Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Fahrenheit 451

01/04/2022

No es fácil discernir si la política exterior alemana de las últimas dos décadas es una demostración de incompetencia supina, de cinismo empresarial o de la genuina creencia que el intercambio económico impulsa la democracia. Cuando uno ha tenido una historia bélica tan vergonzosa, es lógico no tener una gran confianza en la capacidad disuasoria militar, pero no es muy inteligente ignorar las señales que el pasado nos brinda con frecuencia.

Antes de estallar la Gran Guerra, la Primera para los que no la sufrieron, los analistas pensaron que era imposible que tuviera lugar porque el comercio internacional era tan intenso que el daño económico sería inasumible. Digamos que no tuvieron un buen día. También se llegó a afirmar que sería corta, tanto es así, que la lista de voluntarios fue altísima y no solo por celo patriótico, sino por afán aventurero. El resultado es que vivieron una de las guerras más absurdas de la historia y el dolor causado fue inimaginable.

Europa la vieja, piensa que el Muro cayó por su éxito económico y la bondad de su proyecto político. Europa central, todos los países bajo el yugo soviético, consideran que fueron las tropas norteamericanas, con sus divisiones y tanques, los que impidieron que la Unión Soviética extendiera su imperio. Los norteamericanos últimamente prefieren pensar que fue el Plan Marshall y su desinteresada ayuda la que permitió resistir a los europeos. Seguro que los franceses tienen una versión más patriótica.

No hay una sola causa, ni siquiera el afán de libertad explica lo ocurrido. Pero es evidente que la paz en Europa habría sido imposible sin la presencia de soldados americanos dispuestos a morir por nosotros. Alemania ha intentado apaciguar a Rusia, despreciando a sus molestos vecinos, comprándole materias primas baratas para vender productos manufacturados a China. El mercantilismo puro no juzga las dimensiones morales del comercio y desprecia las consecuencias estratégicas de su impacto. Hemos integrado una dictadura en nuestro tejido económico y comercial, lo cual nos encadena a sus decisiones futuras y reduce nuestro margen de maniobra.

Esta invasión nos avisa de los riesgos que implica la pérdida de soberanía económica y alimentaria. La globalización conlleva un precio altísimo que Alemania ignora en su fluida relación con China. Tras la invasión rusa, la sociedad alemana debería reflexionar si sus principios como país son nobles o se apoyan en un bienestar propio a cuenta del prójimo. Ser una potencia exportadora conlleva unos difíciles equilibrios.