Míster a los 77

Nacho Sáez
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Antonio García Aguilar "enseña" a los benjamines y alevines del club de Navas de Oro, la última aventura hasta ahora de toda una vida vinculada al fútbol.

Míster a los 77

Hace mucho por el pueblo. Sobre todo en lo deportivo tanto personalmente como económicamente. Y los niños le aprecian y le quieren mucho. Cuando él les explica cuatro cosas parece que están con el rey de España». Carlos Sanz, padre de dos jugadoras de las categorías inferiores del club de fútbol de Navas de Oro, resume el peso que tiene en la entidad Antonio García Aguilar (19 de mayo de 1944), uno de esos personajes con historias increíbles que dan su vida por el fútbol modesto. Pahiño, como le apodaron en su pueblo, Navas de Oro, cuando tenía cuatro años en referencia al histórico jugador del Real Madrid y del Celta de Vigo, nació futbolista y morirá futbolista.

Aunque a sus 77 años ya no juega, sus palabras son un pase al hueco, un remate a portería, un control con el interior. «Yo no soy entrenador, soy enseñador. Enseño a jugar al fútbol. Un entrenador tiene que hacer las funciones de la preparación física y otras y yo enseño a parar el balón, a levantar la cabeza, a proteger el balón, controlar al contrario… Son rutinas que hay que aprender», señala mientras espera que comience el partido que van a disputar durante la mañana del domingo los benjamines de Navas de Oro en Segovia. Viene de otro en Palazuelos de Eresma de los alevines, con los que también colabora. «Es una inyección para mí. Me tienen loco porque obedecen. Son maravillosos. Y tenemos niños y niñas», resalta.

La historia del club de fútbol de Navas de Oro está lleno de idas y venidas. «Hará unos tres años un grupo de chicos del pueblo decidió que era hora de volver a utilizar el campo de fútbol e intentar sacar un equipo. Empezamos con los mayores y el año pasado un par de padres nos convencieron para sacar los equipos de los niños. Llegó la pandemia, lo tuvimos que dejar, pensamos que no iba a salir y este año por suerte tenemos dos equipos compitiendo y otro de debutantes de niños de cuatro y cinco años», explica Cristina Ramos, la secretaria de una entidad que está patrocinada por Luzco.

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Esta es la empresa que montó Pahiño cuando regresó a Navas de Oro después de veinte años en Francia, donde tampoco dejó de jugar al fútbol: «Ha sido siempre mi pasión». Con 12 años ya estaba, cuenta, en el primer equipo de Navas de Oro.  «Era un fútbol de pueblo. No había ninguna liga provincial. Es más, quitando la capital, en la provincia de Segovia eran muy pocos los pueblos que tenían equipo de fútbol. Se podían contar con los dedos de una mano: Coca, Navas de Oro, Cuéllar, La Granja… Los campos eran las eras donde se trillaba. Se hacía un rectángulo y se ponían porterías que se llevaban en ese mismo momento. Porque si no, como eran de madera se las llevaban. Había que montarlas para hacer el partido de fútbol. Y los viajes los hacíamos normalmente en camión. Nos metíamos todos detrás».

Corrían los años 50 y, a pesar de la ausencia de televisión, los españoles comenzaban a aficionarse al fútbol. Pahiño llevaba el '9' a la espalda («Es el número que me ha acompañado toda la vida») y jugaba de delantero, como no podía ser de otra manera. Con 17 años le mandaron interno a Valladolid («Estaba todo el rato jugando al fútbol) y con 20 se marchó a Francia para una estancia de cuatro meses que se acabó prolongando veinte años. «Sobre todo trabajé de mecánico. Tuve un taller mecánico 13 años en un pueblecito idílico al pie de la montaña, precioso, del que guardo unos recuerdos imborrables e increíbles de lo bien que estuvimos allí». En Griesheim y en Altorf, en el departamento del Bajo Rin, en la Alsacia, nacieron sus dos primeros hijos y se empapó del fútbol francés.

«Ya había mucha organización, los campos eran de una calidad extraordinaria. Ya entonces Francia tenía once millones de licencias y España, 30.000. La diferencia era enorme», asevera. Él no llegó al fútbol profesional: «Cuando llegué todavía tenía pretensiones y llegué a estar en un equipo alto, pero yo lo único que quería era jugar al fútbol. Me tenía que ganar la vida. En el equipo más alto en el que estuve teníamos tres entrenamientos semanales y los horarios no me coincidían mucho. Era mucho sacrificio. Pero jugábamos con un equipo muy majo de gente que no teníamos otras pretensiones. No había nada de dinero. Éramos un equipo de amigos».

En aquel momento pensaba que no volvería a España. «Pero coincidieron unas cuantas cosas y me vine con mis niños que tenía entonces, que tenían 10 y 11 años y no sabían español». Ya de vuelta en Navas de Oro llegó su tercer hijo y él volvió al equipo de fútbol del pueblo,  aunque había colgado las botas y comenzó a ayudar en la parte técnica. Hasta hoy. «Cuando volví no había fútbol en Navas de Oro. Hicimos un equipo y no funcionó mal, pero en una segunda vez hicimos un equipo increíble. De 18, 14 nunca habían jugado al fútbol. Cuatro años después estábamos en Regional. Yo creo que es algo único. Me ocupé de ellos, les enseñé los rudimentos… Eran unos chavales increíbles, de una calidad moral y una obediencia… Un grupo que nunca me lo he vuelto a encontrar».

Aun así sigue al pie del cañón y con las mismas ganas de enseñar. «Algunas veces vengo cansado porque todavía me desplazo a Madrid de vez en cuando, pero cuando me encuentro con los niños y veo la atención que ponen se me pasa todo». Tiene claro por dónde pasa la mejora. «El fútbol está hecho de tiempos. No sirve precipitarse, ni estar muy parado. Cómo se para un balón, cómo se mira antes de parar un balón, cómo se posiciona uno cuando un rival viene a intentar arrebatarte el balón… El campo de fútbol es como un tablero de ajedrez. Está lleno de sorpresas y el que mejor lo ocupa lleva muchísima ventaja», subraya.

El necesario respeto a los árbitros es otra de las cosas que trata de inculcar a los chavales. Y a los padres les da un consejo: «Tienen mucha pasión y tendrían que darse cuenta de que son niños».  Lecciones que intenta aplicar en medio de La España Vaciada. «El deporte no sé si es importante para fijar población pero sí para que los pueblos tengan un aliciente, que tengan unos fines de semana donde se muevan, salgan de casa, se reúnan y haya una comunión por algo. Y la comunión por el fútbol no es de las peores», concluye.