El mismo día que la propaganda gubernamental empapelaba los principales periódicos de nuestro país con su nuevo lema resucitaron 2.000 muertos por la covid-19. Más adelante las cifras han ido variando, en función de los cambios de criterio de los gestores de la crisis sanitaria. En el terreno de la política, el ministro Grande-Marlaska comenzaba una purga entre los altos mandos de la Guardia Civil por no chivarle los informes que encargó la juez Carmen Rodríguez-Medel a la Benemérita para investigar si hubo negligencia por parte de alguna autoridad al permitir las concentraciones multitudinarias del 8M. Desaparecidos los uniformes de las ruedas de prensa gubernamentales, ahora parte del Ejecutivo de coalición se está encargando de asociar a las fuerzas de seguridad del estado con oscuras maniobras de la extrema derecha. El vicepresidente Iglesias acusó en sede parlamentaria a Vox de querer dar un golpe de Estado. Al día siguiente, en una entrevista en TVE, la ministra de Igualdad Irene Montero, acudía al toque de corneta dado por su pareja la víspera y declaraba que la derecha lleva semanas llamando a la insubordinación del ejército y alentando la rebelión.

La polarización en la política y la sociedad española se agudiza cada día. La Comisión para la Reconstrucción se ha convertido en un fraude, en un escenario para la bronca, de la que solo podemos esperar nuevos desprecios al adversario y donde el consenso no parece tener ninguna posibilidad. Hay partidos y miembros del Gobierno muy interesados en que esa crispación se mantenga e incluso vaya a más, porque es el escenario en el que mejor se manejan. Pretenden obtener réditos de un país en ruinas, convertido en un solar de miseria y de odio. Allá ellos, pero que al menos no nos engañen con eslóganes que parecen sacados de una película de Disney.