Editorial

Iglesias muestra su verdadera condición contra la prensa libre

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Las comparecencias públicas del vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias no suelen pasar inadvertidas. Es práctica habitual entre los capitostes de Podemos radicalizar el discurso, emplear consignas viscerales y hacer de la invectiva el medio de comunicación oficial del partido, una táctica que funciona, al menos para las aspiraciones del socio de referencia de Pedro Sánchez, cuyo progreso individual ha sido meteórico y probablemente inimaginable fuera del ámbito político. Con todo, Iglesias pisó, violó y trató de borrar ayer todas las líneas rojas en lo que a la prensa libre se refiere. Su intento de naturalizar el insulto a los periodistas críticos con su labor es tan indecente como peligroso, pero no menos que el silencio cómplice de los ministros socialistas que, cual palmeros, callaron ante el discurso de su vicepresidente. 

Entre esos ministros estaba Juan Carlos Campo, titular de Justicia, que con su mutis redujo su cartera a una mera alforja de acarreo de los odios de Iglesias. La escena, en cierta medida, recordó a otra bien reciente: la sonrisa del presidente de la Comisión para la Reconstrucción, Patxi López, mientras Iglesias se mofaba de Iván Espinosa de los Monteros (VOX) tras acusar al partido que lidera Santiago Abascal de pretender un golpe de Estado en España. López tuvo al menos el valor de pedir perdón públicamente. Sánchez calla y otorga mientras su mano derecha señala objetivos entre los profesionales de la información, que ejercen un derecho blindado constitucionalmente frente al que, utilizando los mismos argumentos tras los que se parapeta Iglesias, están los tribunales.

La tesis del vicepresidente es particularmente abyecta porque invita al acoso, ensañamiento y la amenaza de quienes discrepan de su pensamiento único, instaurando un clima ‘frentista’ que está a años luz de lo que necesita España. Pero tiene mucha más carga de profundidad. Pretende, por ejemplo, establecer una simetría entre las redes sociales y los medios acreditados. Es lo que le conviene: que un vertedero de opiniones, así sean anónimas, pueda plantar cara al ejercicio profesional del periodismo, sujeto, por este orden, a unas leyes, unos códigos y la aceptación de una audiencia crítica que decide lo que escucha, lee y ve. 

A Iglesias le escama la crítica, no la tolera. No acepta la existencia de profesionales libres y por eso, mientras trata de crear una nueva generación de medios doctrinales creados a su imagen y semejanza, auspicia y arenga el ataque a quienes osan poner en solfa su gestión  o su actuación. A tal nivel ha llegado el caso que se permitió considerar a Vicente Vallés un «presunto periodista», dialéctica a todas luces propia de un presunto demócrata.