De carpintero jubilado a artesano por vocación

Ical
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Este vecino de Lumbrales se ha dedicado por completo a recrear con madera monumentos de la Villa y maquetas con los oficios de antaño para que no caigan en el olvido

De carpintero jubilado a artesano por vocación - Foto: JESÁšS FORMIGO/ICAL

Agustín Villoria acude caminando con su bastón y su boina por la Plaza hasta la ‘Casa de los abuelos de los Condes’, en pleno centro de la localidad salmantina de Lumbrales. Allí, desde Semana Santa, el Ayuntamiento decidió habilitar un espacio para exponer las mejores piezas de este artesano, que como bien dice el responsable de Turismo del Consistorio, Víctor Arroyo, “son el principal atractivo” porque “son verdaderas obras de arte para el disfrute de todos los vecinos y visitantes”. 

Desde dentro Agustín muestra orgulloso su legado “más preciado”, las reproducciones de madera a escala de algunos de los monumentos más emblemáticos de la Villa, así como una completa colección de las recreaciones de los ‘Oficios de antaño’. En estos 25 años después de su jubilación, este lumbralense se ha dedicado “en cuerpo y alma a trabajar en su mayor ilusión”. Ahora sus problemas de visión y artrosis le impiden continuar “con la faena”, pero a sus 90 años, asegura sonriente que “es muy feliz” porque “he disfrutado mucho haciendo lo que más me gusta”. Y es que él mismo se define como “carpintero de profesión y artesano por vocación”. 

Con gran satisfacción, relata que se ha pasado un cuarto de siglo de su jubilación “disfrutando y gozando”, porque ha trabajado en lo que más le gusta. Además, está “muy satisfecho” con todo lo que ha hecho él solo, y en ese sentido matiza mirando a su alrededor, “desde tomar las medidas, hasta hacer las fotografías para sacar los detalles de cada cosa y modelar todo eso”, sin importar las horas de trabajo ni las fechas de finalización.

Emplazamiento emblemático

La exposición con los trabajos de Agustín Villoria se encuentra en la parte vieja de la Casa de los Condes, en la que en sus orígenes vivieron doña María Francisca Bartol, que provenía de una familia adinerada, tal y como cuenta Víctor Arroyo, cuando contrajo matrimonio con don Ricardo Pinto da Acosta, que era un portugués promotor de toda la puesta en marcha de la línea férrea que pasa por la zona de La Fuente de San Esteban hasta Barca de Alba. Por ello, en reconocimiento a esta labor, el rey Alfonso XIII le concedió en 1888 el título de Conde de Lumbrales, apunta Víctor. 

Todo el que visita el pueblo, ve las obras arquitectónicas al natural y después visita este espacio donde se encuentra con las maquetas “se queda asombrados al ver que no falta ningún detalle”, sostiene la concejala de Cultura de Lumbrales, Rosa del Pozo.

Pasión por la madera

Agustín cuenta que su pasión por la madera viene “de siempre”. Su oficio era el de carpintero. Desde pequeño “le tiraba mucho trabajar las cosas de piezas”, pero con los años, “había que ganarse el jornal para comer, por lo que no le dedicó tiempo”. Fue después de jubilarse cuando puso en marcha los proyectos que guardaba en su mente. Lo primero fueron unas casas de muñecas para una nieta que vive en Canarias. Dice que antes no había tanto material de bricolaje como ahora y que todos los muebles del interior están realizados a escala. A partir de ahí se aventuró con la Torre del Reloj de su pueblo y de ahí pasó a la Iglesia, que como cuenta, “ha sido la mayor obra”, la cual le ha llevado “montones de horas y trabajo”. “Solo tomar las medidas de la iglesia a tamaño real fueron alrededor de 50 horas” asegura. A lo que añade el realizar los planos, que la mayoría remarca que “están al natural para partir de ello”. Sin duda, toda una recreación maravillosa que no deja indiferente a los ojos. 

También se atrevió con la Ermita del Humilladero, en la que se guardan los pasos de Semana Santa y que “refleja la recreación con todo lujo de detalles”. Entre risas, este vecino de Lumbrales sostiene que “ahora es fácil mandar a un arquitecto con todos los aparatos que tienen para tomar medidas”, pero como él matiza, quería hacerlo solo porque “de la otra manera no tenía mérito”. Cuidadosamente, acaricia la maqueta mientras explica cómo una de las partes con mayor dificultad fue tomar la altura de las columnas de once metros, para ello tomaba la medida con el metro, y subido a los bancos de la iglesia medía el resto hasta llegar al arco de medio punto. Además, las piedras de la Iglesia, al ser todas tan iguales y la puerta con tres metros de altura, Agustín contaba el número de piedras reales y así tomaba las medidas restantes. 

Cosa de paciencia

“El resto es cosa de paciencia y mucho trabajo”, alega este artesano, mientras explica que en el transcurso de la fabricación de la maqueta de la Iglesia, tardó alrededor de tres años en acabarla, debido un “pequeño desliz” como él mismo llama a un cáncer de colon que le tuvo apartado un tiempo. Sin bajar la mirada y colocándose boina, expresa que la ilusión por continuar y ver acabada su obra, le hicieron “sentir mucho menos la enfermedad”.

Además de las edificaciones, Agustín Villoria posee toda una colección de los ‘Oficios de antaño’ recreados de manera artesanal a pequeña escala. Así, pasea alrededor y señala con su bastón las miniaturas fabricadas con materiales de desguaces o restos de otros utensilios. Entre ellas están las huertas con su noria para el riego, las herramientas para el cultivo y cuidado del campo, no faltan la fragua o el telar, las tinajas, garrafones y hasta la tornadera o el molino harinero con su elevador para sacar el grano y la báscula. A base de paciencia ha logrado recrear “todas esas cosas que forman parte de nuestra cultura y de nuestros tiempos”, apunta. Con rotundidad, manifiesta que “no quiere que esa cultura se pierda y que los jóvenes conozcan cómo se vivía antes”. 

De “chico” era muy curioso con todo esto de la carpintería. Recuerda cómo cuando volvía de la escuela de camino a su casa pasaba por una par de talleres y siempre se paraba para observar el trabajo y dice que de ahí partió su afición por la carpintería. También cuenta cómo en los caminos había unas cañas manejables o cañizos con las que hacía a mano ovejas y “así se forjaba amigos” para jugar con ellos.

Recuerdos del ayer

Agustín también se acuerda de cuando era mozo, entre el médico del pueblo, un maestro “que llevaba los asuntos sindicales” y unas jerarquías de Salamanca, visitaron a todos los jóvenes que tenían oficios en el pueblo. En ese encuentro presentó unos artículos de juego de escritorio “con su pisapapeles y todo”, además de una pitillera con un registro que “si no se sabía, no se abría”. Por aquel entonces, Agustín Villoria tenía 17 años y señala que se quedaron asombrados con su trabajo, e incluso se ganó una plaza en Vitoria para acudir a un taller de ebanistería. Pero “lamentablemente en esos tiempos no se disponía del dinero, porque había que pagar 16 mil pesetas de las de antes, y en casa había que ayudar”. De manera que no fue posible, pero no dejó de ilusionarse con el oficio. 

Ahora, espera que su “humilde exposición” de un pequeño impulso a la Villa de Lumbrales, para que todos los vecinos y sobre todo los visitantes se acerquen hasta allí “guarden también en su memoria todas esas cosas de antes”, que tantas satisfacciones han dado a la gente, por lo que no quiere que caigan en el olvido, a pesar de que el tiempo pasa y lo moderno “nos atrapa”.