del lenguaje de las esquelas, sobre todo a través del análisis de la colección del canónigo Tomás Baeza, nacido en lastras de Cuéllar, en 1868, que dejó 1.548 esquelas del siglo XIX, que se conservan en el Archivo de la Catedral, conformando una radiografía de cómo era la sociedad segoviana en esta época, siendo entonces una seña de prestigio para el fallecido.

Dentro de ese reflejo de la sociedad, Sanz de Andrés destaca  que las parroquias de la capital que cuentan con mayor número de esquelas son San Miguel, San Esteban y La Trinidad, pero en los barrios más populosos hay muy pocas, por lo que concluye que «en el siglo XIX, la esquela va a ser como un elemento de prestigio, los pobres no tienen esquela», matiza. 

Del análisis de los fondos, la historiadora afirma que «la esquela adquiere un determinado patrón que se ha mantenido a lo largo de la historia y, como todo discurso, tiene un lenguaje no solo basado en las palabras sino también en la imagen». El prototipo genérico es que todas las tipologías tienen el encabezamiento, la presentación del difunto, la convocatoria por parte de los familiares, los agradecimientos y el duelo, hasta que, en el siglo XIX, aparece un «dato muy interesante» que va a ser la profesión, como signo de distinción a partir del cual se establece una clasificación social.     

Luego hay otro tipo de esquelas que son las alusivas al currículum donde, al final, se recogen todos los méritos y condecoraciones que el difunto ha ido adquiriendo a lo largo de su vida por lo que, al final, la esquela, como el nicho, van a ser los últimos escaparates sociales, sostiene Sanz de Andrés.

Luego están las que se denominado esquelas de referencia porque el difunto no tiene relevancia, pero sí algún familiar y es esta otra persona la que aporta el prestigio. En el siglo XIX también hay un tipo de esquela institucional donde se ensalzan  las muertes de aquellas personas que dieron su vida por la patria o por un determinado partido político,  donde el lenguaje es diferente, exaltado, idealizado y  muy politizado. 

Más cerca de nuestros días están las de personas que han sido asesinadas, víctimas del terrorismo, porque transmiten un dolor especial, por lo que la forma de morir va a determinar el recuerdo que se va a tener de ellas y la permanente pregunta de por qué ocurre esa muerte, explica la autora del estudio.

Las esquelas infantiles son diferentes porque no están bordeadas por el recuadro negro, utilizando un lenguaje más dulce y reflejando el dolor de los familiares de una manera diferente.

La imprenta será fundamental en el lenguaje esquelario también desde el punto de vista iconográfico, en constante evolución, desde las papeletas de convites, hasta que, en 1732, se utiliza por primera vez la palabra esquela, introduciéndose luego en los periódicos en páginas que, en Estados Unidos se llegaron a llamar 'depósitos de las morgues'.   

En la Edad Media o el Barroco el mensaje era acompañado por esqueletos con guadañas, relojes alargados que hablan de la fugacidad del tiempo, la llama consumida o arquitecturas clásicas, dando paso a decoraciones de animales necrófilos, como la lechuza que augura malos presagios, el murciélago, considerado como un animal amante de tinieblas, y vegetación  propia de los paisajes del cementerio como cipreses o sauces, símbolos de luto y muerte, al enebro que representa a la eternidad o la hiedra, a la inmortalidad del alma.

Ahora, según Mercedes Sanz de Andrés,  la esquela ya permite otro tipo simbolismo que se aleja  de los más tradicionales, introduciéndose poemas o aspectos más personales del difunto, dibujos, fotografías, incluso, algún emoticono. Ya no se trata solo de dejar herencia de un buen nombre, como en el XIX.