En primera persona

Adaya González (EFE)
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El exministro de Sanidad confiesa, en un libro escrito con el reposo que da el paso del tiempo, que volvería a aceptar el reto de Sánchez aún sabiendo lo que se avecinaba ese 2020 en el que nos cambió la vida

En primera persona - Foto: David Fernández

Con la perspectiva que da el paso del tiempo, el socialista Salvador Illa se ha animado ahora a dar su versión de lo que ocurrió aquel 2020: no se arrepiente «en absoluto» de haber aceptado el Ministerio de Sanidad aun sabiendo lo que estaba por venir, aunque hubo momentos bastante críticos. «No podíamos permitirnos desmoronarnos», zanja.

La idea de ofrecer su relato en primera persona de cómo se cocinaron las decisiones del año de la pandemia empezó a rondarle en la primera mitad del año pasado, cuando ya había dejado el búnker del madrileño Paseo del Prado que fue prácticamente su casa durante 12 meses. «De alguna forma yo sentía la necesidad de contar mi visión y me decidí a hacerlo», asegura.

Así que aceptó el ofrecimiento de la editorial Península y se puso a ordenar «racionalmente» los episodios que quería narrar de ese año que «nos cambió la vida a todos».

El año de la pandemia desvela la buena relación de Salvador Illa con Pablo Iglesias; el entonces vicepresidente segundo fue el primero en enviarle un mensaje cuando a finales de diciembre hizo público que dejaba Sanidad para pelear por la Generalitat de Cataluña. «Me sorprendió, incluso me emocionó, porque era inesperado para mí. Tenemos un contacto escaso ahora -prosigue- porque él tiene sus obligaciones y yo las mías, pero ellos en lo que fue la pandemia estuvieron donde tenían que estar».

De hecho, Illa siempre sintió «mucho respeto por mi trabajo por parte de Pablo y los otros colegas de Gabinete de Unidas Podemos».

Y eso que «no fue un momento fácil: ojo, estamos hablando del primer Gobierno de coalición de la democracia española y a los dos meses y un día de la toma de posesión de los ministros decretan un estado de alarma. Cuidado que no es menor esto y no me decepcionó».

El exministro valora especialmente la complicidad que caracterizó los primeros meses de la pandemia, al margen de colores políticos. «Para mí -afirma- fue un orgullo porque se generó mucha complicidad desde el primer momento; todos veíamos que nos enfrentábamos a algo muy desconocido y que podía ser muy duro».

Sin embargo, hay un capítulo que le deja un amargo sabor de boca, y es el que acabó con la declaración del estado de alarma para la capital de España. «Lo he pensado mucho. Creo que hicimos lo que teníamos que hacer porque fue un esfuerzo continuado para que se tomaran medidas en Madrid», epicentro europeo de la covid en ese momento.

A pesar del trabajo que hicieron conjuntamente para consensuar medidas excepcionales, algo de lo que se estuvo muy cerca, la situación explotó. «¿Hubiera sido mejor evitarlo? Sin duda, pero creo que el Gobierno de España tenía que hacer lo que hizo, que era tener presente cuál era nuestra responsabilidad y actuar».

Trabajo colectivo 

Las 311 páginas del libro son «un homenaje a los españoles» y «un reconocimiento al conjunto del ámbito sanitario, al trabajo colectivo que hicimos todos» y «una reivindicación de la política y del papel de las instituciones».

Muchas veces ha comentado que uno de sus momentos más agrios fue restringir la asistencia a velatorios y funerales o el día en que se alcanzó el pico de 950 fallecidos; sin olvidar otros más internos «pero que te afectan» como el percance de salud del entonces secretario general de Salud, Faustino Blanco -Tino-, que le había pedido el relevo el primer día que hablaron.

Todo eso durante largos meses encerrado en la Moncloa, sin ver a su familia, y afrontando las decisiones más difíciles que ha tomado en su vida. «Hubo momentos muy duros. Desmoronarme, desmorarme, yo creo que en ningún momento, entre otras cosas porque no nos lo podíamos permitir. Es muy curioso cómo reaccionamos, y cuando sabes que no te tienes que desmoronar, no te desmoronas», argumenta.

En el lado contrario, le fue especialmente grata la decisión de reiniciar la educación presencial, sobre cuya conveniencia se discutió mucho, pero que al final fue «acertada»: para Illa devolver la presencialidad a los alumnos «incidió en fomentar la equidad en el sistema educativo». «Fue clave».

Cómo no, el mejor recuerdo se lo lleva la campaña de vacunación, que tantas suspicacias levantó cuando tan necesario era tener un «horizonte de esperanza». «No se trata de que nos pongamos medallas, pero tampoco de que no digamos las cosas como son: el proceso de vacunación fue ejemplar, el más difícil de la historia de España y el más exitoso también».

Dolorosa salida

El 28 de diciembre de 2020, Illa cenó con los que en aquellos meses habían sido también parte de su familia para comunicarles su marcha del Ministerio. «Fue un momento muy especial porque se generó un vínculo muy estrecho. Yo tomé la decisión muy conscientemente de lo que hacía, pero me dolía dejar al equipo, me dolía mucho», reconoce.

Todos sin excepción «han sido unos servidores públicos ejemplares y, muy particularmente, y como estandarte de todo el equipo, Fernando». Simón «reúne tres características muy importantes»: es «muy bueno en lo suyo, es un epidemiólogo que tiene prestigio», es «muy buen gestor» y es «muy buen comunicador». «Para mí -asegura- fue una persona fundamental. Él y muchos otros  trabajaron muchas horas, muy intensas, sin fines de semana, sin descanso, y merecen nuestro reconocimiento más allá de que se cometieran errores o de que a uno le gustara más o menos».