Editorial

Respuesta contundente al desafío y a la violencia de los independentistas

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Año 64 después de Cristo. Arde Roma en tiempos de Nerón. Tanto historiadores contemporáneos como posteriores culparon al propio emperador, al que presentaron cantando con su lira mientras contemplaba extasiado el poder devorador de las llamas que se iniciaron en el Circo Máximo. El fuego arruinó la ciudad y Nerón se encargó de señalar a los culpables: los cristianos.

La historia que es cíclica vuelve a repetirse 2.000 años después salvando las distancias. Al menos es lo que parece que pretende hacer el president de la Generalitat, Quim Torra, con Cataluña tras conocerse en  la sentencia del Tribunal Supremo sobre el procés. Ahora, los responsables de cinco jornadas de violencia no son los cristianos, pero sí «algunos infiltrados» y un fallo judicial «injusto», que criminaliza a «doce personas honorables, demócratas y pacíficas» que lo único que hicieron fue sacar las urnas a la calle para que los ciudadanos catalanes se pudieran pronunciar sobre la independencia. Como un buen Nerón del siglo XXI, Torra, que llamó a los Comités de Defensa de la República (CDR) a «apretar», es el mismo que dirige la intervención de los Mossos d’Esquadra contra aquellos manifestantes que con anterioridad el president ha llamado  a tomar la calle en respuesta a lo que considera un «ataque a la sociedad catalana».

La paranoia independentista vive estos días su cénit en Cataluña, mientras el resto de España y del mundo asiste atónita a una escalada de violencia que no  forma parte de ninguna ‘ensoñación’ y que tiene por objetivo seguir ahondando en la ruptura de la convivencia entre los catalanes. Lo que ocurre en las calles de las principales ciudades catalanas no es consecuencia de la sentencia que condena a los líderes secesionistas, sino que es el resultado de cuarenta años de nacionalismo, ideología perversa, que ha hecho tanto daño allí donde se ha inoculado y que hay que combatir sin miedo. 

Mucho de lo que ahora está ocurriendo en Cataluña no estaría pasando si los partidos que han gobernado España en la etapa del bipartidismo -Partido Socialista y Partido Popular- no hubieran cedido a concesiones descabelladas en determinados momentos en los que han necesitado el apoyo catalán.

No obstante, no es tiempo para lamentaciones. Pero tampoco para permanecer impávidos ante la ola de violencia. Los políticos actuales deben darse cuenta de que no se puede normalizar que se quemen contenedores y se prendan barricadas en las calles. No se trata de ser valientes si no de dar respuesta contundente y proporcional desde las instituciones democráticas al desafío independentista que ya ha demostrado que no tiene nada de revolución de las sonrisas y que sólo busca rentabilizar el «cuanto peor, mejor».